Pasquines, cartas y enemigos. Natalia Silva Prada

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Pasquines, cartas y enemigos - Natalia Silva Prada Ciencias Humanas

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“porque tu solo tienes y no otro alguno la llave de tu boca”.14 El escritor franciscano advierte desde su propia concepción del mundo la fuerza e influencia de la palabra en el devenir del hombre.

      El lenguaje ha sido definido como el “vehículo por el que el hombre transmite el resultado de sus experiencias de instalación en la naturaleza y en la sociedad”15 o como “una forma más de percibir la realidad histórica”.16 Sin embargo, la historia cultural del lenguaje ha sido poco definida, aunque cultivada desde hace unas décadas por historiadores de renombre como Natalie Zemon Davis,17 Lynn Hunt,18 Carlo Ginzburg,19 Arlette Farge,20 Peter Burke,21 Roger Chartier22 o Robert Darnton,23 quienes a su vez han recibido una importante influencia de científicos sociales como Mijaíl Bajtín,24 Clifford Geertz,25 Pierre Bourdieu,26 Michel de Certeau27 o Michel Foucault.28

      En este libro nos aproximaremos al lenguaje como una entidad mixta que puede fungir ya sea como espejo, ya como agente social. Es decir, no exclusivamente a la noción convencional del lenguaje como medio de comunicación (vocabulario o nomenclatura designativa de hechos, cosas e ideas) sino como generador activo de los significados con los que dichos hechos, cosas e ideas son dotados. Se trata de aproximarnos a formas del lenguaje que nos permitan comprender cómo opera el mundo y qué lugar ocupan los actores sociales en él.29

      La historia cultural del lenguaje es una historia sensible a “los lenguajes de que se valen los actores sociales para definir sus identidades y para oponerse a quienes los desmienten”.30 Para los historiadores pioneros de la nueva historia cultural o sociocultural, “la instancia llamada cultura es el marco con el que operamos los individuos en el seno de la realidad, el repertorio de códigos que hacemos valer para actuar”.31 De donde se infiere que el historiador cultural es el que “rastrea esos códigos con el fin de interpretar adecuadamente las acciones de los antepasados”32 y, añadiríamos, las palabras específicas, símbolos y gestos con los que se expresaban esas acciones.

      En este punto debemos advertir que tomamos distancia de las reflexiones extremas generadas por el llamado linguistic turn popularizado por Richard Rorty33 y las conclusiones expuestas por sus seguidores. Ciertos humanistas posmodernos llegaron a proponer que la realidad no puede existir si no se la nombra, es decir, que ella se encuentra sometida al lenguaje. 34 Para los historiadores, una consecuencia extrema de esta forma de pensamiento fue la formulación de la idea de que no podemos escapar al relativismo que nos imponen los textos con los que escribimos el relato histórico, convirtiéndose así la Historia en una construcción sujeta a las leyes del lenguaje, en un ejercicio retórico y hasta de ficción más que científico.35 Otra consecuencia del giro lingüístico sería la dependencia de los sujetos históricos a los lenguajes impuestos por las instancias de poder. Al contrario de esto, y siguiendo las reflexiones de Roger Chartier, creemos en la posibilidad de los actores sociales de darle sentido tanto a las prácticas como a las palabras y a la capacidad de reaccionar de manera inventiva en los espacios cotidianos, a las coacciones y a las convenciones que tratan de imponer las fuerzas dominantes de las distintas sociedades.36

      Este trabajo se centra en el estudio del sentido de las palabras, así como de los gestos, imágenes y símbolos que mediaban los conflictos de la gente que vivió en Hispanoamérica en los siglos XVI y XVII. La reflexión sobre el lenguaje verbal y simbólico ubicado en su contexto nos permite “dar significado a las palabras [pero también símbolos, gestos e imágenes] oscuras de individuos” remotos, imaginando “lo que debieron de sentir, de pensar, aunque admitiendo a la vez la distancia infranqueable [que nos] separa de ellos y que hace imposible restituir el mundo pretérito”.37

      En 1987 Peter Burke llamó la atención a historiadores y lingüistas sobre la necesidad de construir una “historia social del lenguaje”. Casi dos décadas después, en el año 2005, él hacía constar la existencia de respuestas a ese llamado desde el campo de la lingüística y de la historia en el prefacio al libro editado por Rocío García Bourrellier y Jesús María Usunáriz, Aportaciones a la historia social del lenguaje.38 En fechas más recientes el impulso de este tipo de estudios se concretó en una obra centrada específicamente en el estudio del improperio en el Siglo de Oro español titulada Los poderes de la palabra39 y en un esfuerzo lexicográfico y documental llevado a cabo por Cristina Tabernero y Jesús María Usunáriz, quienes han dado a la luz un increíble Diccionario de injurias40 de los siglos xvi y xvii. Este diccionario se basa en mil quinientos procesos judiciales del Archivo General de Navarra, el cual contiene más de mil términos que con sus variantes de uso asciende a un total de ocho mil doscientos términos, los cuales dan a conocer los procesos de oralidad de los hablantes del pasado y la extensión del uso de las voces.

      La que Peter Burke llama historia cultural del lenguaje, “o cualquiera que sea el nombre que quiera dársele”,41 parece estar creciendo a un ritmo constante. Con este nombre se refiere en particular a una subdisciplina que estudia en su contexto histórico social el uso de las diversas lenguas. Desde la perspectiva histórica no se trata de un ejercicio de lingüística pura sino de aprehender las formas que el lenguaje asumía entre nobles, mercaderes, cortesanos y bandidos o entre otros grupos como los de las mujeres, los moriscos y los judíos. En 1987 Burke expresaba con mucha razón que el estudio del lenguaje no debía ser un campo exclusivo de los lingüistas, destacando la necesidad de estudiarlo como una institución social y como una parte de la cultura. Desde esta misma perspectiva, al lenguaje verbal —escrito u oral— debemos sumar el lenguaje simbólico y el lenguaje visual.

      En los años precedentes el debate acerca de la importancia del lenguaje y del discurso sobre la reconstrucción histórica y su posibilidad de ser en sí misma una ciencia ha tenido enormes repercusiones a nivel teórico, pero relativamente pocas a nivel práctico. José María Usunáriz nos recuerda cuáles han sido los diversos recorridos teóricos y los intensos debates que habrían contribuido a despertar entre los historiadores la conciencia de la necesidad de acercarnos al estudio del lenguaje. En ese ámbito, y siguiendo a Michel Foucault, se han desarrollado investigaciones centradas en torno a las relaciones entre el lenguaje y el poder, o siguiendo a Quentin Skinner han analizado las teorías y terminología de los politólogos del Siglo de Oro. La propuesta de Chartier, la de estudiar las formas culturales específicas del lenguaje de cada época, va avanzando en España y tiene todavía un gran terreno de cultivo en América Latina. Uno de los esfuerzos colectivos recientes más notables es la obra Palabras de injuria y expresiones de disenso coordinada por Claudia Carranza Vera y Rafael Castañeda García.42 Este libro es fruto de un proyecto dirigido a estudiar las diversas expresiones y manifestaciones del lenguaje licencioso o atrevido en el periodo colonial desde dos esquinas disciplinarias, la literatura y la historia. El libro está compuesto por dos decenas de ensayos que abordan el universo de la injuria en sus aspectos políticos,43 sociales, judiciales, religiosos y literarios. La injuria, el insulto o la infamia no son cuestiones que se reducen simplemente a denuestos lexicales, sino que podemos encontrarlas en las crónicas y cancioneros, en los tropos del lenguaje como la sátira,44 en las maldiciones, las fórmulas mágicas, los maleficios, las interjecciones, las canciones, la blasfemia,45 la herejía, la burla y los gestos.

      Debemos mencionar los importantes esfuerzos que algunas profesoras chilenas han emprendido en la revista Historia y justicia en la que se han publicado investigaciones relacionadas con el tema de la injuria de palabra en el ámbito judicial. María Eugenia Albornoz Velásquez, una de las pioneras de este proyecto, ha publicado numerosos artículos relativos a esta materia desde la presentación de su tesis de maestría “Violencias, género y representaciones: la injuria de palabra en Santiago de Chile. (1672-1822)”.46 Parte de estos esfuerzos se pueden consultar en varios artículos publicados en la revista Nuevo Mundo, Mundos Nuevos, en la que la injuria de palabra se asume como un delito del lenguaje.47

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