Ríos que cantan, árboles que lloran. Leonardo Ordóñez Díaz
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Consideradas desde este ángulo, tanto las narrativas pioneras de la selva como las que toman luego el relevo y las que prolongan el subgénero hasta hoy son portadoras de un doble componente crítico cuya evolución e historia merecen un estudio detallado. Por una parte, se trata de obras que impugnan, con mayor o menor lucidez, los clichés según los cuales las selvas se definen por su exuberancia natural, su poderío incontrastable, su complejidad misteriosa, sus peligros insospechados, sus inagotables riquezas. Por otra parte, ellas denuncian las modalidades de explotación de las que los entornos selváticos han sido objeto en el curso de su incorporación al orden global, mostrando hasta qué punto dichas prácticas reactivan una y otra vez, en distintos escenarios, las facetas más nocivas del legado colonial de la región. Semejante empresa crítica, desde luego, no está exenta de ambigüedades que deben también ser objeto de examen atento. Un dato básico a propósito de las narrativas de la selva es que la mayoría de ellas fueron escritas por artistas e intelectuales formados en las ciudades y cuyo conocimiento de la vida selvática era superficial, aun en el caso de autores que vivieron en la selva meses o años. No en vano estas narrativas arrastran el lastre de una separación entre mundo civilizado y mundo natural en la que el primero se define con base en su oposición al último, lo que suscita todo tipo de problemas conceptuales y prácticos que la actual crisis ecológica pone de manifiesto.
La estructura del texto desarrolla en paralelo los citados hilos temáticos. En el capítulo uno presento las dos vertientes que guían mi lectura de las narrativas de la selva —la impugnación de los imaginarios tradicionales, la denuncia de los impactos socioambientales de la colonización— y especifico el abanico de problemas del cual se ocupa mi investigación. En los capítulos dos y tres examino la génesis de las representaciones coloniales del mundo selvático en la época de la conquista. Analizo allí varias novelas históricas ambientadas en la Amazonía, entre las cuales destacan El camino de El Dorado de Arturo Uslar Pietri y El país de la canela de William Ospina. A través de una recreación de las primeras expediciones de los españoles a la zona, esas y otras narrativas efectúan un fino escrutinio de las circunstancias conducentes a la formación de imaginarios decisivos para el destino posterior de la selva: El Dorado, las guerreras amazonas, el laberinto verde, la floresta fecunda. En estos capítulos repaso el zócalo histórico sobre el cual se inscriben las visiones tradicionales de la selva, hondamente marcadas por la herencia colonial.
El capítulo cuatro marca un hito crucial en el desarrollo del argumento, pues en él expongo en detalle el surgimiento de la imagen de la selva frágil en las narrativas de los tiempos de las caucherías. Haciendo énfasis en una relectura ecocrítica de La vorágine de José Eustasio Rivera, a lo largo de este capítulo pongo en evidencia la necesidad de revisar la noción según la cual las obras de Rivera, Gallegos y otros autores corresponden a un regionalismo telúrico centrado en la descripción del combate desigual de los humanos contra una naturaleza gigantesca e invencible. Como veremos luego, en esas narrativas se encuentran, de hecho, las primeras descripciones de las heridas provocadas en el entorno selvático por la acción humana y por la violencia desatada en el marco de la explotación del caucho. Dichos textos inauguran así el desenmascaramiento de los discursos que legitiman la explotación neocolonial de las selvas tropicales.
En el capítulo cinco examino los procedimientos crítico-paródicos mediante los cuales diversos narradores reciclan el imaginario colonial y ponen al desnudo los engranajes retóricos del discurso que lo sustenta, su arraigo en procesos históricos sedimentados desde el arribo de los europeos a América y sus efectos desfiguradores o encubridores del mundo selvático. A partir de ese esfuerzo deconstructivo, muestro también cómo algunos de los textos escogidos para el análisis desembocan en una crítica frontal de las prácticas neocoloniales en boga en América Latina durante la primera mitad del siglo xx. La sección inicial de ese capítulo se enfoca en una selección de cuentos selváticos de Horacio Quiroga y Augusto Monterroso. En la parte central hago un análisis minucioso de las fortalezas y debilidades de la obra maestra de Alejo Carpentier, Los pasos perdidos, cuando se la lee en vena ecocrítica; en ese texto, en efecto, la imagen de la selva frágil desaparece del horizonte, dándole paso al resurgimiento de la visión del mundo selvático como un ámbito cerrado sobre sí mismo, abrigado por su propia y compleja inmensidad —un repliegue compensado en parte por los contenidos ambientalistas implícitos en las nociones carpenterianas de lo real maravilloso y el barroco americano—. En la parte final discuto brevemente algunos de los senderos explorados por la narrativa de la selva luego de la toma de conciencia de diversos autores posteriores con respecto a las potenciales derivas exotistas implícitas en las propuestas estéticas de lo real maravilloso y el realismo mágico.
El capítulo sexto está dedicado al estudio de las novelas selváticas de Mario Vargas Llosa. Mi interés principal consiste en explorar la coexistencia, en las obras de este autor, de una evidente voluntad crítica con respecto a las arbitrariedades e injusticias cometidas por los colonos blancos contra las comunidades indígenas de la selva, y la reaparición del discurso civilizador según el cual la selva y sus pobladores, para salir de la barbarie en la que se hallan inmersos, necesitan modernizarse, sometiéndose a las condiciones derivadas de un doloroso pero inevitable proceso de inserción de la región en el escenario global. Siguiendo el hilo de una larga trayectoria jalonada por cuatro novelas claves —La casa verde, Pantaleón y las visitadoras, El hablador, El sueño del celta—, en este capítulo analizo la forma en que esos textos presentan la forma de vida de los pobladores nativos de la selva y sus relaciones con los colonos blancos y mestizos. Tal recorrido permite constatar, en la escritura de Vargas Llosa, la persistencia del imaginario tradicional sobre la selva, así como el paso de la temática ecológica a un segundo o tercer plano dentro del horizonte de preocupaciones. En los pasajes relevantes, complemento el análisis de los textos con una indagación de las causas de ese hecho tan notable.
Los capítulos siete, ocho y nueve exploran, por contraste, la forma en que otras narrativas de la selva —incluyendo las más recientes— replantean con vigor la preocupación por los daños ecológicos del bosque tropical y por la desaparición paulatina de las culturas autóctonas. El capítulo siete examina el protagonismo de los animales y las plantas en diversas obras. En primera instancia, el foco de atención se centra en varios cuentos sobre animales, algunos de Horacio Quiroga, muy conocidos, y otros de Ciro Alegría y Arturo Hernández, casi totalmente desdeñalados por la crítica especializada. Luego el foco se desplaza hacia dos novelas en las que la relación de los humanos con los animales y el bosque ocupa una posición medular, a saber: Llanura, soledad y viento de Manuel González Martínez y El príncipe de los caimanes de Santiago Roncagliolo. El capítulo muestra de qué modo en estos cuentos y novelas resurge la imagen de la selva como ámbito frágil y delicado, y analiza los recursos narrativos mediante los cuales los textos confrontan al lector con la perspectiva de los habitantes vegetales y animales del bosque, abocados a sufrir en carne propia