Roja esfera ardiente. Peter Linebaugh

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materialista e histórica de la religión, Las ruinas de Palmira, se había publicado en 1792, y diez años después estaba siendo traducida de nuevo por Joel Barlow y Thomas Jefferson. Este diálogo en el corredor de la muerte, por así decirlo, entre lógica y religión fue un intento de ponerle grilletes en la mente, además de en las piernas, a Despard. Con el «London» de William Blake oímos hablar también de «las esposas forjadas por la mente». Solo que en 1803, las esposas de la mente no estaban en el «Hombre» –un sujeto universal y revolucionario– sino que las imponía el reverendo Winkworth, un eclesiástico anglicano a las órdenes del Gobierno, a Edward Despard, un militar revolucionario irlandés, cuya viva solidaridad moral, espiritual y política con un movimiento de liberación estaba a punto de extinguirse.

      Napoleón firmó en 1801 un concordato con el papa, y en abril de 1802, de acuerdo con una de sus disposiciones, se abolió el calendario revolucionario y se restauró el descanso dominical. Las esperanzas revolucionarias del primer año concluyeron con esta vuelta al calendario cristiano y sus nombres cesáreos de los meses. La batalla de las ideas se correspondía con batallas entre países y batallas entre clases.

      Despard fue ahorcado, y después decapitado. Podría haber sido peor. La sentencia real era un ejemplo sanguinario de la carnicería tradicional. Él y los otros fueron conducidos en carreta a la horca, «donde seréis colgados por el cuello, pero no hasta la muerte; porque mientras estéis vivos, se bajarán vuestros cuerpos, se os arrancarán los intestinos y se quemarán delante de vosotros; vuestras cabezas y extremidades quedarán entonces a disposición del rey; y que Dios Todopoderoso se apiade de vuestras almas».

      Despard fue uno de los siete que sufrió la muerte en la horca reservada al traidor. Los otros representan a los obreros en aprietos de diferentes partes de Inglaterra e Irlanda: los trabajadores textiles de los condados occidentales; los artesanos degradados de Londres; los estibadores, cargadores y soldados de Londres; los obreros no especializados de Irlanda, los huérfanos de las fábricas. En el primer censo de 1800, se habían convertido en números, cuyos alojamientos aparecían identificados y enumerados en el gran plano de Londres, confeccionado por Horwood en 1799. Echando la vista atrás, en 1827, William Blake escribió: «Desde la Revolución francesa los ingleses son todos intercambiables: ciertamente un feliz estado de concordancia, del que yo por mi parte disiento».

      Unos días después de la ejecución múltiple, en las calles y capillas de Londres se difundió un panfleto de una sola hoja que costaba dos peniques. Es confuso, ambiguo y pretencioso, al estilo que pueden parecer ser los esfuerzos literarios no convencionales; no obstante, en medio de su aparente incoherencia se trata de un subtexto revelador. En los Archivos Nacionales se conserva una copia rota y sucia, recogida en su momento por las autoridades para su estudio. Presentado en un revoltijo de tamaños de fuente y plagado de errores tipográficos, se titulaba «Un esfuerzo cristiano para exaltar la bondad de la Divina Majestad, incluso en un recuerdo, con Edward Marcus Despard, Esquire, y otros seis ciudadanos que sin duda están ahora con Dios en la gloria». Con su declaración de «ciudadanos» que descansan en la «gloria», el título mezcla fraseología revolucionaria y cristiana. Comienza citando el Juramento de la Oakley para formar una nueva Constitución; alude a Irlanda y a George Washington; resalta la carnicería de la decapitación; compara a Despard con Job y con san Esteban (lapidado por Pablo), y con Urías (asesinado por el rey David); califica las guerras de Inglaterra de guerras contra las repúblicas. Subtitulado «Poema heroico: en seis partes», es formalmente heroico en su uso del pareado y en su contenido. La segunda mitad presenta un grito asombroso y casi incoherente contra los cercamientos y los ganaderos, para concluir con insinuaciones de que las pruebas del juicio fueron compradas con dinero del Gobierno. Una nota a pie de página en prosa cita al agrónomo político y partidario de los cercamientos Arthur Young y da a entender que la alta burguesía terrateniente niega a los campesinos hasta una vaca o un cerdo. La quinta parte del poema es un comentario sobre «Deserted Village» [La aldea desierta] de Oliver Goldsmith, el más conocido de los poemas contra los cercamientos de los bienes comunales publicados en el siglo XVIII. Escrito por un irlandés, enseña que la política colonial prefigura la política interior. Y así, con un aire sagrado, el panfleto conecta la insurgencia de Despard con la lucha por lo común. Entendemos por qué le interesaba al Gobierno.

      Cuando describí la influencia de Catherine al ablandar piadosamente la sentencia de muerte de Despard en el seminario de historia laboral organizado por la Universidad de Pittsburgh, Dennis Brutus, el poeta sudafricano, se conmovió y le dedicó un poema.

      «Para Catherine Despard “la esposa misteriosa”, ante la aprobación de la Ley sobre Delincuencia en septiembre de 1994»

      Ahorcado sí, pero no descuartizado,

      eso no, ese horror no,

      evitadle esa agonía,

      que lo condenen por traidor,

      sí, sí, que eso permanezca

      porque él tuvo su elección

      y querría que el mundo supiera,

      querría que se dijera de él

      que era amigo de la justicia,

      que estaba de parte de la verdad

      que era un hombre del común.

      Morirá, no ansioso por acabar su vida

      pero tampoco reacio a afirmar creencias

      y pensando que su muerte

      y las noticias de la causa por la que murió

      encenderán una llama en el corazón de los hombres

      y las mujeres protegerán las llamas con sus manos unidas:

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