La ciencia de los sentimientos. Ignacio Rodríguez de Rivera

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La ciencia de los sentimientos - Ignacio Rodríguez de Rivera

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la angustia no podemos hacer nada; ante el miedo podemos hacer cuatro cosas: huir, atacar, someternos o paralizarnos (hacerse el muerto).

      Muchos autores han señalado que, tal vez, la primera experiencia de angustia se produce en el nacimiento, cuando el anterior feto, que obtenía el oxígeno a través del cordón umbilical, justo al nacer (sea por vía natural o por cesárea) sufre unos momentos de falta de oxígeno (anoxia) hasta que pone en funcionamiento su aparato respiratorio.

      También se ha señalado la experiencia corporal que tiene el feto al pasar por el conducto del parto, con su apretada estrechez, episodio que se ahorra con la cesárea. Pero no es esta la ocasión para ocuparnos de este asunto.

      En cualquier caso, no cabe duda de que la experiencia del nacimiento ha de dejar su huella en la memoria corporal del individuo, a modo de un ‘troquel’ que condicionará en el futuro su modo de vivir otros episodios con algún tipo de semejanza.

      Pero soy de la opinión de que hemos de prevenirnos ante la fácil tendencia a atribuir a una sola causa, como esta del nacimiento, por importante que sea, las características de una personalidad; pues en su formación interviene una multitud de otros factores.

      El llamado ‘trauma del nacimiento’, al no tener en cuenta esa complejidad de múltiples variables, ha dado lugar a teorías excesivamente reduccionistas, como si la mente fuese un sistema de tipo lineal, no un sistema complejo de tipo ‘no lineal’, determinista sí, pero impredecible, como nos ha enseñado la teoría matemática del caos determinista, sobre la que tendremos que volver más adelante en varias ocasiones.

      Discúlpeme el lector por esta digresión sobre angustia y ansiedad; el motivo que me ha llevado a ello ha sido que se trata de dos fenómenos de nuestra experiencia que nos plantean la dificultad de distinguir, según el criterio que antes presenté, si se tratan de puras sensaciones, o si estamos ante genuinos sentimientos.

      Volvamos de nuevo al tema de los sentimientos: cada sensación, por sí misma no tiene significado alguno; en todo caso una sensación puede ser positiva, negativa o neutra. Por otra parte, y al mismo tiempo, una sensación puede estar enlazada a otras muchas; de modo que la activación de una de ellas implica inevitablemente la activación de las demás. A esto lo solemos llamar asociación de sensaciones, término que se presta a la confusión, pues parece aludir a una sucesión temporal, mientras que de lo que estamos hablando es de simultaneidad, sin tiempo; es decir, de un conjunto de sensaciones que se activan simultáneamente.

      En el caso de que, dentro de ese conjunto, estén también presentes sensaciones de carácter neutro, ocurre que las huellas de memoria de esas sensaciones neutras, enlazadas entre sí, constituyen una idea o representación mental que, por sí misma, no produce reacción alguna en el individuo; pero que, a través de su enlace con el conjunto de las demás sensaciones con signo positivo o negativo, adquiere un significado de experiencia.

      Es precisamente ese enlace de significado lo que podemos llamar sentimiento, el cual siempre tiene un valor, positivo o negativo, pero también (a veces) simultáneamente positivo y negativo.

      Nótese bien que no hablo de dos o más sentimientos de signo opuesto, sino de un solo sentimiento con ambos signos (sentimiento ambivalente). Insisto en esto porque tal cosa no es concebible para nuestra mente consciente, en la que, por decirlo brevemente, no existe algo que pueda ser positivo y negativo al mismo tiempo; en todo caso puede ser parcialmente positivo y parcialmente negativo. Pero no estamos hablando de partes, sino de la totalidad del sentimiento, como la unidad que es, indivisible: el conjunto de sensaciones que ese sentimiento contiene. (Como un vermut, dulce y amargo simultáneamente, no por partes).

      Como quiero subrayar, ese tipo de fenómeno mental, cuya formación acabamos de contemplar, no es posible que tenga cabida en nuestra mente consciente y, por lo tanto, sólo podemos conocerlo con nuestra consciencia, sólo podemos hablar de él con nuestra consciencia, deduciéndolo de los efectos que ese fenómeno inconsciente tiene para nuestra consciencia, que es con la que estoy escribiendo (y tu leyendo) estas líneas.

      A nuestra consciencia sí llegan las sensaciones que forman parte de un sentimiento; pero llegan de forma separada: calor, hambre, presión, sonido, sabor, etc. Lo que no llega a nuestra consciencia es que, simultáneamente, esas sensaciones están unidas indisolublemente a, por ejemplo, un sentimiento de atracción y repulsión, de amor y odio, de miedo y deseo.

      Cuando llegan a la consciencia dos sentimientos opuestos y simultáneos, sentimos un conflicto, que es un problema para la consciencia. En lo inconsciente no hay tal conflicto (no hay problemas inconscientes: es lo que es y nada más, sin preguntas).

      Todo esto que ocurre en nuestra mente no consciente, inconsciente, nos es tan desconocido para nuestro pensamiento consciente (el único que re-conocemos), que llevó a Freud a afirmar que se trata de la verdadera realidad psíquica; realidad incognoscible (para la consciencia) que equivale a lo que había afirmado el filósofo Immanuel Kant, en su Crítica de la Razón Pura, respecto a la cosa en sí (la realidad misma) que sólo podemos conocer a través de los efectos que esa realidad produce en nosotros (mediante los sentidos); esos efectos que cobran en nuestra cabeza la dimensión de fenómeno (el fenómeno es eso que nuestra cabeza kantiana, nuestra Razón, construye con sus formas a priori de: espacio, tiempo y causalidad).

      Dicho de modo más sencillo: lo que nosotros conocemos del mundo (incluido nuestro cuerpo) es lo que ocurre en nuestros sentidos. Por ejemplo, conocemos el color, no las ondas electromagnéticas que inciden en nuestra retina. Conocemos nuestra fobia a las mariposas nocturnas, no el enlace inconsciente de ellas con una determinada experiencia del pasado (que se hace presente ante la mariposa, sin que conozcamos esa experiencia que, no obstante se hace presente ahora sin saberlo).

      Advertencia: no retrocedamos ante el hecho de que podamos hablar sobre algo que no podemos conocer directamente, ante algo de lo que sólo podemos saber (sin conocerlo); pues continuamente estamos haciendo eso mismo en muchas actividades científicas, cuyo valor y utilidad nadie pone en duda: nadie conoce el interior del sol, sólo sus efectos; ni podemos conocer un agujero negro, ni muchas otras cosas sobre las que investigamos con notable éxito práctico.

      Es más, yo diría que, cuando hablamos de nuestra mente inconsciente, estamos hablando de algo que sí sentimos directamente; pero esas sensaciones que experimentamos de primera mano, las experimentamos bajo la forma que les da nuestra consciencia, de ninguna otra forma (aunque sea dolor de tripas, que es consciente, debido a una rabia inconsciente al líder).

      La forma que cobran en nuestra consciencia es el sentimiento que padecemos o disfrutamos; sentimiento que podemos reconocer y asumir conscientemente, aunque nos duela o guste; pero que muchas veces nos resistimos a reconocer como propio de nosotros mismos; en cuyo caso operamos con él de diferentes formas, mediante diversos procedimientos (que no me gusta llamar ‘mecanismos’) tales como atribuirlo a otra persona (lo que se llama, inadecuadamente, ‘desplazamiento’, ‘proyección’, etc.), u operamos sobre ese sentimiento de forma tal que impedimos que se muestre en nuestra consciencia (lo que se dice, también inadecuadamente, ‘represión’, como si se tratase de un fluido al que se le pone una barrera o presa), operación ésta que podemos comprender mejor si hablamos de ‘retirar la atención’ desviándola a otra cosa.

      Por ejemplo, es notable observar cómo personas aquejadas de lo que se llama ‘trastorno obsesivo compulsivo’, se sienten impulsadas a centrar toda su atención, con extraordinaria tensión, en asuntos o cosas que ellos mismos consideran triviales; mientras que se muestran incapaces de sentir

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