Terroristas modernos. Cristina Morales

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Terroristas modernos - Cristina Morales Candaya Narrativa

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mucho más motivado que el día anterior, y cuando todos los demás niños ya se habían ido exclamó ¡ah, he ganado yo! y lo cantaba ¡he ganado yo-o, he ganado yo-o! Volvió a su casa y se comió el bollo paseándose por la cocina. Al tercer día almorzó más deprisa y fue a la puerta de José Vargas sin que la madre tuviera que ordenárselo. Carraspeó, cogió aire e inició su perorata. Ningún vecino se asomó al pasillo, así que gritó más fuerte, más y más hasta que tosió y se puso rojo, pero nadie le mandó callar ni se le unió nadie. Exclamó malhumorado los últimos señor don José mensualidad y fue a exigir su bollo.

      La casera gritó por la ventana la próxima vez no le mando al niño sino a los guardas, choricero, y José Vargas pensó sí, por dios, mejor la inquisición que el niño, y dobló la esquina sin hacer vuelo con la capa. Llegó a San Antonio y le preguntó a un viejo si ya había pasado la ronda y le dijo no. José Vargas retiró los guijarros que guardaban su sitio y se sentó apoyándose en la pared menos iluminada. Se subió el embozo de la capa dejando la cara visible a medias. La luz era leve y terminaba en sus cicatrices. Se abrazó las piernas y se balanceó. El fraile que dirigía la ronda de pan y huevo era expeditivo e implacable. Señalaba a un mendigo considerando su apariencia y sus quejidos y ahí se dirigían las monjas y los cofrades para darle dos mendrugos de pan y dos huevos duros, o para subirlo al carro y llevárselo al hospital. No permitía que ninguno de los benefactores se desviara para socorrer a alguien que él no hubiera marcado como digno de piedad cristiana. Hay que saber distinguir a los desgraciados de verdad de los merodeantes, les recordaba antes de salir a las señoras.

      José Vargas veía avanzar la comitiva y se preparaba. El fraile hizo un gesto con la cabeza y una mujer con un tocado de puntillas y una novicia con un cesto de mimbre se le acercaron. La señora se sujetó el tocado para que no se lo llevara el viento, le dijo dios te bendiga y sacó de la cesta un envoltorio. José Vargas dio las gracias y repitió dios la bendiga a usted y a su familia mientras buscaba los ojos de la novicia. Doña Leonor, vaya usted a atender al siguiente, que les alegra usted la cena con esa simpatía suya, ya me quedo yo dándole de comer a este pobre. La mujer sonrió ampliamente, mostrando todos los dientes y todos sus huecos. A cuantos más pobres se arrima una, más se arrima una a dios, dijo. Le dio la bolsa a la novicia Julia Fuentes y corrió dando pequeños saltos hasta ponerse detrás del fraile. José Vargas observó los dedos rechonchos y despellejados de Julia Fuentes desanudando la servilleta. Mientras ella sacaba el huevo y se lo acercaba a la boca, las manos de Vargas, cubiertas por la capa, se ponían en los bultos que las rodillas formaban en el hábito, y al morder el huevo las apretaba. Fuentes separó un poco las piernas y le puso un pedazo de pan en los labios. José Vargas mordisqueaba la corteza mientras se introducía en el hábito y encontraba la tiesa enagua de lienzo y la superaba, y entonces ella le sujetaba el pan en la boca, se sujetaba ella al pan porque José Vargas ya le tanteaba el sexo. Incidió en la firme carne de la vagina con una mano y en los pliegues de la vulva con la otra. Julia Fuentes cogió el segundo huevo y lo alimentó. José Vargas comía despacio y Fuentes se esforzaba por no cerrar los ojos y por no apretarse. El racimo que crecía y se hacía frondoso por las articulaciones de la novicia ardió y un espasmo zarandeó la cruz de madera del pecho, se cayó de rodillas apresando momentáneamente las manos de José Vargas, ya calientes, entre sus piernas. Rezaron dando gracias a nuestro señor Jesucristo por estos alimentos, le tendió ella el chusco de pan que aún quedaba en la servilleta y se marchó con prisa y sonrosada. José Vargas se olía los dedos royendo el mendrugo, y cuanto más aspiraba más frenéticamente mordía.

      Diego Lasso va ligero por los márgenes de la calle. Estira las solapas de la levita y lleva el sombrero ajustado hasta las orejas. Desde hace una semana se va fijando en los abrigos que llevan los señores bien vestidos e imagina cómo le encargará al sastre el suyo. Se viene recitando la nación española es libre e independiente y no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona. Cuando cree que ya se lo sabe para en seco y lo dice en voz alta, de carrerilla. Si se equivoca chasquea la lengua y empieza de nuevo. Le pasa en libre e independiente, que junta las tres palabras y se traba al decirlo tan rápido, y lo mismo en no es ni puede ser. Tensa las manos y se dice a ver: ¿qué es la nación española? Es libre e independiente. ¿Y qué no es ni puede ser la nación española? No es ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona. No es ni puede ser, no es ni puede ser, no es ni puede ser, es libre e independiente, in, de, pen, dien, te, sí, pa, tri, mo, nio, no.

      Se cruza con la cofradía de la ronda y el pensamiento de estar cerca lo espolea. Mira las caras de los pordioseros, reconoce a algunos y algunos lo reconocen y lo llaman ¡eh, eh!, sin atinar su nombre. Pasa de largo hasta que identifica la nariz grande y cuadrada y entonces sale del refugio de la levita y el sombrero, alza la visera y se planta delante de José Vargas. Vargas está recostado, ensoñando una digestión menos breve, cuando oye Vargas, ¿verdad?, y apenas molesta a la barbilla para dirigirse a Lasso. Ya me han dado mi ración, señor. No es honrado que yo reciba doble y otros nada, dice, y Lasso advierte el reseco acento extremeño. José Vargas de Trujillo, eres tú. No vengo a darte caridad. Vengo a darte trabajo. La atención de José Vargas se moviliza ahora. Como un Diógenes que le dijera al emperador quítese, me tapa el sol, José Vargas dice quítese, me espanta las limosnas. Ven conmigo, dice Lasso. Venga conmigo, rectifica. No puedo hablarle aquí. Desconfianza razonable, piensa Lasso, y está contento de tener respuestas y de poder aplicar lo que Richart le ha enseñado: le tiende una mano enguantada de blanco con dos monedas. Decía usted que no venía a darme limosna. No es limosna, es un adelanto. Vargas ve en los ojos de Lasso la misma sugestiva autoridad que en los ojos de Julia Fuentes: jóvenes con algo que ofrecer. Se sorprende más de ver divisa española, sobados carlos terceros en lugar de angulosos napoleones, que del ofrecimiento. Los coge y se los mete en el refajo. Se eleva del suelo, negro y abrupto como un precipicio, más alto que Diego Lasso, y a Lasso le excita temerle un poco. José Vargas patea cuidadosamente los pedazos de cerámica, los cristales, los cantos rodados y los jirones hasta colocarlos en su sitio, componiendo un flaco bodegón. Caminan juntos y en silencio hasta la calle Preciados.

      7

      Salvo por algunos detalles de estilo, el encuentro de día con Vicente Plaza y de noche con José Vargas han sido idénticos, pensará Diego Lasso cuando el sábado esté a punto de acabarse. Reflexionará: sí: ha habido simetría, he construido un triángulo equilátero. Esta es la igualdad de los liberales. Elucubrará los motivos de su éxito y descubrirá una mágica combinación que lo predestina. Hoy es día once del mes dos, once dos, lo que en realidad oculta uno, dos, uno. Un uno es Plaza y el otro uno es Vargas. Yo estoy en el centro, soy el dos porque los englobo a ambos. Tengo veintiún años, dos más uno son tres, los tres vértices del triángulo. Las entrevistas con uno y otro se produjeron en torno a las doce del día y de la noche, doce es uno y dos, y uno más dos suman tres. Seguirá desquiciándose alegremente. Tengo dos hermanos, me enamoraré una vez más porque serán tres las mujeres de mi vida, tendré tres hijos, en un costado tengo tres lunares, me quedan trescientos reales y tres lonchas de jamón en el plato. Libertad, igualdad y fraternidad son tres palabras, determinará Diego Lasso con los latidos del corazón dentro de la oreja cuando se tumbe de medio lado en la cama. Se quedará dormido repasando las proféticas coincidencias, pero eso será cuando el sábado esté a punto de acabarse, dentro de doce horas, porque ahora aún son las once de la mañana y Diego Lasso tiene el sábado entero por delante. Está invitando a entrar a Vicente Plaza en su buhardilla de la calle Preciados. Le dice es aquí y doce horas después, de manera idéntica o equilátera, se repite la invitación a entrar en la buhardilla de la calle Preciados, es aquí, pero el invitado es José Vargas.

      Le dice a Vicente Plaza ahora estamos los dos solos, y mientras tanto entorna los postigos, y lo mismo le dice a José Vargas pero a la par que enciende unas velas. Les ofrece vino en la misma copa y asiento en la misma silla. Que la casa esté digna, le había dicho Richart: limpia, pon una colcha en la cama, compra jamón y queso pero sácalo sólo si dudan, y en todo caso al final para celebrar el acuerdo. Vicente Plaza bebe primero y luego se sienta, y José Vargas, doce horas más tarde, al revés. Buen vino, dicen ambos, y recordando en la cama que los dos,

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