Republicanas. Luz Sanfeliu Gimeno
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La participación masiva de los hombres en la política hacía necesario construir mecanismos de cohesión y de identificación social que unificaran y canalizaran su fuerza.20
Esos mecanismos de cohesión fueron también un modelo identitario masculino que responsabilizaba directamente a cada militante republicano de los cambios en su entorno, porque muchos de los atropellos políticos que sufrían los demócratas eran el resultado de su falta de coherencia y de la incapacidad para agruparse y crear un frente político y social, que les permitiera contestar al sistema. Cuando se denuncian por parte de los republicanos de Bilbao ilegalidades en las elecciones del mes de julio de 1897, las reflexiones de El Pueblo volvían a incidir en que: «Es inútil esperar horizontes de justicia y prosperidad no saliendo a conquistarlas con nuestras propias manos».21
Y, nada más realizarse la unidad política de la mayoría de los republicanos valencianos en el partido de Blasco, Escuder remarcaba la necesidad de trabajar en la base, en las «provincias», porque sólo ésa era en realidad la tarea que les permitiría expandir las ideas que como republicanos mantenían:
Hecho está lo de arriba: falta hacer lo de abajo. A provincias acudiremos y allí en la brecha nos dedicaremos á la educación y a la conquista del pueblo español.22
Así se creó en torno al blasquismo un sólido tejido asociativo, accionado y reforzado por las apelaciones que hacían referencia a «la fe en los principios», a «la conciencia» y a «la honradez» de sus seguidores. De este modo, se diferenciaban a sus enemigos políticos, y representaban a los sujetos republicanos como los únicos «verdaderamente» revolucionarios y capaces de propiciar transformaciones sociales, ya que sus «principios» no eran sólo palabras abstractas, sino una nueva forma de «ser» y de actuar.
Por ello, los blasquistas promovían a través del periódico reiteradas campañas con el fin de movilizar e implicar cotidianamente a sus militantes. Recogían masivamente firmas, abrían suscripciones populares, promovían manifestaciones, o hacían repetitivos llamamientos a los militantes para trabajar en el partido y garantizar la «limpieza» de los comicios.23
En esta militancia activa de la que hacían gala los blasquistas, habitualmente, encontramos que las mujeres eran, también, invitadas a participar o participaban por su propia voluntad en los actos que se promovían. En los festejos del 15 de julio de 1897, cuando la Juventud Republicana conmemora la toma de la Bastilla (14 de julio), entre los oradores que pronuncian discursos encontramos que se cita como oradora a Dª. Belén Sárraga,24 y en el resumen del acto se puede leer: «Entre la concurrencia vióse gran número de señoras, que llevaban ceñido al cuerpo un cinturón con los colores republicanos».25
También, cuando se invita a los valencianos a que firmen en las oficinas del periódico El Pueblo en apoyo de Zola por el caso Dreyfus, son numerosos los nombres de señoras que figuran en el libro de apoyo, el cual finalmente envían los republicanos valencianos al escritor francés, que está siendo juzgado.
Como resultado de esta invitación a la participación, se promovía una conciencia cívica capaz de movilizarse espontáneamente y con diligencia, manifestándose en las calles y mostrando su desacuerdo con hechos que consideraban onerosos, como, por ejemplo, ante el desastre de Cavite,26 o ante los nuevos impuestos que aplicó Villaverde siendo ministro de Hacienda. En este último caso, de nuevo, la noticia del periódico da cuenta de que en la huelga general que llevaron a cabo los ciudadanos valencianos, también las mujeres y los niños se movilizaron y tuvieron su propio protagonismo.
Muchísimas mujeres y chiquillos desde la seis de la mañana dedicáronse a impedir que se abrieran los talleres, y varios grupos de hombres intentaron hacer cerrar los comercios lo que no fue necesario, pues la mayor parte de ellos ya se habían anticipado a hacerlo.27
Los blasquistas, con esta actitud de movilización popular y de reforzamiento de la militancia, resaltaban la importancia de la acción individual y afirmaban la necesidad de que los sujetos –sobre todo los hombres, pero también las mujeres–, adquiriesen un compromiso tangible con la vida social y política.
Frente al carisma de los líderes, la política de medro y privilegios que, desde su punto de vista, significaba para el resto de los partidos políticos obtener diputados y relacionarse con sectores sociales influyentes para el propio provecho, oponían la necesidad de acciones basadas en la presencia en las calles de la masa federal, que eran en realidad sus seguidores.
Sin embargo, conviene no olvidar que Pigmalión, refiriéndose a los republicanos influyentes, afirma que hubo también intereses particulares vehiculados a través del partido:
La junta municipal del partido estaba compuesta por hombres ambiciosos que aspiraban a ocupar cargos públicos de la administración y política valenciana. Otros, industriales y comerciantes, pensaban hacer grandes negocios al socaire de la política.28
También en el mismo sentido, Martí advierte que
Cal tenir en compte l’afavoriment per part dels blasquistes dels interessos d’una burguesia urbana beneficiada per l’assaig de reforma urbanística [...] fins al punt que J. López Hernando ha pogut parlar, en estudiar la política hisendística del blasquisme, d’autèntica detracció de recursos dels sectors populars per a subvenir els negocis immobiliaris dels propietaris.29
Estas representaciones que los blasquistas hacían de sus seguidores, aun cuando no siempre sus actuaciones tuvieron un correlato exacto con sus prácticas de vida, nos permiten comprender cómo aquellos republicanos –que en los primeros tiempos del partido en Valencia leían o escuchaban El Pueblo, eran «pobres, y en su mayoría iletrados, entendían la democracia a su manera y se dirigían al jefe para resolver cualquier asunto»–,30 fueron progresivamente formados para comprender que podía existir otra forma más moderna y efectiva de hacer política.
Desde este punto de vista, la tarea de los blasquistas se centró en convencer, sobre todo a los varones, de que no sólo era necesario confiar en la integridad que debían tener los líderes a los que votaban; también era necesario que la política se convirtiese en una responsabilidad colectiva. Como decía un artículo del periódico:
Podrán caer los jefes, pero las ideas sobreviven, y la protesta revolucionaria no muere ni morirá, pues se abriga en el corazón de todos los españoles honrados.31
O también:
El único medio de hacer republicanos es trabajar incesantemente por la causa, llevando á cabo campañas de actividad extraordinaria, sosteniendo el calor en todos los corazones y el entusiasmo en todos los cerebros.32
Esta