Movimiento en la tierra. Luchas campesinas, resistencia patronal y política social agraria. Chile, 1927-1947. María Angélica Illanes Oliva

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hay que buscarlo entre los fuerinos», sentenció el administrador de la hacienda al carabinero San Martín, excuatrero, transformado en cruel perseguidor de cuatreros. Acto seguido fueron a buscar a Juan Oses y a otro, sacándolos de la cocina de Clara y, defendiéndose Juan, lo llevaron y torturaron hasta dejarlo moribundo atravesado en un puente del camino al pueblo de Rari Ruca. Ahí lo encontraron Clara y Cata, lo cargaron en la carreta y enfilaron cuesta arriba, adentrándose en el bosque chileno de robles, raulíes, palosantos, lingues, laureles, bajándose doña Clara a buscar hierbas sanadoras para curar al herido. «De toíto encontré, niña. Mira: matico pa’ las herías…, natri pa’ refrescarlo, yerba plata pa’ darle agüitas…, toronjil pa’ que olorose, y menta tamién»119. Con el esmero y los cuidados de las dos mujeres, el herido fue mejorando; Juan y Cata enamorando… pronto se casarían.

      El domingo de fin de cosecha, con los pagos en los bolsillos, los campesinos y campesinas llegaron al pueblo a festejar, las mujeres con trajes claros, chal al hombro y chupalla con flores silvestres. Corrió abundante el vino y las cazuelas en la cocinería del pueblo y los chismes, los dimes y diretes. Ahí llegó también el padre de la guagua de Cata, Pereira, quien se enteró de su casorio; lo amenazaron de cobarde los chismeros si no desafiaba al novio de la madre de su hijo. «Ti’ han llamao cobarde…, ¡hip! A vos Peiro Pereira (…) no, vos no sos na cobarde…». y enfiló en medio de la noche hasta la rancha de Clara, donde encontró al Juan y la Cata abrazados. Pedro llamó al Juan afuera y, así, sin más, lo acuchilló, desangrándose el sueño de amor y casorio de la Cata en sus brazos…

      Ese interés por matrimoniarse fue el que llevó a la Chabela a casarse con don Santos, carpintero, nacido y criado en la hacienda, viudo con cuatro hijas ya mayorcitas y deseoso de un hijo varón que perpetuara su nombre. El día del casorio, «en alegre caravana, media hacienda se dirigió a Curacautín para asistir a la ceremonia», al son del trote de caballos y relucir de espuelas de plata, en ancas las mujeres vestidas con percalas multicolores; adelante, el novio en su caballo blanco y la novia Chabela, plena de su frescura juvenil, iba montada en una «yegua mampato», con vestido comprado por el novio en la mejor tienda de Victoria y luciendo anillo con piedras verdes. La fiesta se desarrolló en la Cocinería Conejeros con bombo y platillo, regresando la comitiva a la hacienda en noche de luna…120.

      Con la llegada de la primavera y el aumento de los trabajos en la hacienda, don Santos «se iba a caballo de alba y no regresaba hasta la noche. A mediodía iba su hija María Juana a dejarle el almuerzo». La Chabela, bastante cómoda, logró a punta de mimos a su «viejito querío», que don Santos le contratara un mozo. Libre de quehaceres y sin el permiso de don Santos, acompañada de la hija menor discapacitada del marido, Chabela pasaba las tardes «en el despacho, que quedaba en la puerta de la hacienda», donde vivía y trabajaba su madre. Allí la Chabela volvió a coquetear con uno de los patroncitos de la hacienda vecina que venía a pasar el verano al campo y que ya conocía «la gracia picante de Chabela»121. El amorío entre ellos se fue calentando… Chabela, cansada del viudo y con sangre de infiel, le dio la pasada a la propia cama matrimonial al amante. Y ocurrió que un día don Santos pasó de improviso por su casa, encontrando a la parejita.

      «Tu viejito querío te va a matar aquí mesmo onde te habís revolcao con l’otro…aquí vay a morir… perdía… Bestia… no sos más que una bestia dañina y a las bestias se las mata… Ah!... Así…», le decía mientras la estrangulaba. Acto seguido, Santos tuvo el impulso de perseguir al amante que huía, pero recapacitó: «–No murmuró–. Era ella la única que me debía respeto»122.

      Muy por el contrario era la actitud de la joven María Rosa con su marido viudo y sesentón, rudo en el trabajo de campero de la hacienda y padre de dos hijos que ya se habían echado «a ‘rodar tierras’, empujados un poco por ese vagabundaje latente en todo chileno y otro poco por el horizonte que abriera ante sus ojos la instrucción primaria recibida en la pequeña ciudad cercana. Ellos no se avenían con la vida paupérrima del gañán montañés: tenían rebeldías y altiveces que escandalizaban a don Saladino», su padre.

      –Yo no sé hasta cuándo vamos a dormir en ese chiquero.

      –Hasta que se declaren en huelga –contestó el Cahi Roa–. (…) Aquí Ustedes. viven muy atrasados y se dejan atropellar por cualquiera.

      –No sé cómo serán las cosas en el norte –hablaba el viejo sosegadamente, transido de amargura– pero el cuento es que aquí too es distinto. Acuérdense del apuro que pasamos en el otro año por hacerle caso a ese fuerino qu’estuvo pa’ la cosecha y qu’era federao. Hicimos la huelga, juimos onde los patrones a pedir más salario pa’ nosotros, mejores pueblas pa’ la familia y escuela pa’ los mocosos. Si no nos hacían estas mejoras naiden trabajaba. Tres días estuvimos sin contesta, afligíos con la espera. Y al tercer día llegaron los carabineros, al fuerino lo tomaron preso y en toas las pueblas se dio orden de desalojar. ¿P’ónde íbamos a d’irnos? Nos echaban a toos, a toítos. ¡Jue terrible! No tuvimos más qui agachar la cabeza y seguir trabajando en las mesmas condiciones. Pa’ leución ya habimos tenío bastante…123.

      Cansados de exigir en vano mayor salario y mejores pueblas, los hijos de Saladino se habían largado de la hacienda en busca de otros horizontes…124.

      Apodada en la comarca como «Flor del Quillén», María Rosa era admirada no solo por ser «la más bonita de las mujeres de la hacienda», sino también por su buen comportamiento, su fidelidad y su «ser señora». Entregada de lleno a su vida y destino, María Rosa existía en armonía con el flujo de la naturaleza y del día a día. Bajo la sombra del maitén con nido de pájaros, «sentada en un banco, María Rosa tejía, penetrada obscuramente por el ardor del sol sobre la tierra mojada»; a su lado Perico, el gato: «Se le oía ronronear en la enorme quietud de la tarde montañesa. (…) Era un silencio en que la naturaleza parecía extasiarse. Con las hojas recién lavadas por la lluvia los árboles se inmovilizaban bajo el sol que los bruñía, haciendo fulgurar las gotas de agua. Un agrio olor que embriagaba subía de la tierra en germinación y ese trabajo sordo era lo que tal vez daba a la naturaleza su gracia maternal»125.

      Quietud y fluir de su alma, de su cuerpo y de la madre tierra que fue interrumpida por el asedio amoroso de que comenzó a ser objeto María Rosa por parte del fuerino Pancho Ocares, con fama de conquistador de mujeres y quien había apostado en la cocinería de los peones que conquistaría a la inalcanzable Flor del Quillén. Cada tarde pasaba hacia el río trayéndole a María Rosa ramas de maqui que le regalaba con fingida timidez y frases zalameras. Ella no perdía su compostura al agradecer… hasta que poco a poco comenzó a esperar y desear esas visitas de galán romántico que rompían la monotonía de sus tardes.

      Al llegar el otoño, los pobladores de la hacienda aprontaron sus carretas. Era el momento de ir a hacer ‘el piñoneo’: la cosecha de piñones entregados cada dos años por las araucarias hembras y que constituía un alimento nutricio y dadivoso, regalo de esas mujeres-árbol a la gente de la montaña para pasar el invierno. La montaña era el íntimo mundo del bosque multiverde. «Verde claro el palosanto que da a los vientos su perfume exquisito; verde obscuro el maitén pomposo que pide decorar un parque; verde negro el lingue de hojas gruesas y lustrosas como esmalte; pequeño el michay espinudo punteando de negro por los frutos azucarados; medianas las quilas esbeltas y flexibles, susurrantes y secreteras; grandes los raulíes greñudos; enormes los robles de troncos rugosos acusadores de vejez; alegres los avellanos en el cambiante color de sus bolas rojas, amarillas y negras; meditativas las araucarias que añoraban el pasado glorioso (…)»126.

      En su carreta llegaron a la cima, como tantos, María Rosa y Saladino, saliendo los hombres a la cosecha y las mujeres al fogón, a preparar el charquicán o la cazuela de charqui con repollo, cebollas, papas, choclos y ají verde. Ante el fuego María Rosa conversó con Zoila, conociendo de sus problemas y sinsabores, con tanto chiquillo que alimentar. «Se la

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