Reyes de la tierra salvaje (versión española). Nicholas Eames

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Reyes de la tierra salvaje (versión española) - Nicholas Eames La banda

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que tenía en la mano— lo convirtiese en leña. Es Clay Cooper Mano Lenta. ¡Estamos ante todo un héroe!

      —¿Y a los héroes no se les roba? —preguntó una de las bandidas.

      —Claro que robamos a los héroes —dijo la líder al tiempo que rajaba con la punta de la flecha la cartera que Clay llevaba colgada de la cintura. Cayeron veinte monedas de plata en el camino polvoriento, y las bandidas se abalanzaron sobre ellas para cogerlas.

      La mujer alzó el tono hasta uno propio para ejercer su liderazgo.

      —Un bocadillo pertenece a quien se lo coma. Un calcetín, a quien lo lleve puesto. Una moneda, a quien la lleve encima para gastarla. Pero hay cosas que no se pueden arrebatar. Como esta. —Acarició con los dedos la superficie rugosa de Corazón Tiznado como si pusiera la mano sobre la tumba de alguien muy querido—. Esto pertenece a Clay Cooper y a nadie más, y a los dioses pongo por testigos de que antes me crecerá una cola por el ojete que caer tan bajo como para robárselo.

      La mujer se apartó, se echó el arco al hombro y volvió a colocarse frente a ellos.

      —¡Poneos los calcetines, chicas! —gritó.

      Las forajidas se quitaron las botas y se pusieron los calcetines hechos a mano por Ginny sobre lo que fuera que llevasen antes. Luego, se repartieron los bocadillos y se escabulleron hacia la linde del bosque.

      Una de ellas cogió la espada de Clay al pasar.

      —¿Esto pertenece a Clay Cooper? —preguntó.

      —Ya no —respondió la líder.

      Gabriel contempló con mucho alivio cómo las forajidas se dispersaban. La líder miró a Clay y levantó la barbilla hacia Gabe.

      —¿Quién es el estorbo este?

      Clay se rascó la barba.

      —Pues... Es...

      —Gabe —respondió su amigo, que se irguió un poco para pronunciar su nombre.

      La mujer abrió los ojos de par en par.

      —¿Gabe el Gualdo? —Gabriel asintió. Y ella negó con la cabeza, incrédula—. Pues no te pareces en nada a como te imaginaba, la verdad. Mi padre me dijo que eras fiero como un león y frío como una pinta de cerveza kaskariana. Mi madre solía decir que eras el hombre más apuesto que había visto jamás. Además de mi padre, claro. Pero ahora que te tengo aquí delante, dócil como un gatito y tan... —Frunció el ceño como una granjera que examina una mazorca de maíz podrida— Tan viejo, joder.

      Clay se encogió de hombros.

      —La edad no perdona —dijo.

      La joven rio.

      —No, ¿verdad? Bueno, está claro que a vosotros dos no os ha perdonado ni una. —Entrecerró los ojos y miró el sol—. Sea como fuere, ahora mis chicas y yo tenemos un poco de plata que gastar, así que gracias.

      Clay consiguió dedicarle una lánguida sonrisa. Era incapaz de sentir antipatía por ella a pesar de que acababa de dejarlo sin comida, sin armas y sin ningún medio para calentarse los pies durante los largos y fríos meses que estaban por venir. Había sido muy amable (para ser una bandida, al menos) y había tenido la decencia de dejarle Corazón Tiznado. Algo era algo.

      —¿Cómo te llamas? —preguntó.

      La sonrisa de la joven se ensanchó.

      —Me han llamado de muchas maneras —dijo—. Ladrona. Prostituta. La viva imagen de la mismísima diosa Glif. Pero cuando cuentes esta historia junto a la lumbre esta noche, di que las que te quitaron todas tus pertenencias fueron Lady Jain y las Flechas de Seda.

      —¿Sois una banda? —preguntó Clay.

      —Bueno, somos bandidas —respondió ella—, pero me gusta pensar que podemos llegar a ser aún más.

      Luego se alejó a la carrera y tanto ella como las Flechas de Seda se perdieron en el bosque.

      Clay se dio cuenta de que llevaba un tiempo conteniendo la respiración. Soltó el aire y miró con gesto desconsolado a Gabriel mientras este se agachaba para recoger las piedras que le habían desparramado por el suelo.

      —¿En serio? ¿Tienes alguna buena razón para traer un puñado de piedras a esta misión imposible en la que nos hemos embarcado?

      Gabriel empezó a deambular a su alrededor. No tardó en encontrar la roca a la que Jain le había dado una patada, que luego examinó como si la viese por primera vez.

      —Son de Rosa —dijo—. Solía cogerlas de la playa cuando vivíamos en Uria. Pensé que era buena idea traerlas por si...

      —No las va a querer —replicó Clay—. Le va a dar igual que hayas cargado con un puñado de rocas a través de medio mundo, Gabe. Ya no es una niña pequeña, ¿recuerdas?

      —... por si ha muerto —terminó Gabriel—. Mi idea era colocarlas sobre su tumba. Creo que le gustaría.

      Clay cerró la boca al momento y se sintió como un imbécil de campeonato.

      Poco después, ya habían vuelto a colgarse los morrales a la espalda y encontraron un bocadillo que se había quedado retenido en el fondo del de Clay, para sorpresa de este. Le dio la mitad a Gabriel, que arqueó una ceja.

      —Menuda suerte.

      Clay resopló.

      —Si tú lo dices. Espero que la suerte nos dure al menos hasta que lleguemos a Castia.

      —Y también para el camino de vuelta —apuntilló Gabriel, demasiado ansioso por hincarle el diente a la comida como para notar el sarcasmo que destilaba el tono de su amigo.

      En cuestión de minutos, Clay ya había dado buena cuenta de su parte del bocadillo, y con él se había marchado también el último recuerdo que le quedaba de la mujer que se lo había preparado.

      —Y también para el camino de vuelta —repitió al rato sin convencimiento alguno.

      6

      Clay se había ganado la vida explorando ruinas asoladas con la intención de matar a cualquier criatura que acechara en ellas, y sabía más que la mayoría sobre el Antiguo Dominio. El viejo imperio druínico había llegado a abarcar todo el mundo conocido, desde Grandual al este hasta los Confines al oeste, así como la enorme extensión de la Tierra Salvaje Primigenia que había entre ambos lugares. Los druin eran brillantes artesanos y poderosos magos que gobernaban con la libertad propia de dioses sobre las primitivas tribus de hombres y monstruos que había en aquella época. Pero, como todas las cosas que terminan siendo demasiado grandes, como esas ambiciosas telarañas o las calabazas gigantes, llegó a ser algo tan monstruoso que cayó por su propio peso.

      Los exarcas que estaban al mando de las ciudades del Dominio se rebelaron contra el arconte que gobernaba en ese momento y tuvo lugar una guerra civil. A pesar de ser inmortales, los druin son relativamente escasos en número (Moog le había dicho a Clay en una ocasión que las hembras

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