Terroristas modernos. Cristina Morales

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Terroristas modernos - Cristina Morales Candaya Narrativa

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un hueco de cara a la pared.

      Estimado Domingo:

      Mi salud mejora, gracias por interesarse, y la mejoría se debe sobre todo al aliciente que nuestro heroico menester representa. He cogido peso y color, ayer paseé por el jardín. Hay que ver. Uno no se enferma en seis años de lucha sanguinaria y ahora, con nada que cambie el tiempo, una neumonía. Mi cuerpo está acostumbrado a la acción. La comodidad del despacho y la rutina me lo corrompen. Y también que uno tiene ocho años más que hace ocho, todo sea dicho. Disculpará entonces mi indisposición para verle personalmente, aun mediando tan poca distancia entre su casa y la mía. Además, es más seguro de esta forma. Yo ya noté que me miraban con extrañeza sus compañeros los otros escribientes de la Imprenta Real, el día que me presenté con los dos soldados que se dicen guardas de mi persona pero que en verdad están para no quitarme el ojo de encima. ¡Se pensaban, incluso usted mismo, que había hecho aparición la Junta Censora! Qué más quisiera yo, querido amigo, que tan delicada institución estuviera en mis manos o en las suyas, como lo estuvo en Cádiz, y no entre las pezuñas del séptimo diablo y sus diablillos. Tiempo al tiempo, tiempo al tiempo.

      El golpe se dará el día diez y ocho del corriente. Es la fecha más propicia según me informa nuestro comisario encargado, y no le falta razón. No es ningún secreto que Su Bajeza Real gusta de visitar los domingos la casa de cierta meretriz, gitana no sé pero andaluza seguro, apodada Pepa la malagueña. Visitas para las cuales, por la discreción que su inmerecido rango le impone, ni se hace acompañar por su escolta habitual, ni va en su Real carruaje ni viste sus Reales ropas. Muy al contrario, va a caballo en la sola compañía de su amigo de correrías el Duque de Alagón y de un par de Guardias de Corps de los más veteranos, y los cuatro disfrazados. Además, el día diez y ocho todavía faltarán diez días largos para que sea carnaval, que es en carnaval cuando los hombres del Corregidor están más pendientes de hacer preso a cualquier desgraciado que parezca que va a un baile aunque sólo vaya a por huevos. En resumidas cuentas, el domingo es un día insospechado, y es la insospecha lo que pretendemos. Así pues, el viernes próximo día diez y seis tienen que estar ganados todos los que deban intervenir, incluidos los de cuerpos francos y oficios viles, y el sábado y el domingo dejarlos sólo para afinar detalles de situación y táctica, pero de eso se hace cargo el comisario valenciano. Usted no tiene más que comunicar a sus ángulos la cercanía del atentado, darles dinero, revolucionarlos un poco y esperar órdenes. También les dice usted que vayan sobornando a los menos instruidos, mendigos incluso, para que corran el rumor y creen confusión y barullo el día en cuestión en las inmediaciones de la Venta del Espíritu Santo, el arroyo de Abroñigal y la calle Alcalá sobre todo, que de ello podrán sacar beneficio. Pero ni una palabra más, ni rey, ni conjura, ni Constitución.

      También disculpará usted la entrega irregular de esta carta, en su casa en vez de en su trabajo, y en su día de descanso, pero la empresa está a punto de consumarse y los preparativos deben ser ultimados, y pasado mañana es martes y trece. Para ese día hay orden expresa y tajante de no realizar ningún movimiento en ningún nivel del triángulo, ni en los altos ni en los bajos; ni citarnos, ni escribirnos, ni mandar emisarios, ni darnos dinero, ni mencionar el asunto, ni pensarlo siquiera. En día de mal agüero, que toda la estructura se paralice. Por eso mismo, ya mañana día doce una comitiva triangular de orden inferior se reúne para hacer algunas compras, nombrar algunos cargos y adelantar trabajo. Dedique usted el martes trece a sus poemas y a sus escritos.

      Al respecto de sus escritos, tengo el honor de hacerle llegar las enhorabuenas de nuestro amado y blanco, blanquísimo patriota desde su penoso exilio inglés, con quien tuve la suerte de contactar hace unos meses, dadas nuestras afinidades ilustradas. Porque lo admiro a usted, Domingo, y creo en su talento, le hablé al blanco patriota de usted y de sus inolvidables colaboraciones en La Abeja Madrileña, de aquellos gloriosos tiempos en que zumbaba en los oídos de los facciosos. También le he enviado algunos ejemplares de Las Amenidades Literarias y me ha respondido que le conmueve ver la calidad de las letras españolas sobrepuestas a las adversidades, a la pobreza y al tirano. Que la miseria material no está reñida a la miseria del espíritu. Es más, las carencias materiales y la opresión insuflan en los espíritus la superación y el arte, opina el blanco héroe. Nuestro amado patriota y paladín del periodismo se congratula ante sus crónicas y su crítica que, siendo necesariamente disimulada o enmascarada bajo el semblante de cuento o fábula, es mordaz y justiciera, y pone a cada uno en su sitio, además de entretenerle y dibujarle una sonrisa en mitad de la aflicción de estar lejos de su tierra venerada por la que tanta tinta ha derramado. Reciba por tanto, querido Domingo, el beneplácito y el ánimo de ese blanco espíritu, de esa blanca alma defensora de la Libertad que le alienta a seguir publicando las Verdades Morales y Políticas, de tal forma que, y trascribo sus palabras fielmente, el Periodista es el Mesías Moderno.

      Le estima,

      Juan O'Donojú O'Brien

      Juan Antonio Yandiola ha estado hurgándose las uñas de los pies y de la postura ahora le duelen los riñones. Domingo Torres guarda la carta en el cofre y se tumba boca arriba. Yandiola marea la pregunta: Quién te ha escrito. Torres hace entera su media sonrisa y responde me ha escrito José María Blanco White. Qué dices, ¿Blanco White el del Semanario? Desde Londres me encomienda la creación de una segunda época del Semanario Patriótico, responde Domingo Torres. Me paga en libras esterlinas. Yandiola hace como que lee, sin gafas, un libro que coge al azar de la mesilla. Sus sospechas se confirman. Un terremoto de elucubraciones con desconocidos que lo apuñalan, guardias que lo hacen preso, Domingo Torres publicando su dirección en clave en el periódico, guardias que hacen preso a Domingo Torres y a él de paso, Domingo Torres vencido por el orgullo y publicando la trama, una legión de periodistas parlanchines pronunciando su nombre, dibujándolo, su cara en La Gaceta, José María Blanco White fumando en pipa y leyendo el periódico en la misma cama en la que él ahora hace como que lee sin gafas, y él preguntándole desea usted alguna cosa, señor Blanco. Y… dice. Domingo Torres se vuelve hacia Yandiola en la cama y remata los puntos suspensivos: Y qué. ¿Y hace mucho que te carteas con Blanco White? ¿Y tú, con quién te carteas tanto que hasta te has comprado una escribanía de plata? ¿Que está el suelo lleno de pedacitos de lacre rojo?, ¿que tienes el dedo negro? Domingo Torres lo interroga con alegre desafío y Yandiola se altera, sube y baja la mirada, retoma la falsa lectura hasta que la silenciosa ironía de Torres lo vence, lo seduce, lo contagia y responde me escribo con James Madison. ¿Te escribes con el presidente de los Estados Unidos? Como lo oyes, responde Yandiola pasando mecánicamente las páginas del libro. Domingo Torres se levanta con su cofre bajo el brazo, le agarra un hombro y le dice sabía que ocurriría. Todos los partidos te quieren en sus tribunas. Yandiola se humedece los labios y continúa no te lo he dicho antes porque no me gusta alardear. Carraspea, engola la voz, y no le voy a escribir al presidente con una plumilla de paloma. Es que anda que no se nota cuando la punta es mala, dice Domingo Torres. Vaya que si se nota, dice Yandiola. No sabía que supieras inglés. ¡Hombre que si sé! Yandiola suelta el libro y ayuda a Domingo Torres a preparar una de las estufas. Lord Wellington me enseñó. Clases magistrales. Mi inglés, al venir de la metrópoli, es mucho más refinado que el de Madison. Pero tú harás un esfuerzo y te pondrás a su altura, dice Domingo Torres. Cómo no, cómo no. Uno es un caballero, dice Yandiola, y se limpia el tizne de las manos en el camisón. No te lo digo por caballero, que lo eres, sino más bien por precaución. Si ofendes al presidente de los Estados Unidos… Domingo Torres le da un golpecito en la espalda a Juan Antonio Yandiola porque se ha dado la vuelta para desvestirse. Escúchame, que esto es importante, le regaña, y Yandiola obedece. Se gira en calzones, con los brazos cruzados, y escucha. Si evidencias la inferioridad intelectual del presidente de los Estados Unidos, explica con el índice levantado, mandará a una tribu de indios cheroqui para que te aten desnudo a un tótem y bailen alrededor tuya, con muchos tambores pam pam pam, pam pam pam, cantando como lobas en celo en noche de luna llena, fumando hierbas alucinantes, alucinógenas, lo corrige Yandiola. Alucinógenas y alucinantes, Juan Antonio, continúa, hasta que te vuelvas loco, y entonces desearás estar atado a un mástil, con el fuego subiéndote por los pies y escuchando el soniquete de un cura antes que soportar el rito de iniciación

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