Ríos que cantan, árboles que lloran. Leonardo Ordóñez Díaz

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Ríos que cantan, árboles que lloran - Leonardo Ordóñez Díaz Ciencias Humanas

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selváticas del continente en el contexto de la actual problemática ambiental. No en vano la Amazonía sigue siendo una especie de frontera o de límite con respecto al avance de la modernidad occidental. Aunque las incursiones iniciales de los europeos en la cuenca fueron realizadas por expedicionarios españoles y portugueses hace casi cinco siglos, seguidas por los viajes de exploración científica de naturalistas como La Condamine, Humboldt, Spruce y Wallace en los siglos xviii-xix, el territorio amazónico conservó su condición de región aparte, inasimilada y distante, sobre la cual colonos y viajeros proyectaban sus anhelos de riqueza y sus sueños escapistas, pero también sus temores frente a las fuerzas supuestamente irracionales de una naturaleza todavía no domesticada. Si bien eventos como el desangre demográfico que las enfermedades traídas por los europeos desataron entre las poblaciones indígenas amazónicas, así como el nefasto boom cauchero de 1890-1912, atestiguan el carácter traumático de las empresas de incorporación de estos territorios a los circuitos de la economía capitalista, la Amazonía y sus pobladores permanecen hasta bien entrado el siglo xx como una especie de núcleo ubicado al margen de la historia mundial. Incluso en el terreno de la antropología, la etnografía amazónica se desarrolla tardíamente, cuando ya los grandes debates teóricos fundadores de la disciplina han quedado atrás ­(Taylor 1994). Solo a partir de los años setenta, empujada por los buldóceres y alimentada por las queimadas estacionales, la colonización de la selva adquiere las enormes proporciones que la han convertido en foco de atención de la opinión pública alrededor del mundo y en preocupación importante dentro de la agenda política de muchos países.

      Sin embargo, ya desde inicios del siglo xx la narrativa de la selva venía proyectándose como una fuente importante de conciencia cultural en América Latina acerca de la existencia de la selva y sus pobladores nativos. A través de su prosa, los narradores dieron testimonio del choque de los colonos europeos y mestizos con los indígenas y detallaron las primeras formas de explotación mediante las cuales los primeros aprovecharon (pero también devastaron) los recursos selváticos. Las obras de esta época incluyen la selva tropical como parte del panorama geográfico de conformación de los países de la región, y al mismo tiempo denuncian los excesos e injusticias que prosperan en el ambiente de impunidad y aislamiento favorecido por la selva, un entorno al que tradicionalmente los gobiernos centrales le habían dado la espalda. De este modo, en las primeras décadas del siglo pasado, varios cuentos de Horacio Quiroga y dos novelas justamente célebres —La vorágine de José Eustasio Rivera y Canaima de Rómulo Gallegos— inauguran el canon de la narrativa de la selva. En estas obras, la selva no es un mero telón de fondo y adquiere el rango de auténtica protagonista de los acontecimientos, partícipe por derecho propio en el curso de las acciones gracias a su impulso genésico, a su hermetismo amenazador, a su inmensidad misteriosa difícil de descifrar, pero, sobre todo, a la ambigüedad de las relaciones que se tejen entre el entorno selvático y las prácticas de los caucheros y los colonos mestizos. La impresión sobrecogedora que produce de entrada el entorno selvático palidece al cabo ante la conmoción desatada en la selva por las ambiciones y las luchas de los humanos. Poco tiempo después, la narrativa de la selva gana un nuevo impulso durante la eclosión creativa vivida en América Latina durante los años cincuenta y prolongada en las décadas siguientes —baste pensar en la novela Los pasos perdidos y el cuento “Los advertidos” de Alejo Carpentier, y en las novelas La casa verde y Pantaleón y las visitadoras de Mario Vargas Llosa—, obras en las que las imágenes de la selva aparecen filtradas por un alto grado de reflexividad histórico-crítica, por la confrontación consciente con imaginarios heredados de la época colonial y por un sofisticado repertorio de recursos narrativos.

      Consideradas desde la atalaya del siglo xxi, ¿cuáles son las visiones de la Amazonía y de otras regiones ecológicamente afines de nuestro continente que predominan en la narrativa hispanoamericana de la selva? ¿Cómo esas representaciones literarias se han transformado con respecto a los imaginarios heredados de la tradición? ¿De qué modo y en qué medida la narrativa más reciente refleja el cariz tomado por la situación a raíz de la crisis ecológica? ¿Qué problemas ambientales y ecológicos de la Amazonía están representados en el corpus y en qué sentido son relevantes hoy? Plantear tales cuestiones resulta tanto más pertinente si tenemos en cuenta que los entornos naturales de América Latina han sido descritos desde mucho tiempo atrás de forma estereotipada, sea como regiones dominadas por fuerzas primordiales y redentoras, o como comarcas salvajes e indomables que se oponen tercamente a los esfuerzos civilizatorios (Villegas 2006, Marcone 2000, Fuentes 1972, Vargas Llosa 1969). Ambos enfoques tienen un elemento común: la selva —y, por extensión, la naturaleza del continente— es presentada como si se tratara de una realidad extraña, a veces oscura y amenazadora, a veces mágica y seductora, pero, en cualquier caso, cerrada sobre sí misma e impenetrable para la racionalidad occidental.

      Este modo de concebir la realidad latinoamericana, cuyas raíces se remontan al asombro experimentado hace quinientos años por los europeos a su llegada al continente y revivido por los conquistadores en sus exploraciones de los territorios descubiertos (Schumacher 2012, Pastor 2008, Ospina 2007), está bastante difundida en la literatura hispanoamericana del siglo xx, lo que ha nutrido el cliché según el cual América Latina es un lugar exuberante y exótico. Empero, con el avance de la globalización, asistimos a un viraje notable. Desde fines del siglo pasado, debido a la resonancia global alcanzada por la crisis ecológica, hay una conciencia creciente de la urgencia de cambiar nuestro estilo de vida y nuestras relaciones con la naturaleza. Además, la globalización ha trastocado la posición de los países de América Latina en el orden mundial posterior a la Guerra Fría, revalorizando su riqueza natural y su biodiversidad, amenazadas por procesos de deterioro ligados a una modernización acelerada e invasiva. La narrativa reciente ha sido sensible a estos procesos y por eso en la prosa de los escritores actuales hay una búsqueda de recursos narrativos ajustados a las temáticas emergentes en relación con la representación literaria de la naturaleza y de sus transformaciones históricas.

      Todo ello es síntoma del cambio que está experimentando nuestra percepción de la selva —y, por ende, nuestra manera de referirnos a ella— en las últimas décadas. Como es sabido, el modo en que percibimos el mundo ejerce una influencia decisiva en el cariz que asume nuestra relación con él. Sin embargo, los imaginarios y representaciones, lejos de ser el fruto de una creatividad cultural autosuficiente o soberana, dependen crucialmente de los límites y las condiciones que impone la realidad. La manera

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