Movimiento en la tierra. Luchas campesinas, resistencia patronal y política social agraria. Chile, 1927-1947. María Angélica Illanes Oliva

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el almacén patronal se les recargaba «30 ctv. por el kilo de azúcar y les roba 8 decagramos y así en todas las mercaderías que hay en este negocio»84.

      En algunas haciendas y fundos solían trabajar también los niños campesinos, sustrayéndose a la escuela y soportando largas jornadas que sus cuerpos débiles resentían. Era lo que ocurría en el extenso fundo «Santa Inés» de la Beneficencia, ubicado en Melipilla, donde trabajaban 100 trabajadores campesinos que habitaban en chozas de paja llovidas por la lluvia y donde «más de 60 menores de quince años, entre los cuales hay algunos que no han llegado a los nueve, trabajan en los campos, arrancando malezas y realizando una faena que a los adultos se les paga a $3, por la cual ellos obtienen no más de $1,20», realizando jornadas de más de 10 horas diarias85.

      Una de las denuncias reiteradas que se hace en la época a través de la prensa, se refiere a la «vivienda» campesina. En su Informe de Visita al fundo «El Carmen» de Colchagua, el inspector Vial visitó las habitaciones de los inquilinos y «pude comprobar, dice, que ellas no solo eran anti-higiénicas e inadecuadas, sino que en ellas hacían vivienda común los obreros y sus familias con las aves y hasta chanchos y (…) se encontraban con barro y estiércol debido a la mala techumbre y a que el piso de las piezas se encontraba a un nivel más bajo que el del patio. (…) la familia del inquilino vivía en una promiscuidad inconveniente de padres e hijos»86. Esta descripción, que habla de hacinamiento, miseria, humedad y promiscuidad, son imágenes que se repiten en las denuncias sobre las condiciones de la «vivienda» campesina, una de cuyas dramáticas expresiones eran los «burros parados» del fundo «El Radal», como se muestra en la carta y dibujos de Tegualda.

      Al respecto, en Longaví, Linares, se daba cuenta de la miseria de la habitación campesina en la Hacienda La Quinta, que reunía a los fundos «Esperanza», «San José», «Santa Amalia» y Macul», abarcando más de 144.000 cuadras, cuya propietaria solo cultivaba 3.000. Miseria de las chozas llovidas de los 700 campesinos que allí trabajaban, en violento contraste con la gran mansión construida por su dueña, donde pasaba solo dos o tres meses al año. La pobreza y la mala alimentación entre la gente del campo se manifestaba en sus cuerpos a través de la tuberculosis que hacía muchas víctimas entre ellos. Esta miseria había sido el motor que había llevado a sus trabajadores a formar sindicato: «ellos por fin se han convencido de que la unión hace la fuerza»87.

      Los diputados de izquierda –especialmente el diputado socialista Emilio Zapata Díaz–, reiteradamente denunciaban las malas condiciones de vida del campesinado ante la Cámara, solicitando a menudo por oficio al ministro del Trabajo realizar visitas inspectivas a los predios cuestionados. Así, con prontitud y por orden superior, se trasladó en auto al fundo «La Cé» el inspector del Trabajo de Talagante, en compañía de Pedro Saravia, presidente del Sindicato Agrícola de ese predio, arrendado por un señor Alfaro, con el fin de verificar el estado de las viviendas de los trabajadores, cuyas malas condiciones habían sido denunciadas en la Cámara por el diputado Zapata. El inspector Luis Bahamondes visitó las 44 casas del fundo, constatando que éstas se encontraban «en estado lamentable», no pudiendo ni siquiera ser refaccionadas, «por cuanto estas están afirmadas por horcones, su cielo es de totora y el piso es nada más que tierra, acarreando graves enfermedades a los niños». Bahamonde denunciaba, asimismo, que los trabajadores del fundo estaban bebiendo agua de acequia88.

      Motivo de reiterados reclamos y demandas en los Pliegos de Peticiones que se presentaron en el período que estudiamos era la alimentación de los trabajadores campesinos, la que consistía en un solo y mismo plato día tras día, semana tras semana, mes a mes: el plato de porotos con grasa, acompañado de una «galleta», que, a menudo, combinaba el trigo con otras harinas de mala calidad y sabor. Ninguna variación, ninguna verdura, ninguna fruta. Se denunciaba la desnutrición en los campos y que, en algunos fundos, como en «Santa Inés» de Melipilla, propiedad de la Beneficencia, se echaba los porotos a los trabajadores en un tarro parafinero, debiendo comer varios del mismo tarro y sentados en el suelo…89.

      La prensa no solo sacaba a la luz las noticias acerca de la situación puntual que vivía el campesinado, sino que, a menudo, adoptaba la forma de una denuncia activa, es decir, operaba a través de una «observación por dentro», a través de emisarios y corresponsales ocultos que penetraban en las haciendas y vivían la situación de los campesinos, para luego hacer la denuncia desde dicha experiencia vivida en carne propia. Es el caso de varios artículos escritos, por ejemplo, en el diario La Hora por «Juan Mirón». El autor, que dice haber vivido en el campo algunos meses, se dirige en sus artículos al ministro del Trabajo, aclarándole cuáles son las causas de la precaria situación de los obreros agrícolas. Hace una descripción de la situación de los inquilinos y afuerinos: el «inquilino de obligación entera» debía prestar servicio al terrateniente, recibiendo como pago $0.60, tres galletas, un pan negro, una «casa», talaje para seis animales, una cuadra de tierra para sembrar trigo y una chacarería. La «obligación del inquilino» era llevar y pagar a un trabajador haciendo ciertas obras de cosecha y proporcionar un hombre con caballo cada vez que la hacienda lo requiriese. Los «inquilinos de media obligación» cumplían y se beneficiaban de la mitad de lo anterior, con un salario de $0.40. La casa era «un pobre rancho de paja y barro formado por dos cuartos y una cocina», dice don Mirón, y agrega que las tierras para cosecha y talaje eran malas, que se daban «en campos llenos de troncos y zarzamoras, generalmente sin agua». Al contrario, le daban buena tierra para chacarería: «porque después que el inquilino cumplía la obligación de levantar el terreno, éste quedaba barbechado para la próxima siembra de trigo de la hacienda». Por otro lado, «nunca se les da carne de vacuno y una vez que hubo que sacrificar un novillo quebrado, éste fue comido a escondidas a orillas de un río, muy lejos de las casas del rico»90. A los «afuerinos» el patrón sólo les pagaba un jornal diario y alimentación que era la misma que se le daba a un inquilino: 3 o 2 galletas de pan y medio litro de frijoles. Los «afuerinos», llamados a veces «trateros» (trabajo a trato), debían buscar alojamiento por su cuenta, deambulando de campo en campo, a veces con sus familias. A menudo era el propio inquilino el que los contrataba y los alojaba. Ganaban entre $1 y $2 diarios. Finalmente, don Mirón llama al ministro del Trabajo a preocuparse de la situación laboral que afectaba a 200.000 afuerinos chilenos91.

      Además de la miseria, muchos campesinos arriesgaban su vida si caían en alguna detención por acusación de algún robo del que, por lo general, no había comprobación. Los carabineros de las localidades acudían al llamado de los patrones para detener a algún campesino o trabajador agrícola, el que quedaba en manos de autoridades policiales a menudo inescrupulosas y torturantes:

      «No puedo describir la escena brutal cuando carabineros me ataron las muñecas y colocándome alambres por detrás de las manos, me colgaron de un árbol, azotándome cada cinco minutos. Hace algunos años carabineros de este mismo retén asesinaron a mi padre. Fue encarcelado uno de ellos, seguramente el culpable. Después de esa época mi hermano y yo hemos sido víctimas de represalias y persecuciones de parte de estos indignos miembros del cuerpo de carabineros. El día sábado después del 18 de septiembre último fui detenido por orden de Santiago Herrera (administrador de la hacienda) a raíz de haber desaparecido una rastra de clavos. Fui llevado al retén y allí se me sometió a trabajos y torturas que ustedes y el Ministerio del Interior ya conocen. Cuando los representantes de la autoridad comprobaron que mis manos habían quedado inutilizadas, me pusieron un cordel a la cintura y me echaron a un pozo de agua, pero ya era tarde, pues mis brazos no volvieron a recuperar su movimiento… me amenazaron, me dijeron que si hablaba me matarían como a un perro…calladamente me dirigí al hospital de Melipilla…»92. El campesino de Alhué que daba su testimonio tenía 20 años.

      No solo en los fundos y haciendas de propiedad privada pertenecientes a familias terratenientes chilenas los trabajadores campesinos vivían y trabajaban en muy malas condiciones, sino que ello también ocurría en predios que pertenecían al Fisco, especialmente a la Beneficencia Pública:

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