Johannes Kepler. Max Caspar
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Para la redacción de esta obra he contado con el apoyo inestimable de Martha List, quien ha colaborado conmigo en la edición de las obras completas de Kepler. Su excelente conocimiento de las fuentes manuscritas me ha prestado una ayuda valiosísima en la elección, clasificación y recopilación final del material empleado. Su participación activa en el conjunto de la obra no me ha auxiliado menos que sus acertados apuntes en cuestiones concretas, cuando comentábamos a diario las distintas partes del libro. Por todo ello me gustaría manifestarle también aquí mi agradecimiento más profundo.
Asimismo, es muy de agradecer el esfuerzo que ha dedicado Fritz Roßmann a corregir una versión preliminar.
MAX CASPAR
Múnich-Solln, julio de 1947
1 El autor alude a la derrota alemana en la Segunda Guerra Mundial. (N. de la T.)
2 Tal como se aclara en el prólogo de la traductora, en la versión en castellano de la obra se han señalado todas estas referencias en el lugar que les corresponde dentro del texto mediante llamadas numéricas entre corchetes. (N. de la T.)
Introducción
La época de la historia alemana en que Kepler llevó a cabo la obra de su vida fue accidentada y desgarradora, tanto en lo espiritual como en lo político. El año 1600 divide el periodo de su paso por el mundo en dos grandes partes, casi iguales. Basta pensar que su vida coincidió durante doce años con la desoladora guerra de los Treinta Años para comprender que debió de tratarse de una existencia llena de inquietudes y preocupaciones, para él y para cualquiera de los que entonces representaron algún papel en el gran teatro del mundo. El conflicto, que arrojó durante bastantes años la desgracia de sus sombras ominosas, no se produjo por casualidad. Las decisiones de los hombres de Estado determinaron el trascurso de la historia y, por lo tanto, todo podría haber sido diferente si este o aquel hubiera tenido otra mentalidad o condición espiritual. Pero, aunque esto es verdad, también lo es que todos a un tiempo estaban influidos por las ideas y tendencias de la época; todos pensaban y obraban de acuerdo con las categorías de la concepción del mundo y de la vida que sirvieron de base a aquel periodo.
Para comprender y valorar la vida y obra de Kepler, la inmensa tragedia de su existencia personal y el brillante éxito de su trabajo intelectual, hay que conocer las tendencias y categorías mencionadas, así como la evolución de los acontecimientos políticos, al menos de manera general. Él, apolítico, tuvo que aprender que estos últimos interferían en el curso de su vida más de lo deseable. Mantuvo una estrecha relación con muchos de los protagonistas principales, y la fortuna lo llevó a ocupar posiciones zarandeadas por las olas de los sucesos políticos. En una afamada escuela superior de amplia repercusión, Kepler hizo acopio de todo lo que ofrecía la intelectualidad de su tiempo. Con la agilidad de sus facultades captó las fuerzas que integraban el espíritu de la época y encontró la dirección en que debía orientarlas para descubrir nuevas tierras. Como su vida interior se abastecía en última instancia de las fuentes de las que bebe la religión, también se vio inmerso en las pugnas confesionales que configuraron la fisonomía de aquel momento. En su primera fase, aquella gran guerra fue, de hecho, un conflicto religioso derivado de las tensiones insostenibles que habían surgido entre los distintos cultos.
EVOLUCIÓN DEL PENSAMIENTO FILOSÓFICO Y CIENTÍFICO EN EL RENACIMIENTO
A lo largo de nuestra descripción de la vida de Kepler conoceremos más detalles sobre la evolución de los acontecimientos políticos y sobre la variedad de tendencias imperantes en aquella época. Pero a modo de introducción y para una buena comprensión de los mismos, conviene mencionar algo sobre el panorama intelectual de finales del siglo XVI, ya que se trata de un aspecto significativo en la vida y obra de Kepler.
Hacía alrededor de doscientos años que se había operado un cambio profundo en el pensamiento filosófico y científico. La escolástica, que culminó con el grandioso sistema de Tomás de Aquino, había centrado su cometido en desarrollar, sistematizar y ahondar intelectualmente en las verdades elevadas de la enseñanza cristiana, al menos hasta donde le resultara posible a la razón humana. En su época, y no solo entonces, realizó esta tarea de un modo admirable; pero en su evolución posterior, la escolástica degeneró cada vez más en especulaciones sutiles incapaces de convencer por más tiempo a intelectuales abiertos al mundo y a librepensadores. Estos se sintieron constreñidos y atrapados en un sistema de estructuras abstractas que ponía cadenas al espíritu. La autoridad de Aristóteles, de validez preeminente desde la escolástica antigua y que no solo abarcaba el campo de la filosofía, sino también el de la física, experimentó un incremento considerable. Tanto fue así que cundió la idea de que encontrar y demostrar una verdad significaba e implicaba comprobar las tesis con los principios del filósofo. Con el tiempo, esa angostura se volvió insoportable y favoreció el hallazgo de una salida. Dada la situación, el espíritu, siempre inquieto y curioso, se dedicó a observar la naturaleza y a ubicar al ser humano dentro de ella. Ante él se abrió un territorio lleno de enigmas y secretos, un nuevo mundo, un cosmos de belleza extraordinaria, una aparente maraña de relaciones y dependencias ocultas tras la cual se intuía y percibía un orden sublime. No es que antes los pensadores hubieran sentido una indiferencia absoluta ante la naturaleza y hubieran permanecido ciegos a su poder y a su grandiosidad, o que ahora quisieran prescindir de la unión con Dios y lo sobrenatural. Más bien, antes buscaban comprender la naturaleza desde dentro, o si se prefiere desde arriba, como un todo, siempre desde la perspectiva del destino del ser humano en el más allá. Mientras que ahora la mirada se dirige hacia la abundancia de los fenómenos, que por supuesto se siguen considerando obra del Creador todopoderoso de bondad infinita. Si antes se había mirado hacia abajo, desde el más allá hacia la tierra y hacia la totalidad del mundo físico, ahora el hombre se situaba dentro de las cosas y desde ellas alzaba la mirada al cielo. El centro del pensamiento se trasladó de lo sobrenatural a lo natural. Junto a la revelación de Dios por la palabra surgió la revelación de Dios a través de su obra; junto a las Santas Escrituras apareció el libro de la naturaleza, cuya interpretación era ahora la tarea principal. Explicar la palabra de Dios era competencia de los teólogos; examinar su obra incumbía a los estudiosos entusiastas de los fenómenos naturales. Comenzaba una secularización de la ciencia y de la filosofía, y el establecimiento de estos nuevos objetivos favoreció la emancipación paulatina y definitiva del hombre con respecto a la autoridad de la Iglesia, la cual había acaparado hasta ahora su vida intelectual.
Lo que el ser humano practicaba entonces no eran todavía las ciencias naturales tal y como hoy las entendemos. Aún no se sabía cuánta paciencia y cuánto esfuerzo indecibles que se precisan para desentrañar los secretos de la naturaleza a través de la observación y de la experimentación. Todavía desconocían el concepto de las leyes naturales que establecen una relación causal entre los fenómenos y los traducen a fórmulas. Aún no se conocía el método de conocimiento inductivo, según el cual a partir de una hipótesis se extraen conclusiones que deben comprobarse empíricamente para demostrar su exactitud o, al menos, su probabilidad. ¿Cómo podían encontrar respuestas acertadas en la naturaleza si aún no habían aprendido a formularle las preguntas adecuadas? Ante todo, no se practicaba ciencia, sino filosofía de la naturaleza. Querían acceder de golpe a lo que el mundo alberga en su interior más profundo. Percibieron el orden y lo denominaron armonía. Se especuló sobre el alma de la Tierra y del universo, sobre la simpatía y la antipatía entre los objetos, sobre elementos y espíritus vivos, sobre macrocosmos y microcosmos. No pensaban tanto en causas como en efectos. Se plantearon cómo sería posible el conocimiento de la naturaleza y en qué consistiría. El platonismo y el neoplatonismo cautivaron las mentes con su hechizo. Para muchos, Platón y Plotino reemplazaron a Aristóteles; se entusiasmaron con la idea de que Dios creó el mundo con la belleza máxima, y en las ideas platónicas admiraban