Ríos que cantan, árboles que lloran. Leonardo Ordóñez Díaz
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Los autores que definen la selva como una «construcción discursiva» o un «texto» formado de múltiples voces (Pizarro 2011, Rodríguez 1997), y la narrativa latinoamericana como un metadiscurso nutrido por una acumulación incesante de capas de lenguaje desde la época de la conquista (González Echevarría 1990), tocan un punto sensible al llamar la atención sobre el componente sociocultural de nuestras representaciones del mundo. Los frutos obtenidos mediante la aplicación de tal enfoque son valiosos y mi trabajo se apoya a menudo en ellos. Sin embargo, la selva es también una realidad biogeográfica compleja, un conjunto de hábitats esenciales para múltiples poblaciones humanas y no humanas. Por eso voy a hacer hincapié en la interconexión de las narrativas de la selva con los ecosistemas tropicales de los que extrae sus temas, y que se cuentan entre los más ricos y variados de la biosfera. Desde esta óptica, las narrativas de la selva son tejidos literarios que surgen de la tensión constante entre nuestras percepciones de la selva y la resistencia del mundo selvático a las simplificaciones implícitas en dichas percepciones. Se trata de obras que no solo revelan el trasfondo histórico de las imágenes de la selva, sino que tratan de enmendar, en términos ecológicos, políticos y éticos, las formas de incomprensión o de ceguera asociadas a tales imágenes. De ahí la necesidad de abordar el tema con una actitud abierta a los aportes de diversas disciplinas científicas y humanistas. La adopción de un enfoque interdisciplinario no solo me exige considerar la selva desde variados puntos de vista, sino que me ayuda a esclarecer los ingredientes básicos de las narrativas de la selva: su ambiguo intento de desmitificar los imaginarios coloniales y de trascender las representaciones estereotipadas; su énfasis en las injusticias humanas y ambientales acontecidas en la selva; sus hallazgos —pero también sus reveses— en la búsqueda de un lenguaje y de un tono narrativos amoldados al entorno selvático; sus descripciones detalladas de la fauna, la vegetación, el territorio; su visión de las relaciones entre los agentes humanos (funcionarios del gobierno, terratenientes, hacendados, turistas, aventureros, científicos, campesinos desplazados, buscadores de oro, caucheros, grupos armados ilegales, poblaciones nativas sobrevivientes) y los ecosistemas selváticos.
Debido a su origen en procesos de conquista y colonización que se remontan varios siglos atrás, las representaciones antagónicas de la selva como «infierno verde» o «jardín del edén», como laberinto vegetal o mundo perdido al margen de la historia, como tierra de prodigios o núcleo de salvajismo, han llegado a ser tópicos poderosamente anclados que rigen con mayor o menor fuerza la percepción occidental de la Amazonía. Pero, aunque las obras canónicas de la selva reproducen estos y otros tópicos afines, en ellas es posible identificar recursos narrativos dirigidos a revisar, a satirizar o incluso a desmontar tales visiones empobrecedoras (Wiley 2009). Esta tendencia a la desmitificación y la crítica de las representaciones tradicionales se refuerza en la producción narrativa del último medio siglo y viene acompañada de una sensibilidad creciente con respecto a las especificidades de los ecosistemas selváticos y a su fragilidad en el marco de la globalización galopante (Barbas-Rhoden 2011). Frente a imaginarios dictados por el miedo a lo desconocido o por el ansia de riqueza, de pureza o de libertad; frente a representaciones en las que la selva aparece como se la teme o como se la desea; frente a concepciones que reducen la complejidad justo allí donde esta constituye un valor esencial, la narrativa de la selva articula —en medio de contradicciones y tanteos— imágenes en las que convergen los actores humanos y no humanos del mundo selvático, la historia natural y la historia social. Y es justo esta convergencia la que mi investigación rastrea y analiza. Mi trabajo pone los estudios literarios al servicio de una exploración en torno a la problemática ambiental en las selvas tropicales de América Latina, con la esperanza de aportar a un mejor entendimiento de la narrativa de la selva, pero también de enriquecer nuestra percepción de la realidad selvática, de afinar nuestra receptividad con respecto a su extraordinaria riqueza de matices y de facilitar una comprensión ampliada de los procesos de transformación que tienen lugar en ella en la actualidad.
2. Una perspectiva plural de la narrativa de la selva
Para esta tarea recurro a un andamiaje teórico mixto. El ecocriticism o environmental criticism (Buell 2005, Glotfelty y Fromm 1996) es útil a la hora de aplicar las herramientas de la crítica textual en una indagación centrada en temas ecológicos; mi idea es realizar un trabajo de crítica literaria ambientalista que, sin sacrificar el énfasis en los ecosistemas selváticos, tenga siempre a la vista los vínculos que ligan los eventos locales de la selva con las dinámicas globales de la biosfera. De particular relevancia dentro de este enfoque son los planteamientos de Hubert Zapf (2008), quien señala cuatro escenarios vitales donde las ciencias ambientales y las ciencias humanas convergen hoy: 1) el nexo de «texto» y «vida», 2) la relación entre «hechos» y «valores», 3) la interacción de «naturaleza» y «cultura», 4) los enlaces entre «lo local» y «lo global». Estas convergencias no eliminan las tensiones entre ambos campos del saber, dado que la biología y la ecología comparten la pretensión de objetividad y el enfoque empírico de las demás ciencias naturales, mientras la política y la ética se basan en ideas antropocéntricas: «autonomía», «conciencia», «libertad», «sentido moral». No obstante, los biólogos están cada vez más dispuestos a admitir que las dinámicas culturales no se reducen a las leyes de la genética. La mayoría de sociólogos, antropólogos, filósofos y artistas reconocen, por su parte, que la cultura nunca está separada de los procesos físicos y metabólicos, sino que guarda con ellos estrechos lazos de interdependencia. Surge así una perspectiva que afirma al mismo tiempo las diferencias y los nexos entre la evolución biológica (guiada por el comportamiento instintivo) y la evolución cultural (guiada por comportamientos socialmente adquiridos y lingüísticamente mediados). Siguiendo a Zapf, me inclino a ver las narrativas de la selva como «ecosistemas culturales» que, al igual que otras formas de producción simbólica, nos ayudan a restaurar la frescura de los sentidos, la salud del lenguaje, el vigor de la vida emocional, amenazados por una simplificación derivada de formas de producción y hábitos de vida que degradan los paisajes físicos, empobrecen los ecosistemas naturales y perturban el equilibrio de la biosfera. El vínculo de las artes con las ciencias y de los textos con la existencia no es, por lo tanto, accesorio sino medular. Las narrativas de la selva no se limitan a recrear el ambiente selvático: apoyándose en él, crean una selva imaginada que nos abre los ojos a la riqueza y complejidad de la selva real, en una constante retroalimentación de los procesos naturales y la creatividad cultural.
Pero la ecología de la imaginación resulta inoperante sin el concurso de una crítica de las relaciones sociales. La devastación de las selvas tropicales es también fruto de una larga historia de injusticias y desigualdad a la que no es ajena la narrativa de la selva. El enfoque de la political ecology (Moore 2016, Gudynas 2015, Martinez-Alier 2002, Peet y Watts 1996), al poner el acento en el análisis de los factores económicos, políticos y sociales ligados al deterioro de la naturaleza en la periferia mundial, brinda herramientas útiles al respecto. En este marco, la crítica rigurosa de las ideas de «Tercer Mundo», «subdesarrollo» y «desarrollo sostenible» (Escobar 1995) subraya la urgencia de disminuir las desigualdades —tanto las económicas como las ecológicas y culturales— sin eliminar las diferencias. La explotación implacable de la selva, al marchitar su riqueza natural, desmantela la diversidad cultural y las formas alternativas de actividad económica que ella alberga. De ahí la necesidad de corregir la «distribución injusta» y el «intercambio desigual» que han marcado hasta ahora el avance de la modernidad y del desarrollo (Escobar 2006: 11). Las narrativas de la selva —a veces para bien, a veces para mal— son voces participantes en los debates en torno a la justicia ambiental, y cualquier ejercicio de crítica literaria referente a ellas tiene que evaluar sus pretensiones testimoniales y de crítica social.
Mi trabajo se articula entonces a partir de un conjunto de ingredientes complementarios entre los cuales ocupan un lugar preeminente la biogeografía de las selvas tropicales de América Latina, la historia de la Amazonía y la Orinoquía,