¿Podemos adelantar la Segunda Venida?. Marcos Blanco
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Evaluación
En el análisis de los presupuestos de Wallenkampf, se subrayó que parte de una presuposición atemporal del ser de Dios. Para él, “Dios es mayor que el tiempo. El tiempo existe en Dios y no es que Dios viva en el tiempo.”60 Es más, considera que, aunque el ser humano fracciona su existencia en tiempos verbales –pasado, presente y futuro– “no ocurre lo mismo con Dios. Para Dios no hay diferencia entre el pasado, el presente y el futuro”;61 es decir, “el Eterno mora en un eterno presente”.62 A esto, agrega: “En realidad, el tiempo no pasa, siempre está allí. El paso del tiempo es tan sólo una ilusión”.63 En este mismo sentido va Gallagher, al afirmar que Dios “realmente es el Eterno, el gran YO SOY, en quien no hay pasado ni futuro; todas las cosas le son eternamente presentes”.64 Como puede verse, Wallenkampf concibe el ser de Dios en términos de atemporalidad.
Ahora bien, esta presuposición atemporal para el ser de Dios de la que parte Wallenkampf para elaborar su visión de la omnisciencia y la providencia divinas, ¿es bíblica?
El capítulo 6 (“La eternidad de Dios”) de este libro señala que la visión atemporal de Dios no parte de la Biblia, sino de conceptos filosóficos griegos que se introdujeron en el cristianismo a través de Agustín de Hipona y, fundamentalmente, Tomás de Aquino. Al nutrirse del teísmo clásico para elaborar su idea de Dios, Wallenkampf se aleja de la forma en que la Biblia presenta el ser de Dios. Las Escrituras no afirman una existencia atemporal de Dios, en la que no puede entrar en contacto con el flujo temporal de la creación, sino que presentan que Dios experimenta el flujo del tiempo, aunque de maneras cualitativa y cuantitativamente superiores.
Wallenkampf se aparta totalmente de la visión bíblica de Dios, al adoptar el presupuesto atemporal para explicar el ser de Dios. Esta visión de Dios está presente en el teísmo clásico, y se desarrolló mediante la incorporación de presupuestos filosóficos griegos ajenos a la Biblia.
Así, si bien Wallenkampf dice estar “fundamentado en la Biblia” al elaborar su idea de Dios,65 lo cierto es que toma prestados presupuestos filosóficos griegos para esta tarea, desviándose en sentido diametralmente opuesto de la posición bíblica que dice sustentar. Es más, Loron Wade, al hacer la reseña del libro La demora aparente, afirma que la idea de un Dios atemporal que sostiene Wallenkampf “no está arraigada en la Biblia”, sino en “la filosofía griega”.66 Steger, por su parte, ha señalado que la visión de Dios que sostiene Wallenkampf “tiene su origen en la metafísica griega y carece de fundamento bíblico”.67
En resumen, Wallenkampf se aparta totalmente de la visión bíblica de Dios, al adoptar el presupuesto atemporal para explicar el ser de Dios. Esta visión de Dios está presente en el teísmo clásico, y se desarrolló mediante la incorporación de presupuestos filosóficos griegos ajenos a la Biblia. Es más, esta visión del ser de Dios termina afectando la posición que Wallenkampf adopta con respecto a la omnisciencia y a la providencia divinas.
Omnisciencia y providencia divinas: determinismo absoluto
El concepto de omnisciencia y providencia divinas del que parte Wallenkampf para desarrollar su posición acerca de la demora en la Segunda Venida está fuertemente determinado por su visión atemporal de Dios. En la postura de Wallenkampf, la omnisciencia –particularmente su concepto de preconocimiento– desempeña un papel fundamental.68 Dado que parte de una concepción atemporal para el ser de Dios, concibe el preconocimiento divino en términos de visión y atemporalidad.
El resultado de adoptar la presuposición atemporal para el ser de Dios, junto con una concepción de la omnisciencia divina que tiene como elementos constitutivos del preconocimiento la visión y la atemporalidad, es una concepción determinista del futuro. Esto es claro en las siguientes declaraciones: “El Señor es el autor y el amo del tiempo; él lo ve todo y [por lo tanto] lo controla todo”.69 “El Señor conoce el tiempo, y [por lo tanto] el regreso de Cristo tendrá lugar en el instante previsto en los concilios del cielo”.70 En este sentido, de su visión de la omnisciencia divina atemporal se desprende la idea de un futuro fijo y absolutamente determinado.
De esta manera, cae en un determinismo teológico, en el que el completo conocimiento del mundo por parte de Dios en una sola mirada atemporal se convierte en una condición a priori a la que todos los eventos deben corresponder estrictamente. En esta posición, lo que Dios preconoce necesariamente debe estar predeterminado por él. Es decir, la Segunda Venida tiene que suceder porque Dios en su omnisciencia ya lo previó. Como se dijo, se está aquí ante un futuro fijo, cerrado e invariable, determinado por la omnisciencia de un Dios atemporal.
La posición determinista que se desprende de su concepto de omnisciencia es bien clara en la ya citada afirmación de Wallenkampf: al sostener que Dios demoró la Segunda Venida por causa del hombre, “negamos de un golpe, tanto su presciencia, como su omnisciencia. Y, al reflexionar de este modo, rebajamos a nuestro omnisciente Dios a nuestro propio nivel”.71 Según su análisis, si Dios lo previó (en el sentido de preconocer), tiene que suceder de esa manera y, por lo tanto, únicamente Dios es el factor determinante de la fecha de la Segunda Venida.
La presuposición atemporal para el ser de Dios en Wallemkampf conduce a un concepto de soberanía absoluta, en el que Dios determina unilateralmente los eventos de este mundo, . Esta visión de la soberanía absoluta en Wallenkampf se hace evidente en afirmaciones como la siguiente: “Dios no ha abdicado el trono del Universo, ni ha entregado a los mortales la administración de su obra en este mundo. Él tuvo, tiene y tendrá el pleno control de este mundo y de la misión que debe realizarse en él […]. Ni por un instante se debiera pensar que Dios no tiene el control completo del Universo. ¡Dios tiene el control!”72
En el capítulo de La demora aparente dedicado a abordar el concepto de providencia divina, Wallenkampf hace un breve repaso de la manera en que Dios dirigió providencialmente al pueblo de Israel. Sistemáticamente, Wallenkampf escoge mencionar los hechos en los que Dios pareciera ser el único actor activo en el plan de salvación,73 como los setenta años de cautiverio en Babilonia o la profecía de las setenta semanas para el nacimiento, el ministerio y la muerte de Jesús. Al comentar el relato bíblico de Jacob y Esaú, el autor realiza una breve comparación con el tema de la parusía, destacando el pensamiento de que Dios, y no el ser humano, debe manejar los tiempos: “Esto evidencia que Dios tiene horarios que rigen tanto los sucesos diarios como los eventos históricos”.74
Por otro lado, el capítulo 7 (“Omnisciencia y providencia divinas”) de este libro muestra que Dios opera de otra manera en su control providencial del mundo. Dios actúa en el tiempo y lleva a cabo sus planes de salvación en la historia humana. Por lo tanto, la providencia debe alcanzar los objetivos del plan de Dios dentro de la historia humana, con la contingencia y el riesgo que aquella implica.
Esta idea es totalmente opuesta a Wallenkampf, para quien el hombre es solo un espectador en lo que respecta al plan de salvación y, específicamente, la Segunda Venida. Steger, refiriéndose a Wallenkampf, dice: “Por otro lado, algunos subrayan la soberanía de Dios como el elemento excluyente para determinar el momento de la Segunda Venida. Razonan que la Segunda Venida es un acto de Dios y no de los hombres. Él es el único que interviene en la fijación del momento adecuado para realizarla”.75
Así, al enfatizar tanto la soberanía absoluta en el control providencial que Dios tiene sobre el mundo, Wallenkampf termina desmereciendo el papel del hombre en la prosecución de los planes divinos, de la misma manera en que lo hacen aquellos que entienden la providencia divina como una serie de decretos que predestinan, en los que Dios es quien predetermina y ejecuta