Bajo El Emblema Del León. Stefano Vignaroli

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Bajo El Emblema Del León - Stefano Vignaroli

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una mano nerviosa hacia el paquete de cigarrillos y sacó uno para encenderlo. Se quedó con el cigarrillo en la boca y el encendedor prendido en la mano, interrumpida por el sonido del teléfono móvil. Sobre la pantalla aparecía el número de un celular que no estaba guardado en los contactos y precedido por el prefijo internacional +49.

      Lucia y Andrea intercambiaron una mirada interrogativa, luego él le hizo una señal para que respondiese. Lucia puso el manos libres, de manera que Andrea pudiese escuchar la conversación. Desde la otra parte del teléfono una voz masculina comenzó a hablar en un italiano casi perfecto, aunque con un marcado acento sobre las erres.

      ―¿Parrrrlo con la Condesa Lucia Baldeschi-Balleani?

      ―¡Para servirle! ¿A qué debo el honor...?

      ―¡Deje que me prrrresente! Soy Su Alteza Imperial y Rrreal, el Archiduque Sigismondo d'Asburgo Lorena, Gran duque titular de Toscana y Gran Maestro dell’Insogne Sacro Militare Ordine di Santo Stefano Papa e Martire.

      ―¡Cáspita! ―dejó escapar Andrea en un susurro para que su voz no llegase al micrófono del teléfono. ―¡A lo mejor ha decidido financiar nuestras investigaciones arqueológicas!

      Lucia puso el índice delante de la nariz para instar a su compañero a estar callado.

      ―Y es un placer para mí enterarme de su interés por mi persona. ¿A que debo, si se me permite preguntarle, este honor?

      ―Veo que ha recibido una óptima educación y debo darle la enhorabuena a usted y a su familia. Pero, vayamos al grano. Verá, en conformidad con el artículo 5 del actual Statuto dell’Ordine di Santo Stefano, y en conformidad con los antiguos Statuti dell’Ordine mismo, cada año escojo tre nobles para elevar al grado de Bali Gran Croce de justicia, en consideración por los altos méritos adquiridos en vida, en el trabajo o en el estudio. Nunca antes de ahora este honor había sido reservado a una mujer. Pero, vistos los resultados de sus trabajos de investigación sobre los orígenes y la historia de su noble familia, este año he sentido que debería hacer una excepción a la regla. Y he decidido que será usted la elegida para ser nombrada Cavaliere di Gran Croce del Bali. Por lo tanto, la invito oficialmente a la ceremonia de investidura que tendrá lugar en Firenze en la Santa Navidad.

      ―¡Pero Navidad será dentro de quince días! Tengo compromisos, tanto de trabajo como personales. En fin, mi prometido, mi familia ―intentó ganar tiempo Lucia un poco confusa.

      ―No se preocupe. Venga a Firenze con su prometido o con otros miembros de su familia. Por supuesto, su viaje será a mis expensas. Le estoy enviando por correo electrónico la reserva para el tren Frecciarossa Ancona ― Firenze, ida y vuelta, en primera clase. ¡La espero con impaciencia! ―y colgó el teléfono sin ni siquiera darle tiempo a responder.

      Andrea y Lucia se miraron enseguida con aire atónito, luego rompieron a reír.

      ―¡Cavaliere di Gran Croce del Bali! ¡Mis respetos, Mi Señora! ―declamó Andrea con aire burlón, haciendo una reverencia. ―Pienso que tengo bastantes motivos para comenzar a ponerme celoso. A mis expensas, te acompañaré a Firenze, no me fío.

      ―¡Venga, ya! Su Excelencia Imperial y Regia será realmente una vieja cariátide ―respondió Lucia con aire divertido.

      ―Su Alteza, no Su Excelencia ―la corrigió Andrea. ―De todos modos la voz parecía bastante juvenil. No me fío, no me fío. Iré contigo, siempre que tu decidas ir, ¡de ninguna manera dejaré que vayas sola! Y además no podemos pasar la Navidad uno lejos del otro, no hay más que hablar. Firenze es una hermosa ciudad, una de las ciudades más románticas de Italia. Mejor no desperdiciar la ocasión de darte el beso más apasionado de tu vida sobre el Arno, en el Ponte Vecchio.

      ―¡Oh! ¿Y desde cuándo te has convertido en romántico, tú que siempre has sido un montón de músculos y testarudez?

      ―¡Bueno, desde que me has puesto celoso! ―sonrió Andrea. ―Pero aparte de esto, Firenze es una hermosa ciudad de arte y podremos unir lo útil a lo placentero. A fin de cuentas alguien escribió La belleza salvará el mundo, ¿o me equivoco?

      ―Fedor Dostoevskij en El idiota. Antes de meter la pata al pronunciar una cita intenta estar seguro de conocer a fondo de qué trata, en caso contrario más que la figura del estudioso haces la del...

      ―¡… la del idiota! ―dijo estallando en una carcajada, se acercó a Lucia, la estrechó en un caluroso abrazo, acercó sus labios a su rostro perfumado y comenzó a besarla.

      ―¡La última palabra siempre la dices tú, eh! ―consiguió pronunciar Lucia jadeante, intentando recuperar el aliento y sacándose la camiseta. Sintió las manos de Andrea buscando el cierre del sujetador para desabrocharlo, luego lo vio quitarse la camiseta para quedarse él con el torso desnudo. La urgencia de los cuerpos para encontrar el contacto recíproco los empujó al dormitorio, donde frescas sábanas acogieron a los dos amantes ahora ya desnudos del todo.

      ―La belleza salvará el mundo ―repitió Andrea, haciéndole entender esta vez que la alusión iba dirigida a ella.

      Capítulo 7

      Cabalgar por la llanura padana en aquella estación fue considerado por Andrea casi peor que navegar en mar abierto. Habituado a las colina y a las montañas de su amada tierra, nunca se hubiera esperado andar durante leguas y leguas por un terreno todo llano. Pero lo peor era la humedad, la niebla que hacía perder el sentido de la orientación, tan espesa era en ciertos puntos, y se filtraba debajo de la ropa hasta llegar a afectar a los huesos. Por no hablar de los senderos que a menudo se perdían en la espesura del boscaje o que llevaban directamente a pantanos y humedales, imposibles de atravesar, obligando a largos e interminables rodeos, sino incluso a dar marcha atrás para escoger otro ramal del camino. Por suerte los dos soldados que lo acompañaban estaban familiarizados con el lugar, de lo contrario Andrea habría renunciado a llegar a Ferrara, tirándose al suelo y permaneciendo a merced de los peligros de la naturaleza salvaje de la llanura del Eridano. Finalmente, salieron del bosque de Porporana y vieron que un amplio campo cultivado se extendía ante ellos, hacia el burgo de Pallantone, hasta la orilla del río Po. Después de mediodía, el sol había conseguido triunfar sobre la humedad de tal forma que Andrea observó, no sin disgusto, que sin la protección del bosque y de la niebla, él y sus dos soldados que lo acompañaban estaban completamente al descubierto y eran fáciles blancos de posibles malhechores. No tuvo ni tiempo de terminar esta consideración cuando dos caballeros ataviados de manera extraña les pasaron a la carrera, levantando trozos de fango y blandiendo sobre sus cabezas unas espadas de una largura distinta a las que Andrea estaba habituado a usar.

      ―¿Quiénes son? ―preguntó Andrea preocupado.

      ―Lansquenetes. Las espadas que habéis visto se llaman Lanzichenette o Katzbalger11 . Éste último término, en su lengua, significa piel de gato. Algunos dicen que, dado que los que llevan estas armas son de baja extracción social, son incapaces de comprar una funda auténtica y por lo tanto utilizan la piel de un felino doméstico en sustitución de la misma. Pero no es así. Muchos lansquenetes, a pesar de combatir como soldados mercenarios, pertenecen a la rica burguesía o a la nobleza germánica. El término Katzbalger se refiere, de hecho, a la ferocidad felina con la que combaten. En la batalla son capaces de tirarse sobre las primeras líneas de los piqueros enemigos, pasando debajo del bosque de lanzas extendidas y utilizando esas espadas como cuchillos con el fin de romperlas. Pero tampoco tienen ningún escrúpulo para mutilar a los adversarios, apuntando a partes de su cuerpo que no están protegidas con armadura. Hacedme caso, mi Señor, es gente peligrosa. Mejor estar alejados.

      ―Si

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