2000 años liderando equipos. Javier Fernández Aguado

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу 2000 años liderando equipos - Javier Fernández Aguado страница 31

2000 años liderando equipos - Javier Fernández Aguado Directivos y líderes

Скачать книгу

templarios desaparecieron como consecuencia de una coordinada operación policial organizada por Felipe el Hermoso de Francia el 13 de septiembre de 1307 para apropiarse de su emporio. Otros señalan más bien al 1312, cuando Clemente V firmó el documento de disolución. Algunos, en fin, apuntan a 1314. El 18 de marzo de ese año, Jacques de Molay –sucesor del vigésimo segundo gran maestre, Theobald Gaudin– fue quemado junto a Godofredo de Charney, preceptor de la Normandía. Se le atribuyen a Jacques de Molay las siguientes palabras cuando se encontraba ya en la hoguera: «Dios sabe quién se equivoca y ha pecado, y la desgracia se abatirá pronto sobre aquellos que nos han condenado sin razón. Dios vengará nuestra muerte. Señor, sabed que en verdad todos aquellos que nos son contrarios por nosotros van a sufrir. Clemente, y tú también Felipe, traidores a la palabra dada, ¡os emplazo a los dos ante el Tribunal de Dios! A ti, Clemente, antes de cuarenta días, y a ti, Felipe, dentro de este año».

      Si fue verdad la profecía, lo fue sin duda su cumplimiento.

      Considero que la fecha más precisa de defunción de esa organización fue el 1291. Los templarios habían surgido para proteger a los peregrinos de Europa Occidental que deseaban manifestar su fe viajando a Jerusalén. En el año mencionado, los templarios fueron desalojados de Acre, último símbolo relevante de la presencia cristiana en Tierra Santa. Algunos se mantuvieron cierto tiempo más en la ciudad de Tortosa (hasta 1300), pero incluso perdieron la isla de Ruad en 1302. Con sede central en Chipre, devinieron mandatarios del patrimonio amasado.

      La caída de Acre se había debido a la falta de previsión por parte de sus defensores. Entre el 8 de mayo en que comenzaron los intentos de tregua por parte de Enrique I y la toma de la ciudad, el día 18, se pusieron de manifiesto grandezas y miserias. De un lado, algunos defensores, desentendiéndose de los intereses comunes, se acurrucaron en sus propios castillos. No así los templarios, que se entregaron hasta el último hombre. El desastre fue narrado por el templario de Tiro: «Mujeres y niños huían poseídos por el terror, cruzando las calles con los bebés en brazos (…). Cuando los sarracenos los capturaban, uno tomaba a la madre y otro al bebé, llevándoselos por separado». El historiador musulmán Abu al-Fida reconoce que cuando la ciudad se encontraba al borde de la derrota, al-Ashraf Khalil aseguró que perdonaría la vida a quienes se rindieran. No fue así. Los asesinó sin contemplaciones. El rey y su hermano lograron huir. No el patriarca latino, que falleció al ahogarse. Su embarcación llevaba exceso de carga.

      Tras esos sucesos, el Temple perdió el profundo sentido de su misión; solo hacía falta un soplo para que aquella estructura arduamente labrada se viniera abajo. Nicolás IV (1288-1292) deseaba que Temple y hospitalarios se fusionasen. A partir de 1291, los concilios lo pedían. En el de Canterbury reunido en la sede del Temple de Londres en febrero de 1292, Nicolás IV evocaba una nueva Cruzada y aspiraba a contar con una orden unificada y fuerte. Con su muerte, la iniciativa feneció.

      El dato de 1291 es referente indefectible, aunque, como en el marchitarse de toda organización, tuvo precedentes por las desavenencias internas. En la década de 1269, mientras el sultán Baibars había amalgamado tendencias diversas entre los musulmanes, los cristianos disputaban sobre quién dominaría Chipre o quién volvería a ser rey de Jerusalén. En 1265, Baibars, aprovechando esas disensiones lanzó ofensiva contra los territorios cristianos. Cayeron en sus manos localidades como Cesarea, Haifa, Rorón o Arsuf, y en julio de 1266 le llegó el momento a la fortaleza templaria de Safad, clave para el control de Acre.

      En 1268, Baibars tomaría también Jaffa y el castillo de Beaufort. El 14 de mayo de ese mismo año comenzó el sitio de Antioquía, cuyos ciudadanos serían masacrados. Así lo recoge Ibn al-Furat: «El sultán esperó a que los sacerdotes y los monjes (enviados en son de paz) entraran en la ciudad, y entonces dio orden de avanzar. Las tropas rodearon toda la ciudad, así como la ciudadela. Los habitantes de Antioquía combatieron con gran valentía, pero los musulmanes arrebataron la muralla desde la montaña próxima a la ciudadela, desde donde bajaron a la ciudad. La gente buscó refugio en la ciudadela y los soldados musulmanes empezaron a matar y a hacer prisioneros. Todos los varones de la ciudad fueron ejecutados y sumaban más de cien mil».

      En paralelo acaecían cosas como las siguientes: en 1286, con Acre amenazada, la coronación del rey de Chipre Enrique II dio lugar a fastuosos torneos. Gerardo de Montreal, el templario de Tiro, lo relata de este modo: «Hubo fiesta durante quince días en un lugar de Acre llamado el Albergue del Hospital de San Juan, en donde había un gran palacio. Y la fiesta fue la más bella que se conocía desde hacía cien años (…). Jugaron a la Mesa Redonda y a la Reina de las Damas; es decir, pusieron juntos a caballeros vestidos como mujeres; después (…) a los enanos que estaban allí los juntaron los unos contra los otros; y jugaron a imitar a Lancelot, Tristán y Palamedes, y a muchas otras cosas agradables y divertidas».

      Frente a lo que sucede con las personas, el alma de las organizaciones no suele perderse de golpe. Mientras las intimidaciones externas crecían, la discordia interna debilitaba el reino formado en torno a Jerusalén. Durante décadas, templarios y hospitalarios se habían enfrentado. La tensión alcanzó el nivel de guerra abierta con el conflicto de San Sabas. En 1251, venecianos y genoveses se disputaron la propiedad de edificaciones que pertenecían al monasterio de San Sabas, en Acre. Tras un lustro de contiendas legales la resolución del caso continuaba lejana. En 1256 los genoveses se lanzaron como buitres sobre el barrio veneciano de Acre. Felipe de Montfort, señor de Tiro, aprovechó el tumulto para expulsar a los venecianos, dueños de un tercio de la ciudad desde 1122. Templarios y teutónicos gravitaron en torno a Venecia; hospitalarios y barones en torno a Génova. Sin sintonía interna, la pérdida de Acre estaba sentenciada.

      La violenta destrucción de los templarios provocó que los hospitalarios temieran ser los próximos. Para demostrar su efectividad, lanzaron un ataque a Rodas precisamente en 1307. Con la ayuda de los genoveses, a quienes siempre habían apoyado, intervinieron la isla en menos de un trienio. Plenamente fortificada, se transformó en parada de peregrinos. Los hospitalarios controlaron pronto también la isla de Cos y la ciudad costera de Bodrum (Halicarnaso). Se ganaron a la opinión pública y potenciaron una renovada imagen de marca. Comenzaron a llamarse caballeros de Rodas y fueron aclamados como defensores de la cristiandad en Oriente. Entonces, como ahora, de la ética se transitaba hacia la estética; y de la estética (reputación corporativa) hacia la ética (responsabilidad social corporativa).

      La causa fundamental de la animadversión de Felipe IV el Hermoso contra los templarios fue, junto a su despliegue de oropeles y ego, el resentimiento por no haber sido admitido, su necesidad de fondos. El rey había manipulado la moneda hasta en veintidós ocasiones en los últimos diecinueve años de su reinado. Al menos nueve entre 1295 y 1303, y seis de 1304 a 1305. Había extraído unos ciento veintinueve mil doscientos cincuenta y dos kilogramos de plata, que era lo que necesitaba recuperar. Solo las tres casas del rey consumían cincuenta y siete mil doscientas diez libras por año. Que el motivo era económico queda claro al contrastar las incomprensibles acusaciones forjadas en 1307 frente a las afirmaciones que el rey había realizado cuando todavía no había barajado la posibilidad de hacerse con sus bienes. En 1304, atestaba: «Las obras de piedad y misericordia llevadas a cabo en todo el mundo y en todo momento por la Santa Orden del Temple, instituida divinamente, nos obligan a extender nuestra liberalidad real a favor de la orden y de sus caballeros, por quienes tenemos una sincera predilección».

      No tiene lógica que apenas un trienio más tarde –si no es tras la negativa del Temple de refinanciarle– pregonase: «Algo amargo, algo que nos hace llorar, una cosa que solo pensarla nos horroriza y que nos aterra cuando la oímos, un crimen execrable, un acto abominable, una infamia espantosa, algo que no es de seres humanos, o mejor, extraño a toda humanidad, ha llegado a nuestros oídos gracias al informe de numerosas personas dignas de confianza. Se trata de algo que nos asombra y nos apena, y nos hace temblar con horror violento; y cuando consideramos la gravedad de los hechos nos invade un inmenso dolor, tanto más tremendo cuanto que no podemos dudar de la enormidad del crimen, el cual configura una ofensa a la majestad divina, una vergüenza a la especie humana, un pernicioso ejemplo de

Скачать книгу