¿Qué hacemos con Menem?. Martín Rodriguez

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¿Qué hacemos con Menem? - Martín Rodriguez Singular

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económico y político. A los ojos de esta filosofía de la historia, la historia sería lineal e iría como una calle de dirección única: de Oriente a Occidente. “La historia debe comenzar con el imperio chino”, decía Hegel en su obra sobre la filosofía de la historia.[13] La historia tendría un principio y un final. Eso repetía el filósofo ruso-francés Alexandre Kojève en sus seminarios sobre Hegel en París entre 1933 y 1939. Kojève, introductor de Hegel en Francia, es la principal referencia teórica de Francis Fukuyama en su ensayo. Los acontecimientos posteriores al último acto de la historia temporal –es decir, el triunfo de las tropas napoleónicas, en 1806, contra el ejército prusiano en la batalla de Jena– son leídos por el pensador ruso-francés desde esta lógica que hace posible entender la Revolución china como la mera introducción del código napoleónico en la nación asiática. Asimismo, los soviéticos serían desde la irónica mirada de Kojève simplemente estadounidenses pobres, que en un futuro no muy lejano devendrán rusos ricos. ¿Qué hay después del final de la historia? El “alineamiento de las provincias”. Porque el final de la historia puede ser el Estado prusiano de Hegel, el comunismo marxista o el triunfo de la democracia liberal de Fukuyama.

      Esperando a Menem

      Pero la crisis entre la primavera democrática de los ochenta y la modernización económica de los noventa partió al medio esas décadas e implicó un shock para la estructura social existente, que ya venía muy herida. Sin embargo, si bien Alfonsín y Menem son los nombres de la transición a la democracia, hay continuidades y rupturas entre uno y otro. Décadas diferentes, aunque vistas de lejos bien conectadas. Ciclos políticos construidos uno sobre el otro. Dos décadas enlazadas como una doble hélice. La recta final del siglo XX que supimos conseguir.

      El alfonsinismo persiguió desde un principio un desafío fundamental: expulsar material y simbólicamente al partido militar implicaba saber que no se podía restablecer el orden democrático y republicano sin recuperar el monopolio de la violencia legítima. Un orden herido de muerte por la ocupación militar de las instituciones argentinas, que habían restablecido a su modo el monopolio de la violencia estatal mediante la muerte sistemática. En ese marco el histórico Juicio a las Juntas cumplía un rol reparador en múltiples sentidos. Pensemos en 1986: la Argentina venía de ejercer su primera elección legislativa de la nueva democracia (1985), se ganó un Mundial de fútbol y un Oscar, y la economía asistía a un momento de esperanza posible (que terminaría mal). Sin embargo, el país estaba todavía al acecho de intentos de golpes militares y se respiraba el oxígeno de la economía de guerra alfonsinista.

      En este contexto, la llegada de Carlos Menem es historia. De ser el “gobernador más alfonsinista” dentro del peronismo a disputar con el verdadero espejo socialdemócrata de Raúl Alfonsín dentro del peronismo: Antonio Cafiero. Menem apoyó el “Sí” en el referéndum del canal de Beagle y fue el único gobernador peronista en apoyar el Plan Austral. Así se abrió paso camino a la Casa Rosada con los huesos de la Renovación Peronista.

      La experiencia sensible

      En ese marco el menemismo fue la fórmula que pulió el peronismo realmente existente para alinear la República Argentina con la música que sonaba en el mundo en ese momento. Paradójicamente o no, para pensar a Menem vale recordar el dictum del felipismo socialista español de los años ochenta: “Vamos a dar vuelta el país como una media”.

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