Johannes Kepler. Max Caspar

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Johannes Kepler - Max Caspar Biografías

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[56]. En cambio, ahora, tan cerca del final, ¿debía interrumpir sus estudios y aceptar un puesto de profesor en una escuela, algo que en su época se consideraba inferior a un ministerio eclesiástico (según comenta él mismo)? En el llamamiento se entrevé sin duda un reconocimiento a su rendimiento en matemáticas hasta aquel entonces. Pero él no se sentía lo bastante instruido para asumir tal puesto, si bien reconocía que tenía talento para esa disciplina. Había comprendido sin dificultad las materias sobre geometría y astronomía que estipulaba el reglamento escolar. Pero se trataba tan solo de estudios obligatorios, nada de lo que habría aprendido con una formación específica en astronomía. Por otra parte, aquello lo enfrentó a su disciplina moral, difícil de eludir para él. Con frecuencia había visto que los compañeros de estudios reclamados desde el extranjero, es decir desde más allá de los límites de Württemberg, empleaban todo tipo de evasivas para no tener que marcharse por apego a la patria. No obstante, hacía tiempo que, «duro como yo era» [57], había resuelto acudir con la mejor disposición a donde fuera menester en caso de que lo llamaran. Para decidirse pidió consejo a sus allegados, a los abuelos y a su madre. Estos, cómo no, habrían preferido ver pronto al nieto sobre el púlpito brillando con el fulgor que lo bañaría allí arriba. Sin embargo, prefirieron dejar la decisión en manos de la facultad de teología, la cual había mostrado hasta entonces muy buena voluntad hacia su retoño. ¿No tendría oportunidad en Graz de adquirir práctica en los oficios religiosos a través del pastor Zimmermann mientras desempeñara su labor docente? Y, ¿no podría continuar formándose con unos estudios teológicos privados que le permitieran incorporarse al clero al cabo de algún tiempo? Esta alternativa parecía la más recomendable porque, por su edad y por su aspecto, aún no encajaba del todo en el púlpito. De modo que aceptó, reservándose explícitamente el derecho a volver e ingresar en el oficio eclesiástico. ¡Qué determinante iba a resultar aquel , no solo para el futuro de su vida privada, sino para el de toda la historia de la astronomía! Más tarde, cuando el descubrimiento de sus leyes planetarias le reveló su capacidad, Kepler reconoció retrospectivamente la voz de Dios en aquella llamada. Era Dios el que guiaba en secreto a los hombres hacia las distintas artes y ciencias a través de disposiciones externas, y con ello les comunicaba la verdad de que, como parte de su obra creadora, estos asuntos también dependen de la providencia divina.

      Se ha escrito hasta la saciedad que fueron los propios profesores de Kepler en Tubinga los que lo empujaron a Graz porque con tanta discrepancia teológica se había ganado sus recelos. Esta afirmación es falsa. Quienes lo sostienen se basan en que el mismo Kepler dijo en cierta ocasión que había sido alejado (extrusus) de Tubinga [58]. Pero con eso solo quería decir que fue necesaria cierta presión por parte de sus profesores para animarlo a aceptar un puesto que él no consideraba del todo conveniente. Sobre los motivos que guiaron a los teólogos de Tubinga no se menciona nada. A quienes fuerzan esa expresión (extrusus), se les podría responder que, en dos ocasiones muy alejadas en el tiempo, Kepler sostiene que fue una casualidad afortunada (commode accidit) [59] que lo llamaran a Graz. Como es natural, tampoco en esta declaración se comenta nada sobre las razones que movieron a los teólogos. Kepler solo señala que el cambio de situación le pareció una bondad, una suerte para su desarrollo intelectual ulterior. En cambio, esa interpretación queda desmentida en favor de Kepler a través de su aclaración expresa de que, dada su corta edad, se había guardado para sí sus ideas teológicas divergentes y no las había compartido con los siervos de la Iglesia. Es posible que los profesores de Tubinga sacudieran la cabeza al oír al diligente joven defender con tanto entusiasmo a Copérnico. Sí, seguramente también les llegaron rumores de sus dudas. Pero habría que considerar muy malos pedagogos a los profesores de Tubinga si se les atribuyera tan corto entendimiento ante los arrebatos de un temperamento joven, como para dejar marchar tan pronto a un aspirante tan destacado por su carácter y su rendimiento, por el simple hecho de que en el ardor de la juventud expresara opiniones que ellos consideraban peligrosas. No hay que dejarse llevar por el entusiasmo ante posturas imposibles de verificar de forma objetiva. No, Kepler fue enviado a Graz porque en vista de sus conocimientos matemáticos y astronómicos era con diferencia el candidato más idóneo, cuando no el único a tener en cuenta para aquel puesto, y la Universidad de Tubinga confiaba en ganarse laureles gracias a su persona. Kepler abandonó Tubinga en completa paz. La relación de confianza entre él y sus profesores se mantuvo intacta durante los años siguientes, y el conflicto no surgió hasta que varios años más tarde llamó la atención con sus ideas teológicas. Sin duda es cierto que, con su franqueza y honradez, Kepler no habría tardado en verse envuelto en grandes dificultades si hubiera llegado a concluir su carrera teológica y hubiera ingresado en el oficio eclesiástico.

      Después de que el duque concediera su aprobación para la marcha de Kepler [60], recibiéndolo incluso en persona, el nuevo profesor de matemáticas se despidió de su querida escuela superior el 13 de marzo de 1594 y emprendió el largo camino hasta Graz. Como su pecunia en metálico era escasa, recibió prestados cincuenta florines del superintendente del Stift, el profesor Gerlach [61]. ¿Acaso imaginaba que jamás llegaría a ejercer en su patria y que solo volvería a verla cuando fuera de visita?

      7 El ejemplar de las Revolutiones que más tarde perteneció a Kepler y en el que, en 1598, anotó unos versos suyos sobre el nuevo descubrimiento, pertenece hoy a la biblioteca de la Universidad de Leipzig [45].

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