Movimiento en la tierra. Luchas campesinas, resistencia patronal y política social agraria. Chile, 1927-1947. María Angélica Illanes Oliva

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de las cuales 2.168.224 correspondía a población rural; el 50,6%46. De éstos, 506.341 eran asalariados agrícolas: 104.569 inquilinos, 238.158 obreros agrícolas y 11.081 empleados. De acuerdo a cifras de la Inspección General del Trabajo para 1936, el personal agrícola se concentraba en la provincia de Santiago (41.655), Talca (23.042), Ñuble (28.995), Cautín (29.031) y Valdivia (25.595)47.

      ¿Qué entenderemos por campesino? En general en América Latina, este concepto abarca «tanto la idea de un campesino puro, como también la de uno que comparte elementos con los trabajadores agrícolas, ya sea porque vende parte de su mano de obra o porque contrata trabajadores temporales»48. Para el caso de Chile, el concepto de campesino es aún más amplia y general:

      En la experiencia chilena, desde que se generaliza el empleo del término campesino y se hace referencia a los «campesinos» o al «campesinado» (…) el concepto se ha utilizado en sentido amplio, abarcando el conjunto de las poblaciones que trabajan la tierra bajo distintos sistemas o estructuras. El término campesino ha adquirido así una connotación claramente antropológica, al abarcar a todos quienes, viviendo en el medio rural, realizan directamente con sus manos las labores de campo, en oposición al de agricultor, terrateniente o patrón49.

      En esta misma línea conceptual, cuando aquí hablamos de campesinos en sentido amplio, hacemos referencia –siguiendo también la orientación de los propios documentos– a aquel que trabaja la tierra con su cuerpo y con el de su familia, ya sea vendiendo su fuerza de trabajo o trabajando por cuenta propia. No obstante, diferenciamos al campesinado independiente (pequeños propietarios, colonos, ocupantes) de lo que llamamos campesinado hacendal o apatronado, nominación que aquí incluye a los medieros, inquilinos y trabajadores rurales en sus diversas capas, rostros y relaciones (de los cuales daremos definiciones en detalle en los párrafos siguientes), todos los cuales quedan, de uno u otro modo, directamente subordinados al terrateniente.

      Desde el punto de vista productivo, el campesinado independiente (como también el mediero o aparcero y también otras figuras independientes como los mapuche) con la venta de sus productos en el mercado local no busca y/o no logra obtener utilidades que le permitan reinvertirlas con fines de mayor producción, «sino sólo conseguir dinero para comprar aquellos bienes que no puede producir en su predio, o para hacer los gastos que le permitan mantener o aumentar su status en la comunidad. El campesino es, por consiguiente, un productor de subsistencias»50. Por su parte, a los mapuche los denominamos específicamente como su nombre lo indica: mapuche o gente de la tierra.

      En general, todos estos grupos comparten en común el ser cultivadores de la tierra a través del trabajo de su cuerpo entregado directamente a ella y con el fin de producir su subsistencia familiar o comunitaria, quedando, por lo general, críticamente sometidos a las fuerzas dominantes existentes dentro y fuera de las grandes propiedades, las que han tomado el control histórico del territorio y del país.

      ¿Cuáles eran los distintos rostros y figuras del campesinado chileno en esta época?

      Los campesinos, en su rostro de pequeños propietarios independientes, existieron desde la época colonial y crecientemente durante la fase republicana, a menudo como resultado de los procesos de parcelación de los «pueblos de indios» que se iniciaron en la década de 183051, por subdivisión de haciendas o por «venta de las tierras marginales de las haciendas», dando origen a lo que se ha denominado campesinado parcelario. En el siglo xx, la expansión de La Frontera hacia el sur del país, favoreció la formación de pequeños campesinos, ya por entrega de parcelas a los soldados de la conquista de la Araucanía, a los inmigrantes o, como veremos, a través de algunos «reconocimientos» de campesinos ocupantes de tierra fiscal en la zona. Según los estudios de Rigoberto Rivera, la tierra asignada a los mapuche abarcó el 5% de la superficie del territorio de La Frontera, mientras la pequeña propiedad en la zona no alcanzaba a más del 10% de la tierra. El cálculo por proyección permite a Rivera establecer que, tomando cifras de Mac Bride, sólo el 5% de la superficie agrícola del país se encontraba dividida en predios de reducido tamaño, con un total de unas 100.000 unidades prediales, con una estimación aproximada de 140.000 pequeños campesinos «con una población de unas 800.000 personas; es decir, más o menos un tercio de la población rural de la época»52. En el curso del siglo xx se habría producido una relativa subdivisión de las haciendas por ventas o herencia, mientras aumentó –especialmente a partir de la década de 1930– el proceso de parcelación de «áreas de tierras marginal y submarginal, lo que dio lugar a un mayor porcentaje de explotaciones de subsistencia»53. En 1936, George Mac Bride observaba que si bien en la zona central había que «rebuscar para encontrar» a los pequeños campesinos, estos estaban aumentando:

      Los corredores de predios rústicos que hasta hace poco se concretaban exclusivamente a grandes transacciones (…), se afanan ahora por encontrar pequeños retazos. Los arrendatarios tratan de adquirir el suelo que trabajan; los medieros, compran, por su parte, las parcelas que se les ofrecen; mientras que una cantidad de profesionales, empleados públicos y los más prósperos de la clase de los artesanos, están ansiosos de comprar algún pequeño fundo o una chacra que aumente su renta y les proporcione al mismo tiempo un lugar de retiro54.

      Este interés por la tierra que surge de la crisis del empleo urbano y de faenas en los años veinte y treinta va a ser también estimulado, como trataremos más adelante, por la ley que creó la Caja de Colonización Agrícola (1928), otorgando facultades y recursos al Estado para el fomento de la pequeña propiedad parcelaria y cooperativa en el país. «Es destacable que, entre 1929 y 1964, este organismo parceló un total de 1.069.764 hectáreas, creando 5.735 nuevos pequeños propietarios». El censo de 1955 permitió establecer que, entre 1924 y 1955, los campesinos parceleros «habían incrementado su peso relativo desde un tercio a dos tercios de la población rural pobre»55.

      Según documentos de la prensa de época, este campesinado parcelario, es decir, con propiedad de tierra, se dividía en diversos grupos o capas con funciones claramente definidas. 1) Por una parte, se podía identificar al llamado «campesino pudiente» que, si bien contrataba mano de obra asalariada beneficiándose de su trabajo, sufría la expoliación del gran terrateniente, de las casas compradoras de cereales, de la usura de los bancos y de los impuestos y contribuciones del Estado. 2) En segundo lugar, estaba el «campesino medio», con parcelas de baja calidad con una extensión entre 50 y 200 hectáreas, que trabajaba principalmente con medieros y contrataba asalariados en tiempos de cosechas; este segmento sufría la misma expoliación antes señalada por parte de terratenientes y mayoristas que le obligaba a vender su producción a muy bajos precios, sufriendo, además, con las excesivas contribuciones y con la falta de crédito. 3) En tercer lugar, existía el «campesino pobre», quien atravesaba una situación «completamente desesperada». Con parcelas ya cansadas, no superiores a 50 hectáreas, trabajaba con su familia, con escasos recursos productivos, empobrecidos por patentes y contribuciones, siendo, además, víctima de «acreedores inescrupulosos que le obligaban a firmar contratos leoninos» que los conducían a la ruina. Sus ingresos anuales no excedían de $12.000. 4) En cuarto lugar, se podía distinguir a un numeroso segmento identificado como «semi-proletariado agrícola», con parcelas insuficientes para mantener una familia, por lo que este grupo se asalariaba parte del año en fundos aledaños o en otras actividades, sufriendo una doble explotación, ya como campesino, ya como asalariado agrícola56. 5) Finalmente, existía la figura del «arrendatario-chacarero»: un campesino que arrendaba cuadras de tierra para sembrar chacras cuyos productos vendía directamente en el mercado de la ciudad. «Los arriendos que paga son siempre sumamente subidos, por ejemplo, en la provincia de Santiago, los hacendados cobran los arriendos a razón de $3.000 la cuadra al año, en circunstancias que por ella el propietario suele pagar menos de $50 de contribuciones»57.

      Por su parte, los asalariados del campo habían cambiado de status legal

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