Reflexiones de un viejo teólogo y pensador. Leonardo Boff

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Reflexiones de un viejo teólogo y pensador - Leonardo Boff Reflexiones teológicas

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      Hago mías las palabras de un sutil teólogo franciscano, Duns Scotto (1266-1308): “Si Dios existe como existen las cosas, entonces Dios no existe”. Esto es, Dios no es del orden de cosas que pueden ser encontradas y descritas. Él es la precondición y soporte anterior para que dichas cosas existan. Sin él, ellas habrían quedado en ese mar insondable de la energía de fondo o volverían allí.

      Esta es la naturaleza de Dios: no ser cosa, sino el origen y el abismo que da origen a todas las cosas. Y el origen no puede ser pensado, pues es la precondición de todo pensamiento.

      En consecuencia, es muy complicado hacer teología. Henri Lacordaire (1802-1861), el gran orador francés, dijo con razón: “El doctor católico es un hombre casi imposible: pues tiene que conocer el depósito de la fe, las acciones del papado y además lo que san Pablo llama ‘los elementos del mundo’, esto es, todo y todo”.

      Recordemos la afirmación de René Descartes (1569-1650) en el Discurso del método, base del conocimiento moderno: “Si yo quisiera hacer teología, sería necesario ser más que un hombre”. Y Erasmo de Rotterdam (1466-1536), el gran sabio de los tiempos de la Reforma, observaba: “Hay algo de sobrehumano en la profesión del teólogo”.

      No nos debe admirar que Martin Heidegger (1889-1976), tal vez el filósofo de mayor profundidad de los últimos tiempos, dijera que una filosofía que no se confronta con las cuestiones de la teología aún no ha llegado del todo a sí misma. El oficio de la teología es casi impracticable, y eso es algo que yo siento día a día.

      Lógicamente, hay una teología perezosa que renuncia a pensar a Dios, y apenas piensa lo que otros ya pensaron o lo que ya dijeron los teólogos del pasado o los documentos oficiales de los papas.

      Mi sentimiento del mundo me dice que hoy la teología como teología contemporánea tiene que proclamar a gritos lo que ya dijo el papa Francisco en su encíclica sobre el cuidado de la casa común, Laudato Si’ (2015): tenemos que cuidar y preservar la naturaleza y armonizarnos con el universo, porque ellos son el primer y gran libro que Dios nos ha dado. En ellos encontramos lo que él nos quiere decir. Y como desaprendimos a leer ese libro, él nos dio otro, las Escrituras, judeocristianas y de otros pueblos, para que aprendamos de nuevo a leer el libro de la naturaleza y del universo.

      Hoy la casa común está siendo devastada. De ese modo destruimos nuestro acceso a la revelación de Dios. Por tanto, tenemos que hablar de la naturaleza y del mundo a la luz de Dios y también de nuestra razón científica. Si no preservamos la naturaleza y el mundo, los libros sagrados perderían su significado, que es enseñarnos a leer el libro de la naturaleza y del mundo.

      Así pues, el discurso teológico tiene su lugar junto a los otros discursos, que, llevados a último término, tocan también ellos el misterio de todas las cosas. Ese es el carácter del misterio que fascinaba a Einstein (1879-1955). Como él decía, quien no lo percibe es como un ciego que no ve.

      Tenemos la osadía de dar un nombre a ese misterio, un nombre de nuestra reverencia y respeto: el Dios de los mil nombres y de los infinitos atributos. La dignidad del ser humano reside en esa capacidad de interrogarse y entrar en diálogo con este misterio que, en el fondo, también lo siente dentro de su corazón.

      DIOS: EL PRINCIPIO QUE DA ORIGEN A TODOS LOS SERES

      Vamos a abordar ahora aquella ultima realidad que venimos llamando Dios. Se trata del mayor desafío del pensamiento radical y de la teología.

      Ya en la Edad Media, santo Tomás de Aquino (1225- 1274), san Buenaventura (1221-1274) y Duns Scotto (1266-1308), entre otros, enseñaban: teología en sí es la ciencia que Dios tiene de sí mismo; es decir, su divino pensamiento, propósito y misterio. La teología nos es inaccesible. Es de Dios para Dios.

      Pero en términos humanos teología es la reflexión sobre Dios y sobre todas las cosas a su luz. En otras palabras: nada escapa a la esfera divina. Por eso siempre cabe la pregunta: cómo es la política a la luz de Dios y cómo se revela o se empequeñece Dios en la política? Cómo es la tecnociencia desde la perspectiva de Dios? Sirve a la vida o al enriquecimiento corporativo? Cómo participa Dios, interior y exteriormente, en la liberación histórico-social de los oprimidos? Dicho de otro modo, se puede hacer teología acerca de todo, siempre que se contemple desde la perspectiva de Dios.

      Por esta razón las iglesias participan en la política, en la economía, en el orden social y en otros campos, partiendo siempre de la perspectiva teológica y también de la ética inspirada en dicha óptica. No hablan políticamente de política, sino que lo hacen de manera teológica o evangélica, pues ese es su campo específico. Fuera de ahí pierden su legitimidad.

      Dios como misterio en sí mismo y para nosotros

      Se ha dado mil nombres a la realidad “Dios”. Y todos ellos insuficientes, porque las palabras adecuadas no aparecen en ningún diccionario de ninguna lengua. Por eso, como ya hemos dicho, la palabra misterio sería la más adecuada.

      Pero cuidado: misterio no es sinónimo de enigma que, una vez resuelto, desaparece. Misterio es aquello que podemos conocer pero no se agota en ningún conocimiento sino que permanece siempre como misterio en todo conocimiento. Como bien observaba Albert Einstein: “El hombre que no tiene los ojos abiertos al misterio pasará por la vida sin ver nada”.

      Esta comprensión es la más adecuada al hablar del misterio de Dios. Por eso el misterio es siempre dinámico. Nosotros lo conocemos solo en parte. Al ser siempre dinámico, podemos atrevernos a decir que Dios es un misterio incluso para sí mismo. Esta es su verdadera naturaleza, como ya afirmaron algunos místicos. Apenas hay una diferencia entre nosotros y él: su propio conocimiento de su naturaleza de misterio es constantemente entero y pleno; el nuestro, siempre limitado y parcial.

      Por ser dinámico, el misterio divino está siempre abierto a una nueva plenitud, a la vez que permanece siempre como misterio eterno e infinito para sí mismo. En este sentido, Dios-misterio tiene futuro. Él puede ser aquello que no ha sido nunca antes, como su encarnación en el hombre Jesús de Nazareth.

      Acogemos el testimonio de quienes conocen a Dios por experiencia, los místicos. Con frecuencia afirman que, al hablar de Dios, negamos más que afirmamos y expresamos más mentiras que verdades. A pesar de ello debemos hablar de él, con reverencia y unción, porque, como ya dijimos en el capítulo anterior, planteamos cuestiones que solo apelando a la categoría “dios” pueden ser vagamente respondidas.

      En la palabra “dios” se contiene lo ilimitado de nuestra representación y la utopía suprema de orden, de armonía, de conciencia, de pasión y de sentido supremo que mueven a las personas y culturas. La palabra “dios” solo posee significado existencial si encamina los sentimientos humanos hacia esas dimensiones, en su realidad infinita y de suprema plenitud.

      Como atestigua la historia de las religiones, de la teología y de la mística, hay muchas maneras de hablar de Dios. Nosotros queremos seguir un camino contemporáneo, relativamente nuevo, proveniente de la nueva cosmología (la ciencia del cosmos), pues los propios científicos se encuentran con el misterio a través de ella y lo expresan de forma explícita.

      En primer lugar, lo que fascina a los científicos es la armonía y belleza del universo. Todo parece haber sido montado para que, a partir de la profundidad abisal de un océano de energía primordial, surgiesen las partículas elementales, después la materia ordenada, a continuación la materia compleja, que es la vida y, finalmente, la materia en sintonía completa de vibraciones, formando una suprema unidad holística: la conciencia.

      Tal

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