Debates presidenciales televisados en el Perú (1990-2011). Lilian Kanashiro

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las cuales comenzaron con todos los involucrados en la mesa: representantes de los candidatos y de los broadcasters que patrocinaban el evento. En la segunda reunión se solicitó a estos últimos que abandonaran la sala; cuando volvieron, los equipos negociadores de ambos candidatos les mostraron la pauta o estructura del debate (Schroeder, 2008, pp. 26-28). Este hecho señala las implicancias políticas detrás de las negociaciones del primer debate electoral televisado en la historia, negociaciones que requerían y debían ser entre iguales y sin testigos. Los estudiosos estiman que en este primer debate se sobredimensiona el aporte de las cadenas de televisión, cuando todo fue dirigido por los equipos negociadores de ambas campañas. Desde 1988, se excluye la presencia de los patrocinadores (sponsors) en las rondas de negociación de los debates norteamericanos (Kraus, 2000, p. 30).

      La negociación de los debates ha llegado a ser considerada un deporte sangriento: puede ser extremadamente larga como la realizada para el debate de 1992 (Bush vs. Clinton), que se inició a las 9:45 a. m. y terminó a las 3:45 de la mañana siguiente. No obstante, las mesas de negociación no han estado exentas de evolución: la del debate de 2004 (Bush vs. Kerry) fue por teléfono (Schroeder, 2008, p. 29).

      Uno de los aportes que expresa la importancia de la negociación en los debates electorales más allá de los aspectos logísticos está plasmado en el estudio de Verón, El cuerpo de las imágenes (2001), en torno a los primeros debates franceses.

      Ahora bien, la estrategia discursiva del giscardismo ha consistido desde 1974 en introducir, en el campo simetrizante de lo político, una posición de enunciación complementaria, que se puede llamar pedagógica: rehusando la construcción de un adversario, el enunciador se sitúa por encima de los partidos e intenta definir su legitimidad en el eje del saber, y no en el eje del querer. La estrategia del enunciador pedagógico consiste, dicho de otro modo, en definir a su Otro no como un adversario poseedor de otra voluntad, sino como otro que no posee el saber necesario. El lugar propuesto por tal enunciador es, entonces, forzosamente complementario, y el destinatario es situado en una posición complementaria inferior. En el campo de lo político, esta estrategia surgió a la luz del día por primera vez en el debate Giscard/Mitterrand de 1974. (Verón, 2001, p. 23)

      Para el debate de 1981, Giscard impuso modificaciones para mantener la posición citada anteriormente. No obstante, el partido socialista se impuso en la larga y difícil negociación, logrando que los dos periodistas presentes en el debate pudieran participar del intercambio y no solo se limitaran a controlar las reglas de juego. Se impidió que Giscard impulsara sus maniobras pedagógicas o didácticas que colocaban en situación de inferioridad a Mitterrand.

      Por otro lado, y no cabe duda, el caso norteamericano es el referente que aporta muchas lecciones; los procedimientos de negociación se han ido institucionalizando junto con el debate mismo y progresivamente se han abierto más al dominio público. Uno de los instrumentos que condensa los resultados de la negociación es el denominado Memorandum of Understanding, documento de gran valor que plantea el horario, formato y lugar en donde se realizarán el o los debates. Asimismo, precisa el calendario de estos eventos, donde se fija cada cuánto tiempo se desarrollarán y la duración de cada uno. A nivel de formato, se determina la ubicación de las cámaras, los tipos de micrófono, la distancia física entre los candidatos, la selección del moderador, así como las preguntas y los temas que se abordarán, entre otros detalles. Durante mucho tiempo, este documento era parte de la intimidad de los equipos de campaña y, a su vez, presea o botín de los periodistas que buscaban conocer los mínimos detalles del evento. Con motivo del debate de las elecciones presidenciales norteamericanas de 2004 (Bush vs. Kerry), el documento tenía una extensión de treinta y dos páginas, el más largo en la historia de los debates. La gran sorpresa se dio cuando ambos candidatos publicaron el Memorandum of Understanding en sus respectivas páginas web de campaña, rompiendo el mito secreto y oculto que acompañaba a este documento (Schroeder, 2008, pp. 30-32).

      Dejar un amplio margen de decisión en manos de los partidos, candidatos o equipos de campaña durante las negociaciones es un tema que suscita mucha controversia, dado que en la mayoría de los casos procura gran inestabilidad a los debates, sobre todo cuando estos no están institucionalizados o regulados como parte del sistema electoral. Algunas experiencias apuntan a que los organismos electorales, en especial, aquellos que imparten justicia electoral, deben ser los convocantes y organizadores de los debates, en virtud de que pueden ejercer mayor presión sobre los equipos de campaña que las asociaciones civiles, que pueden terminar siendo esclavas de los requerimientos y amenazas de los políticos. No obstante, el hecho de que las asociaciones civiles sean las convocantes de los debates electorales resulta tremendamente simbólico del grado de consolidación de la cultura cívico-electoral en la democracia de una nación.

      En ese marco, conviene destacar la importancia de un estudio que sistematice y profundice en los mecanismos de negociación previa a los debates, con el fin de trascender lo anecdótico y relevar las consecuencias políticas en la configuración del sistema político. Un ejemplo ilustrador es la controversia en torno a la organización de los debates electorales norteamericanos. The League of Women Voters fue la responsable de los debates de 1976, 1980 y 1984. En 1980, la patrocinadora de los debates convocó, además de los dos candidatos tradicionales (republicano y demócrata), al tercer partido, el independiente John Anderson. El representante del candidato demócrata y entonces presidente Jimmy Carter declinó la invitación y el debate se produjo entre John Anderson y el republicano Ronald Reagan. De dicho episodio se refuerza la emblemática figura de la empty chair o silla vacía en representación del contendor que rechazó la participación. Posteriormente, se llevó a cabo otro debate entre Carter y Reagan; ambos debates fueron emitidos por las grandes cadenas de televisión americanas (Mickiewicz y Firestone, 1992, pp. 56-57; Schroeder, 2008, p. 20). En 1987, se creó la Commission on Presidential Debates, que se define en su propia página web como una organización sin fines de lucro cuya misión es promover los debates como parte de toda elección general (sección de Our Mission, párr. 1). Según Open Debates, la actual patrocinadora de los debates ha sido una iniciativa de los propios partidos demócratas y republicanos para asegurar su hegemonía en el sistema electoral. Por eso, en 1988 (Bush vs. Dukakis), The League of Women Voters retira su patrocinio y denuncia que los dos principales partidos norteamericanos acordaron secretamente las condiciones en que se darían los debates (Open Debates, s. f.).

      Esta controversia muestra el grado de relevancia de las negociaciones previas a los debates electorales no solo en términos de contenido, sino también en cuanto a las implicancias políticas y simbólicas que se juegan en dicho terreno. El carácter público o privado del patrocinador, sponsor u organizador condiciona el tipo de negociación previa que se llevará a cabo antes de los debates y reflejará la calidad de la comunidad política. La preeminencia de uno sobre otro conllevará ventajas y desventajas con vistas a su institucionalización; podrá ser considerado una virtud o un riesgo para la continuidad de los debates. Considero que la profundización de este aspecto puede ser trabajada bajo un impulso académico de gran envergadura y enfocado desde una perspectiva comparada que tome como unidad de análisis cada país.

       3. El formato de los debates

      En líneas generales, y si se revisa tanto los estudios previos como las experiencias existentes, se podrían fijar tres grandes formatos arquetípicos: el norteamericano, el francés y el alemán. La evaluación de los formatos gira en torno a los actores presentes (periodistas, candidatos y público), así como a su rol en el debate (Téllez et al., 2010; Marín, 2003).

      En un análisis en profundidad de los estudios de televisión en donde se desarrollan los debates, Verón (2001) compara la experiencia norteamericana y la francesa, y sostiene dos concepciones diferentes de las complejas relaciones entre periodistas, políticos y audiencia. En el caso francés, el espacio de contacto con la audiencia es controlado por los periodistas moderadores, pues son ellos los que miran a la

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