Yo fui huérfano. Héctor Rodríguez
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Evidentemente éramos muy inocentes, no sabíamos nada de nada.
Esto lo pude comprobar con mis nietos cuando eran pequeños, les decía alguna “broma” poniendo cara de serio, muy ceremonioso y ellos me respondían:
—¿Sí?... como queriendo reafirmar mis dichos porque creían que era algo cierto.
—¡No, tesoro, es un chiste, una chanza, lo digo en broma!…
—Pero, abu, no nos hagas asustar...
A todo esto, ya el “padre” nos había enseñado el padrenuestro, el avemaría, el credo, y otras oraciones y además cómo teníamos que confesar nuestros pecados. Consistía en arrodillarse en una casilla de madera llamada “confesionario”, con ventanillas donde no podías ver al “padre” y decirle todos los “pecados” que habías cometido.
Generalmente eran las “malas palabras”, “pelearse con otro chico”, “romper un vidrio” y todas otras cosas que ya no me acuerdo.
Para perdonar tus pecados tenías que rezar un padrenuestro, tres avemarías y alguna que otra oración y prometerle a Dios que nunca más ibas a repetir todo lo que confesaste.
Lo cierto es que esa promesa nunca se cumplía porque por “H” o por “B”, siempre te la pasabas pecando, era inevitable, el trajín de los acontecimientos ineludiblemente te llevaba a pecar.
—¿Quién podía evitar que en un momento de bronca no te mandaras una puteada o mala palabra?
MI PRIMERA DUDA
En la introducción, comencé haciendo varios interrogantes y prometí que, en el desarrollo de este relato, en algunas partes, volvería sobre ellos, aclaro que estos me los hice muchísimo tiempo después.
—Si Dios es tan poderoso, infinitamente bueno y fue el creador de todo…
—¿También creó al diablo?... de ser así,
—¿Para qué lo hizo?...
—¿Acaso para tentarnos a pecar?...
—¿Y probar nuestra fuerza de voluntad para no caer en el pecado?...
—¿Y aquél que era débil, sin fuerzas para evitar el pecado, inexorablemente se iba al infierno?...
—Se me ocurre que esto no puede ser así.
La fe que me inculcaron desde niño hizo que yo creyera siempre en la existencia de un ser superior, si eso es verdad o no, todavía no lo sé.
Sin embargo las dudas y preguntas son muchísimas, sobre todo cuando fui adquiriendo más información sobre este tema, desde chico tuve la percepción de haber vivido siempre, es decir, desde antes de nacer, tal vez a todos nos haya ocurrido esta sensación, que sólo se develará el día que pasemos para el “otro lado”,… si existe ese “lado”.
LAS VISITAS
Habitualmente los domingos venían familiares a visitar a los internados, por supuesto, no a todos, yo era uno de ellos, porque jamás había recibido una visita.
Ellas esperaban en la Dirección del Instituto, las celadoras recibían la comunicación de los chicos que eran visitados y de inmediato comenzaban a llamarlos.
¡González, Fernández, Aguirre!, … etc.,—Ahí no se acostumbraba a llamarte por tu nombre, siempre era por el apellido, por eso hasta yo mismo desconocía cuál era mi nombre.
Desde el pabellón los trasladaban por el pasillo largo hasta la Dirección donde se encontraban con sus familiares, estos generalmente los llevaban al enorme parque que estaba al frente del Colegio, donde había muchos bancos y un hermoso césped bien cortadito y pasaban la tarde disfrutando de su compañía.
La visita duraba dos o tres horas y después ellos se iban y los chicos retornaban al pabellón cargados de golosinas, masitas y alguno que otro juguete, yo aprovechaba esa situación, enseguida me arrimaba a ellos y les “pechaba” un caramelo o masita (pechaba significaba pedirles), desde luego, como era muy amigo de ellos y también sabían que a mí nunca me visitaban, no se negaban a darme algo.
VOS SOS HUÉRFANO
En cierta oportunidad, con motivo de las visitas, se me ocurre preguntarle a una de las celadoras.
—¿Qué son las visitas?...
—¡Son familiares que vienen a visitar a sus hijos!…
—¿Y por qué a mí no me vienen a visitar?...
Me miró, titubeó un poco, parece que se compadeció de mí y me responde:
—¡Vos sos huérfano!…
—¡Y eso qué es!…
Nuevamente le costaba decírmelo, hasta que se animó…
—¡Los huérfanos no tienen papá, mamá, tías, hermanos, ni ningún familiar que los vengan a visitar y vos no sos el único!…
A pesar de mi corta edad, me quedé pensativo, sin preguntas y sin respuestas.
Ahí comprendí por qué a algunos de nosotros no nos visitaba nadie, pero como ya me había acostumbrado, pues lo tenía incorporado, la cosa quedó así.
LA MÚSICA
Habitualmente en el pabellón sabían pasar música por un parlante enorme que tenían en el patio interno —eran tangos, zambas, chacareras, paso doble y muchos valses vieneses—, los nombres de estos ritmos los supe mucho tiempo después porque a esa edad no tenía ni idea, sólo que me gustaban.
Pero había un ritmo en particular del cual, cada vez que lo pasaban, yo sentía algo extraño en mi ser —eran los valses vieneses—, parecía como que me trasladaba a otro lugar y que yo ya había estado ahí con mucha antelación, era como estar reviviendo Viena (Austria), o algún país europeo. “Danubio azul”, “Ondas del Danubio”, el “Vals de los quince”, y otros, me enamoraba de esa música.
Esa sensación me hacía pensar y sentir que yo venía de otro lado, más precisamente de Europa, que había vivido siempre y que tal vez, por esas cosas del destino, morí durante la Segunda Guerra Mundial, que se estaba desarrollando en Europa y reencarné en un pueblo de la Argentina, justamente en el año 1939, y que yo era huérfano por ese motivo, porque mis padres eran de allá justamente, muchísimos años después me enteré que, en mi árbol genealógico, mis abuelos eran de España.
LA ESTRATEGIA
En el pabellón siempre había tres celadoras que se turnaban para hacer diversas tareas, una se encargaba de cuidarnos, otra de realizar la limpieza general de los dormitorios, baños, pasillos, etc., y la última estaba en el comedor y cocina preparando todo para la comida.
Yo era muy observador