Movimiento en la tierra. Luchas campesinas, resistencia patronal y política social agraria. Chile, 1927-1947. María Angélica Illanes Oliva

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a sol, lo que la prensa de izquierda calificaba como «la explotación más vergonzosa que existe en la agricultura»102. Es decir, resulta muy difícil establecer una tendencia (aún cuando muchos P/p han conseguido alzas), dependiendo cada situación de los patrones, libres de hacer y deshacer en sus propiedades.

      Respecto de la situación de medieros y arrendatarios de tierras, la situación que vivían en la época era bastante angustiosa, dependiendo absolutamente de la autoritaria y oscilante voluntad patronal de entregar tierra en mediería y en condiciones siempre difíciles de sobrellevar y de costear por dichos medieros y arrendatarios, quienes eran, por lo general, humildes campesinos vecinos al terrateniente que se estaban jugando día a día su supervivencia y, por ende, su «libertad». Se denunciaba, al respecto, que en San Clemente y Molina (1937), «los arriendos por cuadra ya llegan a $1.300 adelantados por así exigirlo el terrateniente de los alrededores», mientras en algunas partes las tierras en arriendo se estaban rematando a $1.500 la cuadra, lo cual imposibilitaba el acceso a ellas a los campesinos arrendatarios, quienes debían, además, contar con bueyes, enseres y semillas. Se decía que ese año 1937 ya no habría tierras para arrendar en la zona «pues esta es la mejor manera de aniquilar a los medieros y arrendatarios de tierras hasta reducirlos al triste papel de simples trabajadores del campo, con salarios de $1.20 al día y una ración de porotos viejos con grasa, acompañados de una galleta de afrechillo…»103.

      En suma, a pesar de algunos logros que se alcanzaron al calor de las luchas, las demandas y la fuerza de la historia, las precarias condiciones de vida y las arbitrarias relaciones laborales en los campos de Chile se mantuvieron durante el período en estudio, prolongándose hasta la década de 1960. Un detallado informe sobre la situación del inquilinaje en San Vicente de Tagua Tagua realizado por el Departamento de Economía Agraria del Ministerio de Agricultura a fines de los años sesenta, resaltaba la pobreza de este grupo con ingresos «extremadamente bajos», habitando malas viviendas, mal alimentados y muchos en condición de analfabetos: un 40%. Aún en esa década de 1960, el «80% de los inquilinos no tenía contratos de trabajo», el 74% habitaba «viviendas inadecuadas», mientras el «75% no gozaba de feriado», siendo notorio la «falta de horizontes» del campesinado chileno: ‘Aquí no se arriba nunca’, ‘uno trabaja para puro sostenerse’, ‘apenas alcanza para comer’, ‘la gente está acostumbrada a vivir siempre apretada’ (…)»104.

      3. El otro brazo, la otra mano: las mujeres campesinas. Historia y literatura

       Viven su vida lóbrega y tétrica nuestras mujeres campesinas. Sufridas y silenciosas, levántanse al alba, cumplen su doble papel de esposas y madres, a la vez que trabajan para el patrón. Bajo la sombra de árboles seculares, ya como domésticas o en las lecherías, donde reciben un jornal risible.

       Habitantes en un miserable rancho de una sola pieza, viven en la más espantosa promiscuidad. Extraordinariamente fecundas, incultas y supersticiosas, atienden como pueden a sus innumerables hijos, los que, llegando a la edad de 12 años, van a formar la larga fila del inquilinaje de la hacienda. Sin más conocimientos que los que sus padres pudieron darles, o más tarde conocerán las primeras letras en el cuartel si es que se encuentran aptos para cumplir sus deberes militares.

       La sindicalización campesina ha hecho aún más tétrico su porvenir: centenares de campesinos despedidos de los fundos deambulan por los caminos con sus familias hambrientas y errantes… pero desde el fondo de las pupilas de nuestras mujeres campesinas brilla ahora una nueva luz: la voluntad de vencer, de tener para sus hijos un porvenir mejor. Deber de nosotros, militantes del PS, será tratar, por todos los medios a nuestro alcance que aquellas esperanzas sean en breve una bella realidad».

      Rebeca Muñoz105.

      En el sistema hacendal, el trabajo de la mujer era importante. El Censo Agrícola de 1936 registró un número de 121.190 mujeres-inquilinas y 20.661 trabajadoras temporales residentes en las haciendas o fundos y 13.024 que residían fuera del predio106.

      Las mujeres inquilinas e hijas de inquilinos trabajaban tanto en faenas productivas de los fundos y haciendas, como también de empleadas domésticas en las casas patronales, además de preocuparse de la producción de la huerta del cerco correspondiente a su inquilinato y de las tareas domésticas de crianza y cuidado de hijos y de la casa. Como plantean las autoras Ximena Valdés, Loreto Rebolledo y Ángelica Willson, la estabilidad de las mujeres en las haciendas dependía de su relación con un hombre trabajador de la hacienda, ya como esposa o como hija. En caso de enviudar, la mujer inquilina podía ser expulsada por el patrón, ya que perdía su derecho a «puebla» (o a habitar en la hacienda)107.

      Junto al movimiento campesino que comenzó a despertar, algunas mujeres campesinas y lechadoras comenzaron a levantar también rostro y voz, como Ana Lazo, secretaria del Sindicato del fundo «Piguchen» de la comuna de Putaendo, cuando por sí y a nombre de sus compañeras, habló a su patrón Alegría Catan para plantearle que no debían lechar más de 14 vacas cada una, tal como estaba estipulado en su contrato. Como respuesta, Catan «le dio de bofetadas hasta lanzarla al suelo, donde le dio de puntapiés». Sin aminorarse por esta violencia, Ana se presentó al día siguiente en la casa patronal a exigir una explicación: la recibió la patrona. quien la trató con tal violencia que Ana fue a parar al hospital108.

      Se denunciaba que en la hacienda Nogales y Pucalán, las lechadoras trabajaban en un lugar insalubre, en medio del barro. Se les pagaba 20 centavos por balde. En uno de esos días de ordeña, Guadalupe Tapia habría sido agredida por el capataz Manuel Vega con una penca, dañándole espalda y hombro; a pesar del reposo de 12 días otorgado por el médico, Guadalupe debió seguir trabajando109.

      Las lechadoras eran, por lo general, mujeres campesinas que cotidianamente, siendo aún de noche, en invierno y verano, debían levantarse de sus camas y dirigirse a los establos húmedos y fríos a ordeñar las vacas del fundo. Su salud se iba deteriorando por un salario precario. «La miseria es el pan nuestro de cada día y todavía se agrava con la enfermedad de mi mujer. Como trabajaba en la lechería, con el frío del invierno se pescó un reumatismo tremendo. En esta cama ya va para los tres meses. Con lo que uno gana ni pensar en medicinas…», declaraba un campesino del valle y comuna de Salamanca, hacia 1943110.

      Como Ana, la presencia y acción de las mujeres campesinas se fue haciendo más visible, especialmente en momentos de emergencia y crisis de sobrevivencia, como ocurría, como veremos, durante los despojos de sus tierras. Fueron muy activas las mujeres en huelgas campesinas de la época, como la huelga de San Luis y Chacabuco (que trataremos más adelante), saliendo de sus casas y de su rutina cotidiana para recorrer la ciudad capital tocando puertas y buscando apoyo para la huelga, despertando la conciencia de sus derechos.

      El discurso femenino del Frente Popular, especialmente a través del MEMCH y las militantes de izquierda del período en estudio, levantaron algunas palabras y banderas para las campesinas, instándolas a la organización y a la participación en la lucha por el mejoramiento de sus condiciones de vida, especialmente ante la carestía de los artículos indispensables. Las miserias que vivían las mujeres en el campo fue un problemática que interesó e indagó La Mujer Nueva (órgano de prensa del Movimiento de Emancipación de las Mujeres de Chile, MEMCH), incorporando en su discurso la crítica a las malas condiciones de vida, de trabajo y salario que sufrían las campesinas. «El salario corriente de la mujer que hace trabajos agrícolas es de 60 ctvs. y 80 ctvs. diarios, trabajando de sol a sol», denunciaba Elena Caffarena –una de las dirigentes del MEMCH– en un discurso pronunciado a fines de 1935111. La Mujer Nueva incorpora en su texto algunos escritos de campesinas e incluso acude al terreno mismo a ver y sentir con su propio cuerpo la vida que llevaban.

      Elvira Ramírez, campesina de Lo Espejo,

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