Panteón. Jorg Rupke
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17. Pietas espolvoreando incienso sobre un altar. Reverso de un sestercio de Antonino Pio acuñado en Roma, 138 d.C. (RIC 2.1083a). Fotografía: Classical Numismatic Group (CC BY SA 3.0)
Había otros que también usaban estos símbolos sobredeterminados. En más de un centenar de lugares se desarrollaban tradiciones que exigían erigir o depositar figuras de animales de bronce o de barro, o que al menos ofrecían estas opciones[23]. En Fregellae, durante un periodo que transcurrió entre los siglos IV y II a.C., se usaron representaciones de cerdos y vacas. En el complejo de Minerva en Lavinio se preferían las palomas, mientras que, en el llamado santuario Minerva Medica en Roma, encontramos vacas, un jabalí, un caballo, un león y aves. Las tradiciones locales restringían lo que se podía representar sin ofender; en otros momentos, la diversidad local invitaba a la experimentación individual. Los animales más comunes que se consumían en las comidas que se celebraban en estos emplazamientos: corderos y pollos, pocas veces aparecían representados entre las figurinas. Algunos individuos podrían asociar un objeto así con una petición de fertilidad, o con la erradicación de una peste en su propio rebaño; para otros las miniaturas podrían haber sido importantes como forma de representarse a sí mismos como dueños de ganado, como cazadores de éxito (y criadores de perros de caza) o como personas que observaban las prácticas religiosas locales (como el sacrificio de palomas). La ostentación habría sido aquí un factor más o menos en la misma medida que lo era en las representaciones de la juventud o en las de los individuos ricamente adornados. En escasísimas ocasiones se depositaba una réplica del animal sacrificado: el banquete privado de unas mil porciones de carne de vaca (como las que puede proporcionar un solo animal de tamaño adulto) sin duda no era un acto religioso que normalmente tuviera lugar en los lugares en los que encontramos representaciones de ganado vacuno[24].
Las prácticas que hemos descrito pueden haberse orientado hacia el tipo de comunicación religiosa que se había mantenido durante mucho tiempo, con el interés de adquirir, durante mucho tiempo, el tipo de beneficios que podía aportar la comunicación religiosa; esto contrasta con el tipo de comunicación que se llevaba a cabo, por ejemplo, en los complejos de Asclepio, que se visitaban principalmente en los momentos de especial necesidad. (En cualquier caso, incluso en el siglo III a.C., los lugares de Asclepio no abundaban aún en el centro de Italia[25].) ¿Qué expectativas se suscitarían entonces por parte de nuestros actores no indiscutiblemente plausibles? Cualquiera interesado en la exposición de una asociación con un individuo fallecido y por extraer una ventaja continuada del respeto que se le debía, puede haber buscado unas oportunidades frecuentes para la «religión»; alguien que deseara obtener el apoyo de un «dios» podría entonces haber visitado repetidamente un lugar especial, o de alguna manera alimentaba una relación especial. La vocación podría haber sido más fuerte para un individuo cuya conexión con un lugar fuera lo bastante pública; si, por ejemplo, él o ella hubiera sido responsable de la construcción de un edificio en el lugar. En todo el resto de los ejemplos, la cuestión de qué podían esperar las deidades o los difuntos de una devoción continuada probablemente se resumía, simplemente, mediante el olvido: parecido a como ocurre hoy en instancias comparables en las que los devotos tienen únicamente una idea de lo más vaga sobre qué es lo que podrían querer los «otros» en la sombra. La conciencia de que existían esas expectativas aumentaba sin embargo, a medida que los agentes invisibles recibían una forma y un rostro mediante los medios arquitectónicos, mediante ritos o imágenes dignos de mención. Quienes habían establecido una relación más íntima, tal vez a cuenta de enfermedades concretas que los recordaran su necesidad, podrían también sentir de manera más potente las necesidades recíprocas de quienes buscaban ayuda. Esas imágenes personalizadas se hacían cada vez más visibles, no solamente sobre y dentro de los templos, sino también en las calles durante las procesiones, en forma de estatuillas, bustos o literas acarreando símbolos[26].
Votos
El autor cómico Plauto y, después de él, Titinio abordaron el tema de los votos con precisión terminológica en los inicios del siglo II a.C.: un personaje estaría «condenado» a «redimir» un voto (votum) y así estaría obligado a cumplirlo[27]. Este lenguaje era bastante reciente y aparecía por primera vez en inscripciones de los siglos III y II a.C. El aire legalista de los procedimientos y el lenguaje que inspiraba apuntan a que lo que aquí estaba en juego era una ruptura de los vínculos dialécticos apropiados para, respectivamente, los humanos y las deidades, es decir, que era una situación en la que estaban implicadas exigencias sobre el erario público[28]. Esto supone un sistema estatal desarrollado, que aún no existía en el centro de Italia en los siglos VI y V, surgiendo primero en Roma en la segunda mitad del siglo IV a.C.
Una tableta de bronce procedente de Falerii Novi, una nueva fundación establecida después del año 241 a.C., nos da una idea del proceso. La elección de las palabras, en una caligrafía local, pero en la variante regional del latín[29], es importante. El pretor local se cuidó mucho de precisar hasta el último detalle que el acto religioso que había iniciado tenía su origen en una orden que había emitido el Senado local:
Menerva sacru / La.Cotena.La.f. pretod de / zenatuo sententiad vootum / dedet cuando datu rected / cuncaptum.
Consagrado a Minerva. Lars Cotena, hijo de Lars, pretor, pronunció un voto por decisión del Senado. Cuando se pronunció, se formuló correctamente[30].
Así, para tratar con perfecta rectitud esta nueva institución latina, llegó hasta el punto de indicar la longitud de la vocal de su denominación doblándola (vootum).
Una pareja de hermanos, cultos y elocuentes, Marco y Publio Vertuleyo, se dirigieron a la nueva institución en una de las primeras inscripciones privadas que mencionan un votum. Se encontró cerca de Sora y data de alrededor del siglo II a.C. Aquí también ha transcurrido un tiempo desde que el padre, encontrándose en una situación desesperada, asumió la obligación del voto y sus hijos ahora deben velar por su cumplimiento. Lo harán mediante un diezmo en forma de una comida suntuosa para Hércules Maximus, «Hércules el más grande». Al final, los hermanos no pueden resistirse a suplicar que Hércules, que ahora los ha complacido una vez, pueda en el futuro sentenciarlos, aunque una expresión tal vez más apropiada sería «condenarlos», a cumplir un votum:
M(arcus) P(ublius) Vertuleieis / C(ai) f(ilii) quod re sua difeidens asper(a) / afleicta parens timens / heic vovit voto hoc / soluto [d]ecuma facta / poloucta leibereis luben / tes donu(m) danunt / Herculei Maxsume / mereto semol te / orant se voti crebro / condemnes[31].
«Marco y Publio