Terroristas modernos. Cristina Morales

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Terroristas modernos - Cristina Morales Candaya Narrativa

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más absoluta discreción con respecto a lo que enseguida le anuncio. Por extremar las precauciones le recomiendo también que se deshaga de este papel nada más leerlo y comprenderlo.

      En la última semana del mes de febrero procederemos a un cambio de Gobierno con el respaldo de la Constitución. Se hará sin recurrir al ejército más que lo imprescindible, pues bastante escarmentado ha salido ya uno, viéndome traicionado por algunos de mis hombres más allegados. Pero me miro y tengo que alegrarme porque peor suerte corrió mi camarada el Marquesito Porlier, Dios lo tenga en Su Gloria, depositando en la soldadesca unas responsabilidades que, por su natural tendencia al exabrupto, necesaria no obstante para el oficio de la guerra y la guerrilla, fueron incapaces de desempeñar sin dejarse llevar por fanatismos. En cambio, para esta ocasión nos estamos dotando de personalidades bendecidas con el don de la intriga y el disimulo. Esto no es un pronunciamiento sino una conspiración, y conspirar es un arte, y como arte que es nace tanto del talento natural del artista como de su afán de superación.

      La conspiración que tenemos entre manos trata del encadenamiento de los conjurados mediante una estructura triangular en virtud de la cual cada uno solamente conoce a otros tres: su superior, del que recibe órdenes e información, y dos subordinados, a los que transmite las mismas órdenes y la misma información. Así pues, cobra sentido la metáfora de que cada conjurado es el vértice de un triángulo. El entendimiento entre todos los participantes, aun sin conocernos, es perfecto en virtud de la siguiente figura.

Triangulos

      Yo soy B1, usted es C1, y C2 es una persona que está exactamente en la misma posición que usted con respecto a mí. E1 y E2 serán dos personas nombradas por usted para que se constituyan en ángulos de su triángulo. B1 y B2 no se conocen entre sí, ni tampoco C1 conoce a C2, y así con todas las parejas de letras. Las muchas ventajas y los escasos inconvenientes nos

      El mensajero tosió por tercera vez y especialmente fuerte. Esperó a que Yandiola levantara la vista para decirle señor, ¿le parece bien que vuelva mañana a la misma hora por si quiere enviar usted algún mensaje al remitente? Yandiola agitó la mano sí, sí, márchese, y cerró la puerta cuando todavía el emisario se estaba despidiendo. Aprovechó que Domingo Torres no estaba para sentarse en su sillón, poner las piernas sobre su banqueta y liarse un cigarro con su tabaco. Los velones que robaron de la iglesia de la esquina volvían naranja la pieza. El fuerte olor a cera viciaba tanto el pequeño espacio, fingía tan bien el calor, que momentáneamente dejaban de necesitar una estufa.

      La bolsa con los mil reales se le clavaba en un muslo. Miró nuevamente los triángulos, revisó el esquema y continuó. Las muchas ventajas y escasos inconvenientes de los que le hablaba el remitente le molestaron. Le ofendió que le instruyera en nociones tan básicas de masonería y por eso las pasó rápido, viajó en el papel rastreando el final de la enumeración o el principio de algo nuevo, alguna palabra clave, hasta que localizó Dinero. Retrocedió hasta el comienzo de la frase en la que se integraba y siguió leyendo.

      La peculiaridad de esta estructura con respecto a la concepción original de los iluministas es que nosotros y el resto de conjurados utilizamos los eslabones, además de para el tráfico de información, para el de dinero. Con idéntico secreto los vértices superiores entregan dinero a sus dos inferiores para los gastos y las recompensas que la trama vaya exigiendo, de manera que no se generan envidias. Cuantos más triángulos tiene un conjurado por debajo, más dinero maneja. Juzgue usted por la cantidad que le entrego a qué altura se encuentra.

      Yandiola se rio: La altura de mil reales. ¿Puestos uno sobre otro?

      En adelante me comunicaré con usted cada cinco o seis días por este mismo medio pero con mensajeros distintos cada vez, en primer lugar porque toda precaución es poca, y además porque la distancia que nos separa mataría a cualquier jinete, por experto que fuera, si se le obliga a ir y venir de París a Madrid cada semana. Si necesitara comunicarme algún dato vital para el asunto, o informarme acerca de la marcha del mismo, no dude en entregarle una carta al emisario que yo le mande, pues es de mi gusto facilitarle las cosas, señor diputado, unido al hecho de que mis emisarios me harán llegar sus mensajes mucho más rápidamente y con más garantías que cualquier otro que usted pueda pagar.

      Feliz de poder contar con un hombre de su talla se despide

      Francisco Espoz y Mina

      Se quitó las lentes y al frotarse los ojos le picaron más porque le quedaban briznas de tabaco en los dedos. Blasfemó automática y quedamente. Dobló la carta hasta convertirla en un cuadrado que se metió en el calzón. El tacto del papel era más amable que su ropa y se acarició con él la barriga hundida, dando una calada al cigarro. Expulsó el humo en una tos larga como un montón de clavos viejos. Apagó el cigarro a medias en el marco de la ventana, se enroscó en la manta que llevaba sobre los hombros y antes de quedarse dormido se aseguró de que la talega seguía hincándosele en el muslo.

      4

      Castillejos se despierta tibia, con peso en los costados, y quiere algo caliente. Sopa, vino, leche, un baño. Robar leche no es robar, le dirá Vicente Plaza por la tarde, cuando la vea husmeando en su despensa. Castillejos dará un respingo y al girarse encontrará a Vicente Plaza que se le acerca y le busca el vientre por debajo de la blusa. Pero robar una mantilla de encaje sí es robar. Devuélvamela, dirá ella retirándole la mano. Para qué necesitas tú una mantilla tan fina, zorra, susurrará él no con voz, con vaho, en la oreja de Catalina Castillejos. Para que no se la ponga usted a falta de chaqueta, maricón, responderá ella con el vello del cogote de punta, y mientras estará acariciando la jarra de leche. Plaza ya le habrá encontrado el vientre y se lo apretará a la vez que se mete la otra mano dentro del pantalón. Castillejos agarrará el recipiente, dejará que Plaza se recline sobre su espalda y ella, con la boca entreabierta y las aletas de la nariz dilatadas, levantará la jarra, tanteará la mejilla de Plaza, dejará que le chupe los dedos y entonces se la romperá en la cabeza. Plaza retrocederá pero alcanzará a Castillejos antes de que le dé tiempo a salir corriendo, le pegará un puñetazo en la cara y los dos caerán al suelo. Castillejos hundirá la cabeza en las rodillas, gemirá y se mareará al percibir el olor, el color y el sabor de su propia sangre. La sangre empezará a discurrir por la sien y por la frente de Plaza y se mezclará con la leche que le gotea por el pelo, las patillas, la nariz, las cejas y las cuencas de los ojos, y los riachuelos rosados seguirán las curvas a un lado y otro de la mandíbula. Hasta la barbilla llegarán y de allí se precipitarán al pecho como un rosario de nácar al que se le salen las cuentas. Niña, no llores. Estaba agria.

      Esa tarde sabrá Castillejos que robar leche no es robar pero ahora no lo sabe y se queda con las ganas. Le laten las sienes, la saliva encuentra estrecho el paso de la garganta y a la garganta se le clava la saliva. Está blanda Castillejos y por eso nota más duro el suelo. Una urgencia la despereza. Tarda unos momentos en ubicarse y al abrir los ojos se gira hacia el catre de al lado para despertar a su hermano porque hay que ir a cerrar el trato de Valladolid. Al no encontrarlo, al ver a su alrededor la poca ropa que no le robaron extendida en las sillas y en el suelo, los botines comidos de barro y el corsé destrozado, al verse a sí misma en paños, reacciona. Hijos de la gran puta, bastardos, os lleven los diablos os coja la inquisición por marranos judíos gitanos boabdiles.

      Tiene vergüenza y frío y al toser le vienen mocos. Se levanta del canapé, escupe en la chimenea y decide irse antes de que Plaza la vea: Vendo el baúl, junto diez napoleones y me voy, vendo la mantilla de bordado granadino, así la vendo, de bordado granadino, carísimo, finísimo, y me voy a mi casa. La resolución le disipa el cansancio. Se pone la enagua arrugada, sacude el vestido que está menos húmedo y al ajustárselo le da un escalofrío y empiezan a castañearle los dientes. Cuando está subiéndose las medias se da cuenta de que están llenas de enganchones y de que se le han

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