Reyes de la tierra salvaje (versión española). Nicholas Eames
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—Me refiero a la piscina —gruñó el agente—. Podéis meteros y nadar un poco.
Acompañó las palabras con unos aspavientos que hicieron tintinear toda la joyería que llevaba encima.
Clay examinó el estanque.
—Pero ¿nadar adónde? —preguntó.
—¿Cómo que “nadar adónde”? —repitió Kallorek con el ceño aún más fruncido.
—¿Es una fuente de sanación? —preguntó Gabe. Extendió un poco el brazo e hizo un mohín cuando lo abrió del todo—. Porque diría que tengo el codo un poco...
—Mira, ¡que le den a tu puto codo! —exclamó Kallorek. Clay se había olvidado de la poca paciencia que tenía el agente. Podía estar dedicándote una sonrisa de oreja a oreja en un momento dado, y un segundo después...—. No es una fuente ni un estanque ni la puta bañera de una nereida. Es una piscina, joder. ¡Una piscina! Sirve para nadar y relajarse.
Clay sabía muy bien que sugerir a Kallorek que la probara él primero para nadar solo serviría para provocarlo más, pero Gabriel no. Por eso, cuando lo vio abrir la boca para comentarlo, lo empujó con fuerza al agua, donde chapoteó y braceó como un perro para volver al borde.
La rabia de Kallorek desapareció, y empezó a reír a carcajada limpia con tanta fuerza que acabó enjugándose las lágrimas.
—Tenías razón —dijo Clay—. Ya me siento mucho mejor.
Una de las características de Kallorek sobre las que no cabía duda es que era tan vil como un sapo de dos cabezas. Pero otra era que aquel gordo cabrón se las apañaba para comer muy bien.
La comida dejó a Clay en un estado de casi euforia y desconcierto que agradeció doblemente, porque Valery (que también parecía desconcertada) había decidido acompañarlos a la mesa. No dijo gran cosa, pero sí que se dedicó a soltar una gran cantidad de suspiros y a reír entre dientes de vez en cuando al oír alguna ocurrencia que solo ella encontraba divertida, como cuando oyó el ruido que hicieron dos de sus coles con sirope o el del cuchillo al rechinar una y otra y otra y otra vez contra la miel crujiente que cubría la piel de su enrollado de lomo de cerdo.
Clay era incapaz de apartar la mirada de las cicatrices medio ocultas que se entreveían debajo de las mangas de su camisa. Gabriel le había dicho que Valery había tenido problemas con la rasca, una droga que se fabricaba con el veneno de los gusanos aturdidores y que se introducía en el cuerpo realizando unos pequeños cortes en la piel de la cara interior de los brazos. Por lo visto aún no la había dejado, porque algunos de los cortes estaban rojos como si fuesen recientes.
Al verla ahora, Clay casi no podía creer que fuese la misma mujer de la que Gabe se había enamorado hacía tantos años, la mujer que muchos decían que había terminado por ser la única responsable de la ruptura de una de las mejores bandas de mercenarios de la historia de Grandual. No lo era, claro. Ese honor correspondía a otra mujer. Pero aunque Valery no hubiese sido responsable del hundimiento del barco, sí que se había encargado de hacer unos buenos agujeros en el casco.
Gabe y Val se habían conocido en la Feria de la Guerra, un festival trienal que se llevaba a cabo en las ruinas de Kaladar, uno de los lugares más importantes del Dominio. Durante tres días desenfrenados de finales de otoño, todas las bandas, bardos y agentes de cada uno de los cinco reinos se reunían para luchar, follar y beber hasta la extenuación. Pero Valery había acudido a la feria a modo de protesta. En aquella época formaba parte de una facción llamada los Buenrollistas, que tenía la opinión idealista e impopular de que los humanos y los monstruos podían coexistir en paz. Para demostrar sus puntos de vista, decidieron intentar prender fuego a la enorme caravana de Saga, hogar sobre ruedas que la banda usaba como base de operaciones.
Se consiguió echar del lugar a los Buenrollistas antes de que pudieran hacer daño alguno a la banda, pero Valery fue secuestrada por Gabriel, quien había insistido en que esta acudiera a la fiesta que iban a celebrar en el interior de la caravana. Clay recordó el ridículo aspecto que tenía una mujer así sentada entre tantos mercenarios curtidos y pendencieros: era alta, muy flaca, con la piel de marfil y un cabello que más bien parecía oro con textura de seda. Llevaba un vestido de tubo y una corona de flores sobre la frente. Clay había comentado que parecía una princesa acompañada por orcos, aunque estaba seguro de que nadie lo había llegado a oír.
Sea como fuere, Gabriel y ella habían estado colados el uno por el otro desde el principio. Clay había oído decir que había parejas que eran como el fuego y el hielo, pero aunque Gabe y Val tenían ideologías bien diferenciadas, se podría decir más bien que eran espadas idénticas que no dejaban de entrechocar. Ya fuera entre llamaradas o en una tormenta de hielo. Lo que había comenzado como unas preguntas en broma hechas por Gabriel para divertir a sus compañeros terminó por convertirse en una conversación muy intensa, luego en una discusión acalorada y finalmente en un violento enfrentamiento de gritos durante el que Valery intentó por segunda vez quemar la carreta de guerra de Saga al lanzar un farol contra la cabeza del líder.
Al día siguiente ya estaban perdidamente enamorados.
Val dejó a los Buenrollistas, una decisión que resultó ser muy oportuna, ya que la semana siguiente aceptaron la invitación a un banquete de centauros salvajes sin llegar a darse cuenta de que el plato principal del banquete, eran ellos. Valery acompañó a Saga en su siguiente gira, a pesar de que solía discutir con Kallorek a la hora de elegir el siguiente bolo de la banda. Gabriel empezó a consultar con Valery cada vez más a menudo temas que concernían a todos, algo que a Clay y a Moog no les importaba demasiado, pero que no sentó muy bien a Matrick ni a Ganelon, quien soportaba la repulsa que sentía ella por su naturaleza violenta como una montaña soporta a las cabras que retozan por sus laderas. Así transcurrieron los días hasta que Val puso la primera de sus flores en el pelo de Gabe...
Gabe le dio un fuerte codazo a Clay en las costillas para recordarle que acababan de hacerle una pregunta.
—Sí. No. ¿Qué? —respondió con intención de cubrir todos los flancos.
—¿Qué edad tiene tu pequeña? —repitió Kal—. ¿Se llamaba Talyn?
—Tally. Cumplió nueve años el verano pasado.
—¿Tally? ¿Es diminutivo de algún otro nombre?
—De Talia —respondió Clay.
—Mmm. —Kallorek puso menos interés en la respuesta de Clay que el que estaba poniendo mientras untaba salsa de ternera en una rebanada de pan a rebosar de mantequilla—. ¿Y la vuestra, Gabe?
Gabe estaba frente al agente, sentado con la espalda bien apoyada hacia detrás y las manos en el regazo. Casi no había tocado la comida.
—¿Mi qué? —preguntó.
—Tu hija —dijo Kallorek con la boca llena—. Ella y esa pandilla de marginados que llama banda pasaron por aquí hace... ¿Unos siete u ocho meses? Dijo que los habían contratado para algo apoteósico, pero que no necesitaba agente y que andaba buscando ayuda financiera. Me pidió que le dejara algo de equipo.
—¿Rosa estuvo aquí? —preguntó Gabe.
Kallorek se lamió la salsa de los dedos.
—Le dije que me lo iba a pensar, pero no tengo una organización benéfica. Soy un coleccionista. Un conservador de objetos poco comunes y