¡Colombia a la vista!. Francisco Leal Quevedo
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»Hemos comenzado el curso con un meteorito porque es bueno recordar que los seres humanos no somos el principio de la Historia, somos solo el capítulo más reciente. Estas rocas son más antiguas que la misma Tierra y están cayendo sobre ella desde su primitiva formación. Nuestro planeta es joven entre los cuerpos celestes. Nuestro país es parte de uno de los cinco continentes que forman un planeta que, suspendido en el cielo infinito, es apenas una parte minúscula de la Vía Láctea. Mientras los astros permanecen en sus órbitas estables, los cuerpos pequeños como los meteoritos están un poco sueltos y pueden caer sobre nuestra superficie, prácticamente en cualquier momento. Pero eso ocurre muy excepcionalmente y entonces su aparición se convierte en un suceso inolvidable.
»Algunos meteoritos se han hallado incrustados dentro de la Tierra y se ha determinado su época de impacto. Su estudio nos da información sobre cómo se formó el sistema solar y los elementos que lo integran… y, además, sobre algo de suma importancia: la vida misma. Sí, no les suene raro, los meteoritos se relacionan con la vida.
La frase quedó sonando en la sala. Nos sorprendía que esas rocas inanimadas tuvieran conexión con la vida.
—¿Alguien ha oído antes la expresión “somos polvo de estrellas”? Es una frase de una melodía que habla de lo insólito de la vida. La expresión encierra una gran verdad. Sin meteoritos, no habría vida. Algunos elementos que integran las células vivas vinieron del cielo con esas rocas especiales.
¡Aquello era fascinante! En ese momento, siguiendo mi costumbre de espiarlo todo, miré al grupo; todos seguían absortos, atentos. El profesor había logrado cautivarnos. No paraba de sorprendernos, ya otra sorpresa se anunciaba en su cara.
—También los meteoritos pueden destruir la vida.
Quedamos perplejos, nos parecía una contradicción estar a favor de la vida y en contra de ella, a la vez.
—Un asteroide, que es un meteorito gigante, fue el causante de la desaparición de los dinosaurios, que era la especie animal más poderosa sobre el planeta. Ello ocurrió hace unos 66 millones de años. Un gran cuerpo celeste de unos 10 kilómetros de diámetro cayó sobre lo que hoy es la península de Yucatán, en México, y desencadenó un cataclismo que terminó con infinidad de organismos vivos. Se especula que el impacto formó una nube de polvo de tal magnitud que ocultó la luz del sol por un tiempo largo, tanto, que cortó la fotosíntesis. Y con ella se quebró la cadena alimentaria.
»Toneladas de fragmentos de esa inmensa roca saltaron por los aires y luego volvieron de regreso a la Tierra por efecto de la gravedad. Su roce con la atmósfera generó un pulso térmico, es decir, una ola de calor que recorrió la superficie de toda la región con temperaturas de más de 500 grados centígrados, eliminando cualquier forma de vida que encontrara a su paso.
Su relato me trajo ciertos recuerdos. Había visto unas cuantas películas sobre el fin de nuestro planeta por la caída de un meteorito gigante. Me habían encantado y asustado a la vez. Recordaba especialmente una.
—Como en la película Armagedón —comenté en voz alta.
—Exactamente —dijo el profesor.
Los compañeros me miraron, sentí que me inflaba por dentro.
—Hay muchas películas sobre este tema. Una de las más recordadas es Armagedón (1998). Cuenta cómo la NASA lanzó una misión desesperada para evitar que un asteroide del tamaño de Texas impactara a la Tierra y acabara con toda la vida en el planeta. En el film se lanzaron varias bombas atómicas para fragmentarlo.
Luego el profesor nos proyectó, tomadas de YouTube, unas pocas escenas de esa película.
—Hay dos meteoritos famosos en Colombia, este es uno de ellos. Hay otro, anterior, del que no tenemos vestigios. ¿Ustedes han oído la expresión: “Eso es del tiempo del ruido”? Me imagino que saben que se usa para decir que algo ocurrió hace muchísimo tiempo. La expresión se debe a la caída sobre tierra colombiana de un meteorito. Ese suceso ocurrió el 9 de marzo de 1687. Fue tan espectacular el acontecimiento, que se ha conservado en la memoria popular.
»Escuchen lo que dicen los relatos: “Eran cerca de las 10 de la noche. En esa época, sin luz eléctrica, la gente se acostaba temprano. La mayoría de los habitantes de la capital dormía, cuando se escuchó un ruido ensordecedor que se prolongó por unos 15 minutos. Los espectadores vieron en el cielo “bolas y proyectiles incendiarios”, acompañados por un intenso olor a azufre”. Los habitantes de la ciudad colonial entraron en pánico y huyeron de sus casas, por las calles destapadas, aún en pijama. “Es el fin del mundo, la hora del juicio final”, gritaban varios.
»La mayoría buscó refugio en iglesias y claustros religiosos. El extraño ruido terminó aquella misma noche pero el olor a azufre permaneció algunos días más sobre la sabana de Bogotá. Desde entonces, durante muchos años, cada 9 de marzo se celebraba una ceremonia religiosa para pedir la protección divina. Y se creó la expresión “el tiempo del ruido”, luego la seguimos usando aunque hayamos olvidado su origen.
»Es posible que ese suceso cósmico haya impresionado a un gran artista. En ese tiempo vivía en Santafé de Bogotá el pintor más célebre de toda la época de la Colonia: Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos (Bogotá, 1638 - Bogotá, 1711). Algunos creen ver en su cuadro “Santiago Patrón de España”, en la que aparecen ángeles lanzando rocas, una alegoría al fenómeno de la caída del meteorito.
»Volvamos a la historia del meteorito que tenemos frente a nosotros. A principios de 1810, la noche del Viernes Santo, 20 de abril, exactamente tres meses antes del Grito de Independencia, cayó sobre tierras colombianas este meteorito. Una mujer llamada Cecilia Corredor encontró un gran fragmento en el municipio de Santa Rosa de Viterbo, en la colina de Tocavita. El objeto causó gran admiración entre los habitantes, se notaba que era un metal raro, pues pesaba mucho más de lo que aparentaba por su volumen. Fue trasladado al centro urbano, donde por mucho tiempo se utilizó como yunque en la fundición de hierro. Allí estaba sobre una columna de piedra y expuesto a todos. Era la atracción del pueblo. Un día llegó a Santa Rosa un extraño personaje que quería comprar el meteorito. La piedra, que pesaba inicialmente 750 kg, fue fraccionada y más de cien kilos le fueron cedidos a Henry Ward. La parte mayor, de 411 kg, es este objeto que estamos viendo.
»Esta fue la primera pieza de la colección del museo y fue adquirida por los científicos Mariano Eduardo de Rivero y Jean-Baptiste Boussingault en 1823. Fue estudiada por el Instituto Smithsoniano y se halló que está compuesta 93 % de hierro, 6 % de níquel, 0,7 % de cobalto, 0,2 % de carbono y 0,1 % de fósforo, azufre y cromo. Su densidad es muy alta: 7,70 gr/cm3. Muestras de este meteorito fueron distribuidas a unas 26 instituciones regadas por el mundo desde Nueva York hasta Calcuta.
»Existen más de 45 000 meteoritos documentados. En Colombia hay solo dos casos registrados oficialmente. Es posible que este meteorito haya intervenido en nuestra gesta de Independencia. Se dice que siguiendo la moda de la época de fundir armas blancas a partir de meteoritos metálicos, se forjó con el hierro de Santa Rosa una hoja de espada, la cual se le ofreció al Libertador Simón Bolívar con una dedicatoria que decía: