Bajo El Emblema Del León. Stefano Vignaroli

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Bajo El Emblema Del León - Stefano Vignaroli

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madura, todavía más hermosa y placentera. Envuelta en su gamurra de tonos azul celeste, ceñida a la cintura por un elegante cinturón de cuero, el generoso escote que mostraba la curva de sus senos, Lucia era de una belleza que quitaba el aliento. Los cabellos negros, largos, estaban recogidos detrás de la nuca en una trenza, mientras que la frente estaba rodeada por un simple lazo de cuero, adornado en la parte delantera por una piedra preciosa del mismo color azul del vestido que llevaba puesto. Bernardino, que nunca había querido atarse a una mujer en toda su vida, comprendía que la única de la que se había enamorado, con la que había conseguido compartir la pasión por el arte, por la poesía y por la literatura estaba en ese momento a un paso de él, pero era totalmente inalcanzable. No sólo nunca habría hecho el amor con ella, sino que de ella no obtendría jamás un beso o una caricia. Debía contentarse con sus miradas, sus sonrisas, sus palabras. Y ya era mucho. Por lo demás, sólo podía soñar con ella.

      ―Mi Señora, ¿por qué ir a Apiro? Ya no hay nadie que os ligue a ese lugar. Es un sitio maldecido por Dios, poblado de demonios y de siervos del demonio, brujas y brujos. Vos sois una mujer noble, ¿por qué queréis ser tomada por una curandera, o peor, por una bruja?

      ―¡Oh, venga, Bernardino! ¿A qué vienen estas palabras? ¿Os ha hecho mal trabajar con los frailes de la abadía de Sant’Urbano? También ellos son de Apiro, sin embargo os han venido bien para vuestro trabajo. Para preparar infusiones y medicinas como la que os he suministrado hasta ahora, necesito recoger hierbas medicinales. Y en Apiro, sobre todo en la zona de Colle di Giogo, se recogen muchas de excelente calidad. Y además ésta es la mejor estación para recolectarlas. Además, aprovecharé la floración del azafrán para recoger los valiosos estigmas y podré encontrar también de asparagina. De esta manera podré proveer también a mi cocina. Estaré fuera unos días y volveré fortalecida en cuerpo y espíritu. El invierno ha sido largo y lo he pasado angustiada por no haber tenido ninguna noticia de Andrea. Ahora necesito distraerme un poco y hacerlo a mi manera. Entre otras cosas, me gustaría también visitar a Germano degli Ottoni, el regidor de la comunidad de Apiro.

      ―Veo que mis consejos son como palabras que se las lleva el viento. Hacedme caso por lo menos en esto: ¡que os acompañe una fiel escolta! Es más, llegado este momento, dado que os trasladáis a Apiro, os querría pedir un pequeño favor ―y puso en las manos de Lucia el valioso libro que hasta hacia un poco había mirado y remirado ―Ésta es la primera copia impresa por mí de la Divina Comedia que contiene las ilustraciones realizadas por los frailes de Sant’Urbano. Paraos en la abadía y entregad el volumen al Padre Guardiano, saludándolo y dándole las gracias de mi parte. Creo que se pondrá muy contento al ver esta obra finalmente acabada y de tener una copia para enriquecer la biblioteca de convento.

      ―¿Estáis seguro de que queréis separaros de ella? ¡Me parece que es la única copia que habéis impreso!

      ―He comprobado su calidad y tengo todo preparado para estampar cientos y cientos de copias. Creo que es justo que esta primera copia se le entregue a la comunidad de frailes que han estado trabajando en su creación.

      ―Perfecto, Bernardino, si ese es vuestro deseo, seré feliz de llevar a término esta misión de vuestra parte.

      Lucia hizo casi desaparecer el tomo bajo su brazo. Luego se acercó con cuidado al impresor, acariciándole una mejilla con sus labios, a modo de despedida. Bernardino hizo como si nada pero su corazón estaba alterado. Mientras la observaba alejarse, se dejó caer en una silla de madera, cerca de la entrada del taller. Puso una mano en el bolsillo y estrechó la botellita que le había dado Lucia. Pero no le dio tiempo a meter en la boca una gota de la medicina porque antes de hacerlo se cayó. Jadeó, buscando aire, los párpados se le cerraron. Sintió que el corazón ya no le latía, estaba parado. Se deslizó del banco hasta llegar al suelo, luego, todo a su alrededor se hizo oscuro como la pez. Cuando volvió a abrir los ojos vio a Valentino, su aprendiz, sobre él, que le oprimía la nariz con los dedos y empujaba con fuerza su aliento en el interior de su boca. Le hizo una señal para que parase, encontrando la fuerza suficiente para llevar hasta la boca el frasquito que todavía estrechaba en la mano. Consiguió echar algunas gotas, manteniéndolas debajo de la lengua. En unos pocos segundos sintió que lo invadía un extraño calor, recuperó sus fuerzas, se volvió a poner en pie, rechazando la ayuda de Valentino que le tendía la mano, y volvió dentro del taller.

      ―¡Paolo, Valentino! Preparad las máquinas. ¡Vamos a imprimir!

      Capítulo 9

      La primavera es éxtasis.

      Florecer es un acto de amor.

      (Anónimo)

      Antes de abandonar la ciudad Lucia se fue al palacio episcopal para despedirse de Monsignore Piersimone Ghislieri, que se alegró de recibirla en la sala de audiencias.

      ―Mi querida condesa, estoy muy feliz de veros ―dijo tendiendo la mano anillada hacia la joven postrada a sus pies. ―Venga, venga, alzaos y decidme. ¿Hay novedades de vuestro prometido? ¿Se sabe cuándo volverá? ¿Cuándo podré uniros en matrimonio?

      ―Cuántas preguntas, Vuesa Eminencia. Si tuviese las respuestas sería feliz compartiéndolas con vos. Por desgracia, mis informadores me han dicho que Andrea ha sido enviado el otoño pasado a combatir en los Países Bajos para ayudar a los soldados franceses en la sucia guerra contra Carlo V d'Asburgo. El invierno ha sido largo y de Andrea y de sus compañeros de armas no se ha sabido nada más. Pero mi corazón me dice que está vivo.

      ―Por lo que yo sé, los franceses están llevando la peor parte, tanto que nuestro Papa Clemente VII, para no ser arrollado por los acontecimientos, está intentando tejer una posible alianza con el Emperador con el fin de proteger el Estado de la Iglesia.

      ―¿De verdad? ¿Y en el resto de Italia, nuestro bien amado Papa no piensa? Si actúa así le estaría abriendo el camino a los lansquenetes que incluso podrían llegar hasta Milano, saquearla, y desde allí llegar hasta Firenze y hasta Roma. ¿Y los nuestros, que están ayudando al ejército francés, qué fin tendrán?

      ―Debemos confiar en nuestro Santo Padre. Veréis, todo saldrá a la perfección. Pero decidme el motivo que os ha traído a verme. No creo, Condesa Lucia, que hayáis venido aquí a hablar de la guerra y de política. ¿Entonces? ―y el cardenal se puso en posición de escuchar, mirando a la joven de reojo, con mirada perspicaz.

      Lucia enrojeció ligeramente, sintiéndose observada de esa manera por un alto prelado. Intentó disimular la incomodidad, apartando la mirada de los ojos del cardenal y fijándola en las llamas alegres de la gran chimenea.

      ―Durante unos días estaré fuera de Jesi y, por lo tanto, no podré continuar, como he hecho hasta ahora, con el gobierno y la administración de la ciudad. Así que, en mi ausencia, devuelvo estas funciones, que con tanta confianza me habéis encomendado en su momento, a vuestras manos. Está claro, hasta que yo vuelva.

      ―Bien, no tengo ningún problema con esto, aunque soy más experto en el gobierno de las almas que en las cuestiones materiales y terrenas. Pero, por favor, decidme dónde queréis ir y por cuánto tiempo estaréis ausente. ¿No tendréis la intención de ir con vuestro enamorado a los Países Bajos poniendo en peligro vuestra vida?

      ―No, no os preocupéis. Mi intención es estar fuera unos cuantos días. Iré hacia los Apeninos y llegaré hasta la abadía de Sant’Urbano. Tengo una misión que cumplir de parte de Bernardino, el impresor. Debo entregar a los frailes benedictinos, hermanos muy queridos por vos, una copia de la Divina Comedia hecha por mi querido amigo tipógrafo y enriquecida con las ilustraciones diseñadas por las manos de los mismos monjes. Aprovecharé la ocasión para aislarme unos días para meditar, rezar y hacer penitencia. Después del

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