Johannes Kepler. Max Caspar
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En lo que atañe a la política eclesiástica, la paz religiosa de Augsburgo del año 1555 ocupó un lugar destacado en la historia de la Reforma del siglo XVI. Ya no se pretendía la reconciliación de las distintas tendencias. La posición de los protestantes se había consolidado tanto que lo aconsejable era buscar más bien una paz que instaurara un marco viable para la convivencia de los seguidores de cada culto. Según las resoluciones de aquella dieta, la elección de la fe católica o la augsburguesa competía a los estados del imperio. Incluso más. La decisión de cada estado debía regir también en la totalidad de sus dominios. Con ello se constituyó en ley la máxima: «cuius regio, eius religio» («de quien es la región, suya la religión»). Con este precepto legal absolutamente monstruoso para la mentalidad actual, el soberano dirigente se apoderó del dominio privado del corazón de los hombres. La libertad confesional desapareció. El elector reinante ordenaba, y los súbditos tenían que creer lo que gustara el señor. Quien no estuviera dispuesto a acatar su imposición, podía expatriarse. Se concedía ese derecho de forma expresa. Cabe figurarse el conflicto de fe que tuvieron que afrontar quienes se tomaban en serio sus creencias religiosas. Se vieron ante la disyuntiva de abandonar su hogar y su patrimonio o renunciar a lo más sagrado. Hay que mencionar que la elección de culto no incluyó el calvinismo. En las ciudades imperiales podían seguir coexistiendo las dos religiones, la católica y la augsburguesa, si hasta entonces se habían practicado juntas. En los años siguientes fueron los protestantes quienes sacaron el mayor provecho de las nuevas disposiciones. La Iglesia católica mantuvo la situación defensiva a la que se había visto relegada desde hacía tiempo. Solo en las postrimerías del siglo, justo cuando Kepler saltó a la vida pública, se dispuso a retomar las posiciones perdidas con la ayuda de los jesuitas en lo que se denominó la Contrarreforma.
Así era, pues, la época en la que nos adentraremos para recorrer la vida de Kepler desde el principio. Un sinnúmero de electores y otras instancias del imperio hicieron valer sus derechos a voces. Los unos eran católicos, los otros augsburgueses, los terceros calvinistas. Cada tendencia reivindicó estar en posesión de la fe verdadera. A los enfrentamientos políticos ya existentes se sumaron los religiosos, aún más peligrosos y delicados. ¿Qué quedaba de la libertad confesional que anunciara Lutero? ¿Qué de la idea de la comunidad indistinta de creyentes que concibió? La exigencia de un gobierno autoritario favorable a la Iglesia, contra la que él mismo había arremetido con tanto fervor dentro de la vieja Iglesia, resurgió ahora en sus propias filas. El juramento de los libros de fe se impuso y aplicó en las zonas protestantes con la misma severidad con que la vieja Iglesia actuaba en las cuestiones de credo. En esos territorios, los soberanos ocuparon el lugar que dejaron los obispos, con lo que su poder aumentó notablemente. La postura adoptada en cada caso se reforzó en todas partes. Los jesuitas se afanaron por devolver la gloria perdida a la Iglesia católica, que se había depurado, renovado y consolidado con el Concilio de Trento. Tensiones, antagonismos, roces, chispas por doquier. Frente al poder acrecentado de los electores se erguía la autoridad mermada y amenazada del emperador. Las fuerzas centrífugas eran mayores que el poder del orden. Por si fuera poco, los turcos resistían en el este con constantes arremetidas contra las fronteras del imperio. Al oeste, Francia esperaba una ocasión para sacar provecho de la debilidad del poder imperial. ¿Qué más podía ocurrir? Fue una época preñada de desdichas, un tiempo en el que apetecía huir a las estrellas en busca de refugio y protección.
1 En aquella época, estrellas errantes, en contraposición a estrellas fijas, eran los astros móviles del firmamento: los planetas entonces conocidos más el Sol y la Luna. (N. de la T.)
2 Könisberg, hoy Kaliningrado, significa literalmente monte regio en alemán. (N. de la T.)
Infancia y años de juventud
(1571-1594)
NACIMIENTO Y ASCENDENCIA
Así fue la época en que nació el primer hijo de Heinrich Kepler y de su esposa Katharina Guldenmann; ocurrió el jueves 27 de diciembre de 1571 a las dos horas, treinta minutos de la tarde [1] en la pequeña ciudad imperial suaba de Weil, hoy llamada Weil der Stadt. Bautizaron al niño con el nombre de Johannes por haber coincidido su fecha de nacimiento con la celebración del día de san Juan apóstol.1
La familia Kepler2 de la que procedía el niño llevaba afincada en Weil der Stadt unos cincuenta años. En 1520 el bisabuelo de Johannes, llamado Sebald, emigró de su ciudad natal, Nuremberg, y se estableció allí. Era artesano y se dedicaba a la peletería. La familia que formó en el nuevo lugar de residencia fue muy numerosa, y sus hijos consiguieron reputación con rapidez gracias a su habilidad. Algunos fueron miembros del ayuntamiento, y el segundo de ellos, que también se llamó Sebald, llegó a ser burgomaestre y administrador de prebendas en la ciudad. Su matrimonio con Katharina Müller, de la población cercana de Marbach, también fue bendecido con una gran prole. El padre de nuestro Johannes fue su cuarto hijo, Heinrich, quien contaba veinticinco años, al igual que su esposa, cuando vino al mundo su primer descendiente. La madre de Johannes era hija de Melchior Guldenmann, posadero y corregidor en la vecina Eltingen. Podemos seguir remontando aún más los orígenes familiares. El padre de aquel Sebald Kepler que se trasladó a Weil der Stadt era Sebald Kepner, maestro encuadernador en Nuremberg. Así, y no como Kepler, lo cita de puño y letra Johannes Kepler en un documento tardío suyo en el que se basan los datos genealógicos mencionados hasta ahora. Se trata de una modificación lingüística arbitraria del viejo apellido Kepler, quizá por asimilación del nombre Kepner, muy frecuente en los registros de la ciudad de Nuremberg en el siglo XV.
Hasta aquí, los antepasados nos salen al paso como artesanos, pero obtenemos otra imagen si retrocedemos aún más en la historia familiar. Sebald Kepner o Kepler, el maestro encuadernador de Nuremberg, pertenecía a una casa de linaje noble, pero abandonó la aristocracia cuando la necesidad lo llevó a ingresar en el gremio de artesanos en Nuremberg. Puede que la alteración del nombre Kepler a Kepner guarde alguna relación con este cambio de condición social. Según una historia bastante fidedigna, este Sebald fue hijo de Kaspar von Kepler, quien hacia finales del siglo XV ejerció como caballerizo de postas en la corte de Worms. A su vez, este Kaspar von Kepler fue hijo del guerrero Friedrich Kepler, a quien el emperador Segismundo armó caballero sobre el puente del Tíber en Roma el 31 de mayo de 1433, día de Pentecostés [2]. Johannes Kepler no fue el único en atestiguar más tarde este nombramiento de manera explícita cuando, sin ánimo de alarde, habló de él a un aristócrata [3] veneciano. La noticia está documentada con mucha más amplitud en la ejecutoria del año 1433 que aún hoy existe en el registro vienés de la nobleza, y según la cual se distinguió a los hermanos Konrad y Friedrich Kepler del modo mencionado por sus méritos militares en el ejército del emperador. En dicha carta de nobleza, el blasón de la familia