Johannes Kepler. Max Caspar

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Johannes Kepler - Max Caspar Biografías

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primeros años de vida. Lo hizo como anexo a la carta natal de esos antepasados porque en aquel entonces se dedicaba mucho a la astrología y creía que la posición que ocupan los planetas en el momento del nacimiento influye en la actitud general de cada persona. Del abuelo Sebald comenta que se había vuelto arrogante y presuntuoso en sus modos, que era irascible, violento, testarudo, sensible y de rostro sonrosado y bastante carnoso; la barba le confería un aspecto grave; sabía dar órdenes acertadas y sabias e imponer que se cumplieran a pesar de su escasa elocuencia. La abuela era, según la descripción de Kepler, muy inquieta, lista, embustera, diligente en asuntos religiosos, delgada, de naturaleza encendida, impulsiva, eterna maquinadora, envidiosa, hostil, rencorosa. De papá Heinrich dice tan solo que Saturno en trígono con Marte dentro de la séptima casa hizo de él un soldado corrupto, rudo y camorrista. Tampoco su madre sale [7] muy bien parada; era pequeña, escuálida, morena, charlatana, pendenciera y de malos modales. Lo que Kepler pone ante nuestros ojos no es en absoluto una galería genealógica gloriosa, y su descripción de atributos extraña mucho más si se considera que el respeto hacia las personas con las que mantenía algún vínculo era un rasgo propio de su naturaleza. En cualquier caso, hay que tener en cuenta que elaboró este registro tan solo para sí mismo con el propósito de demostrar la concordancia entre la personalidad y las configuraciones celestes. Por otro lado, es fácil que Kepler buscara las causas de los atributos negativos justamente en el cielo para justificarlos, y por eso dejara de lado los aspectos positivos.

      Con el tiempo, papá Heinrich no soportó estar en casa [11]. La densidad del aire que reinaba allí y el bullir de la sangre que corría por sus venas tiraron de él. Desconocemos si en su juventud aprendió algún tipo de oficio. En ningún lugar se comenta nada al respecto. Es probable que contribuyera a administrar los bienes de su padre, pero aspiraba a ejercer otra actividad. Cuando en 1574 sonó el tambor del alistamiento se puso en marcha camino de los Países Bajos, donde el régimen de terror del duque de Alba había llevado a la revuelta y al levantamiento. Este era el ambiente que le gustaba. Pretendía calzarse las espuelas en aquel fragor de las armas. A su esposa e hijos los abandonó en casa. Katharina, su mujer, que se llevaba mal con la suegra y se sentía sometida por ella, partió tras su marido el año siguiente. El pequeño Johannes quedó entonces confiado a la tutela de los abuelos, quienes no le mostraban demasiado cariño y lo trataban con dureza. Durante la ausencia de los padres enfermó de viruela con tanta gravedad que estuvo al borde de la muerte. Cuando regresaron en 1576, el padre renunció a su derecho de ciudadanía en Weil der Stadt y se trasladó con su familia a la vecina ciudad de Leonberg, perteneciente al ducado de Württemberg. Allí mismo compró una casa e intentó emprender una nueva vida, pero al año siguiente volvemos a verlo en servicios militares belgas. No parece que la suerte le fuera favorable en aquella ocasión, porque corrió el peligro de morir en la horca. A su regreso perdió su patrimonio por actuar como aval, y entonces vendió la casa, abandonó Leonberg y en 1580 arrendó para sus hijos la posada de la pequeña aldea badense de Ellmendingen, cercana a Pforzheim, entonces muy frecuentada. En cambio, como es natural, tampoco allí permaneció mucho tiempo. Ya en 1583 lo volvemos a ver en Leonberg, donde adquirió bienes inmuebles. Cinco años después abandonó a los suyos para siempre. Se cree que participó como capitán en una batalla naval napolitana y que debió de morir durante su regreso a casa en la región de Augsburgo. Su familia jamás volvió a verlo.

      Los niños creen que el devenir del mundo tiene que ser tal como se les muestra cuando empiezan a pensar, y aceptan las tempestades como les salen al paso. Sin embargo, al joven Johannes, taciturno y sensible, debió de costarle mucho superar todas las impresiones lacerantes que tuvo. A su mente infantil le resultó difícil comprender el orden del mundo que conoció, y las imágenes negativas que se adhirieron a su alma no fueron fáciles de borrar. El sentimiento religioso se manifestó en él desde muy temprano, y en su desamparo buscó la ayuda de Dios, del todopoderoso, del que todo lo ordena y resuelve, del que lo abraza todo con su poder y a quien él se sentía subordinado.

      Pero hubo algo más que lo apartó de su pesar interior, que despertó su amor propio y procuró alimento a su espíritu: la escuela. Tuvo la suerte de que justo Württemberg contara con un sistema de enseñanza bien desarrollado. No solo existían por todas partes escuelas alemanas donde aprender bien o mal a leer, escribir y contar; además, tras la implantación de la Reforma, los duques de Württemberg decretaron que en todas las ciudades pequeñas debían erigirse también colegios latinos que asumieran la labor de las antiguas escuelas monásticas y cuya función consistiera en formar nuevas generaciones preparadas para el oficio espiritual y el servicio a la gestión territorial. En Leonberg existía una de estas escuelas dividida en tres niveles. Dado el peso que tenía entonces la lengua latina como idioma común entre los estudiosos y como vía hacia una formación superior, la enseñanza del latín se impartía con el mayor celo y se exigía que los escolares aprendieran a leerlo, escribirlo y hablarlo con soltura. Empezaban con él ya desde el primer año de asistencia a las clases. Una vez que sabían leerlo y escribirlo, el segundo año se dedicaba a inculcar la gramática, y durante el tercer año se leían textos clásicos antiguos, sobre todo comedias de Terencio, con la intención de favorecer considerablemente la expresión

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