Movimiento en la tierra. Luchas campesinas, resistencia patronal y política social agraria. Chile, 1927-1947. María Angélica Illanes Oliva

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Movimiento en la tierra. Luchas campesinas, resistencia patronal y política social agraria. Chile, 1927-1947 - María Angélica Illanes Oliva

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p. 38.

      32 Alan, Birou, Fuerzas campesinas y políticas agrarias en América Latina, Madrid, IEPAL, 1971, p. 33.

      33 Jacques, Chonchol, Sistemas agrarios en América Latina, México, F.C.E., 1994, p. 118.

      34 S. Assadourian, et al., Modos de producción en América Latina, México, Siglo XXI, 1989, p. 76.

      35 Sobre el tema del peonaje agrario ver Gabriel, Salazar, Labradores, peones y proletarios. Formación y crisis de la sociedad popular chilena del siglo XIX, Santiago, SUR, 1989.

      36 Jacques, Chonchol, Sistemas agrarios en América Latina, México, F.C.E., 1994, pp. 72-84.

      37 Arnold, Bauer, La sociedad rural chilena. Desde la conquista española hasta nuestros días, Santiago, Editorial Andrés Bello, 1994, p. 37.

      38 José, Bengoa, El poder y la subordinación. Historia social de la agricultura chilena, Santiago, SUR, 1998, p. 50.

      39 H. Zemelman, J. Petras, Proyección de la reforma Agraria. El campesinado en su lucha por la tierra (ICIRA; U. Chile), Santiago, Editorial Quimantú, 1972, p. 26.

      40 Gabriel, Salazar, Labradores, peones y proletarios. Formación y crisis de la sociedad popular chilena del siglo XIX, Santiago, SUR, 1989; Arnold, Bauer, La sociedad rural chilena. Desde la conquista española hasta nuestros días, Santiago, Editorial Andrés Bello,1994.

      41 H. Zemelman, J. Petras, Proyección de la reforma Agraria. El campesinado en su lucha por la tierra (ICIRA; U. Chile), Santiago, Editorial Quimantú, 1972, p. 25.

      42 H. Zemelman, J. Petras, Proyección de la reforma Agraria. El campesinado en su lucha por la tierra (ICIRA; U. Chile), Santiago, Editorial Quimantú, 1972, p. 26.

      43 Sofía. Correa, Con las riendas del poder. La derecha chilena en el siglo xx, Santiago, Editorial Sudamericana, 2005.

      44 Respecto de la historia de la agricultura chilena, debemos agradecer los aportes de tantos valiosos autores, tales como Claudio Gay, Mario Góngora, Rolando Mellafe, Gabriel Salazar, Arnold Bauer, Brian Loveman, José Bengoa, Jacques Chonchol, Fabián Almonacid, entre varios otros. Sus valiosos estudios están en la base y sirven de fundamento de este trabajo, centrado más bien y específicamente en el factor político de las relaciones sociales de producción dadas en el mundo productivo agrario chileno de la década del cuarenta del siglo xx.

       Capítulo I Campesinos y campesinas. Rostros y condiciones de vida y trabajo

      1. Las distintas figuras del campesinado chileno

      «Mi patrón era hermano del Presidente; ellos eran de las ‘cincuenta familias’ que se llamaban en ese tiempo. Venían de la Colonia y tenían todo el poder en sus manos. Yo nací en el campo (…) No tuve niñez, ni ninguno de los compañeros de mi edad, no tuvimos juventud, porque, en aquel tiempo, cuando un niño tenía apenas cinco o seis años, debía estar trabajando con el padre, andar detrás del padre con una palita, un azadoncito, y había que limpiar la chacra o las acequias. Tenía que trabajar, porque no se podía vivir con lo que el patrón le pagaba al papá.

      «Cuando tenía trece años, comencé a trabajar en el fundo, por allá por el año 27. Ahí me pagaban $1 por el día, así que trabajaba seis días y me ganaba $6; me pagaban cada quince días, eran $12 en los quince días y no pagaban los domingos. Luego, en el año 31, cuando yo tenía diecisiete o dieciocho años, entré a trabajar más de fijo en el fundo: sin libreta porque era menor de veintiún años. En ese tiempo había que ser mayor de edad para ser obligado o inquilino, así que fui voluntario; el voluntario ganaba más: si el inquilino ganaba $1, el voluntario ganaba $1,50. En los dos años que estuve de voluntario aprendí muchos oficios. Nos pagaban a trato, según nos daban por potrero. Así, pues, tenía diecisiete o dieciocho años cuando mi padre quedó sin trabajado y me dijo: ‘le hablo al administrador si te recibe’. Le dijo que sí y me pusieron en las carretas; había que aprender a manejar las carretas, sobre todo porque eran con cuatro bueyes y las cuestas eran muy angostas en los potreros. Para todo había que tener cuidado, fijarse, tener responsabilidad en las cosas.

      «La vida era muy sacrificada, y la pobreza era enorme, viera usted la pobreza. En el campo en que se criaba uno era mucha la pobreza, mucha injusticia, y la pobreza la llevaban allá los mismos ricos, por eso no los perdono. (…) El patrón nos daba la casa, pero era un rancho, qué le voy a decir. Entregaba la casa, pero lo demás corría por cuenta del inquilino (…) tenía que hacerse cargo de todo, de la reparación, por ejemplo; cuando llovía, poníamos cueros enteros de animales en las camas. Hacíamos un zanjón por dentro de la pieza para que saliera el agua: esas eran las casas que nos daban los patrones, y así vivíamos. Los niños semidesnudos, a patita pelada, no conocíamos los zapatos. (…)

      «Recuerdo que el año 1931 fue cuando entré a trabajar por la ‘obligación’ de la casa; trabajé durante treinta años, todos los días del año, sin vacaciones. Trabajaba en un establo, primero como ayudante de quesero, después quedé de maestro quesero. Calcule usted, ¡treinta años vegetando! Pero el sacrificio lo hacía porque necesitaba, tenía necesidades yo.

      «No había vacaciones, ni lluvias, ni festivos, ni una cosa, trabajar y trabajar… No me importaba sacrificarme, trabajar de las 4 de la mañana para ir a almorzar a las 12 a la casa, volver a las 4 de la tarde y hacer el mismo trabajo; llegaba a las 12, a la 1 de la madrugada. La Rosario y mi madre me esperaban con una comidita caliente y me iba a acostar, porque ligerito tenía que estar en pie a las 4 de la mañana. Dormía tres horas o cuatro horas mucho. Así que llegaba a almorzar a las 12, me quedaba dormido y tenía que irme de a pie un kilómetro; dormía un sueñecito y me despertaban para irme al trabajo. Trabajé casi veinte años así.

      «Antes no teníamos sueldo. Yo pagaba la ‘obligación’ por la casa, un tanto por el sitio, un tanto por cada animal, hasta por la leña que sacaba del sitio. Luego el gobierno de Ibáñez nos puso un sueldo: dijo que el patrón tenía que pagarle un tanto por ciento en dinero al inquilino. Si lo tomaban a $1000, tenían que pagarle $50, era un mínimo. Así que cuando estuvo Ibáñez puede decirse que tuvimos un sueldo por primera vez.

      «Cuando nos pagaban, a veces nos íbamos a cobrar al lado del río; ahí había un caballero que tenía el almacén del fundo. Él fiaba y le cobraba a la gente quincenalmente, y cuando sacaba las cuentas, había meses en que a uno le alcanzaba justo. El dueño del almacén era el pagador también; uno veía a la gente medio vivir no más. Y como dicen, lo fiado cuesta caro, pues. Póngale que a usted le pagaban el mes de mayo, junio y, al terminar la cosecha, venía usted y liquidaba toda la cuenta. Y a pedir fiado otra vez, porque con lo que se ganaba le alcanzaba para la harina, ya que se hacía el pan en casa; se vendían los animalitos en septiembre, octubre y, a medida que engordaban, se iba pagando… Una vida completamente vegetal, uno vegetaba años y años, y nunca ganaba, nunca surgía. Y así vivía la gente, todos nosotros.

      «Pero, por una parte, la misma gente tenía la culpa, porque no hacía nada por salir de esa rutina. Y como le digo, veníamos a pagarnos ahí, en un mesón largo: aquí estábamos pagándonos y en la otra punta, a unos cinco metros, estaba el dueño vendiendo vino; tenía bodega el caballero y traía vino al almacén. Entonces la gente que llegaba a comprar, se tomaba una cañita…, pero si se tomaban una caña, les daban ganas de tomarse la otra y entonces se curaban. Se la tomaban la platita. ¿Por qué –digo yo– tener ahí mismo la tentación para la gente que le gustaba

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