Debates presidenciales televisados en el Perú (1990-2011). Lilian Kanashiro

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Debates presidenciales televisados en el Perú (1990-2011) - Lilian Kanashiro страница 12

Автор:
Серия:
Издательство:
Debates presidenciales televisados en el Perú (1990-2011) - Lilian Kanashiro

Скачать книгу

cuando manifiestan sus discursos; en cambio, los periodistas se ubican del lado del público presente en el estudio y miran a los candidatos, representando una polarización frente a frente, lo que permite posicionar a los periodistas como portavoces de los ciudadanos. En síntesis, en los debates norteamericanos, el periodista enfrenta al candidato, mientras que en el caso francés el periodista enfrenta a la audiencia. En esta diferencia de puesta en escena de los debates electorales televisados, no es difícil leer una diferencia entre dos concepciones del funcionamiento de la democracia y del funcionamiento de los medios respecto del poder político (Verón, 2001).

      Como una crítica al formato norteamericano, se señala que los moderadores y el panel de prensa minimizan la confrontación en dos aspectos: primero, todos aparecen en el mismo lugar y, al mismo tiempo, los candidatos no pueden confrontarse entre sí; segundo, los panelistas hacen preguntas que solo pueden ser respondidas por uno de los candidatos. Los moderadores buscan eliminar la confrontación, la cual se articula entre panelista y político, mas no entre político y oponente político (Jamieson y Birdsell, 1988, p. 195).

      Sobre la base de estos formatos predominantes, se han desarrollado nuevas opciones que incluyen la presencia del público como forma de representación del electorado y en donde las preguntas no están bajo el control de los candidatos y sus equipos de negociadores.

      Muchas de las críticas al modelo norteamericano suponen cierta mirada romántica e idealista, poco plausible en el contexto de la televisión, más aún si esta es privada. Todo parte de la invocación al antecedente más remoto de los debates electorales: el debate público entre Abraham Lincoln y Stephen Douglas en 1858 (Illinois), que no fue de carácter presidencial. No obstante, es un referente en la crítica a los debates actuales, dado que dicho antecedente siguió un formato clásico de inspiración griega en donde se trataba de dilucidar lo verdadero de lo falso para arribar a una conclusión correcta, muy similar a la dinámica ateniense (Kraus, 2000, p. 31). En dicha ocasión, se realizaron siete debates de tres horas cada uno y durante las 21 horas solo se discutió un tema: la extensión de la esclavitud en sus territorios (Jamieson y Birdsell, 1988, p. 195). Sin embargo, hay que considerar que el contexto televisivo y especialmente comercial no permite el desarrollo de este tipo de debates.

      La tradición norteamericana ha dejado su marca en la historia al promover durante un proceso electoral una diversidad de debates en los más diversos niveles. Por un lado, tenemos los debates de las elecciones primarias, en los que varios candidatos se disputan la nominación como candidatos presidenciales por sus respectivos partidos. En el ámbito de la elección general, se propone una serie extendida de dos hasta cuatro debates electorales televisados.

      Los votantes ven y aprenden de los debates; no obstante, estos van perdiendo espontaneidad o se muestran muy calculados y, por tanto, dejan de ser una herramienta de aprendizaje político. Mickiewicz y Firestone (1992) señalan que una serie de tres o cuatro debates ayuda a disminuir el factor accidental y de imagen (look), ya que aparecen las reales posiciones de los candidatos. Pero una serie muy larga de debates puede ser en extremo agotadora para los votantes. Estudios demuestran una disminución progresiva de la audiencia entre el primer y el último debate. Los canales privados prefieren un gran evento a series extendidas de debates. Los criterios comerciales y económicos afectan este aspecto, dado el alto costo del tiempo en televisión (Mickiewicz y Firestone, 1992, pp. 60-61).

      Sobre el número de debates existe mucha controversia. Schroeder (2008) señala que el candidato que está a la cabeza de las preferencias electorales desea pocos debates, debido al riesgo que implica debatir frente a una cámara de televisión; por el contrario, el que está en desventaja quiere un mayor número de debates. Los candidatos que lideran las preferencias insisten en que el debate esté lo más lejos posible del día de la elección, en caso requieran tiempo para recuperarse del desastre. Algunos testimonios recogidos de los equipos de campaña mencionan que los debates deben ser programados en los días del calendario deportivo para que la atención de la audiencia no esté tan concentrada en el debate, lo que revela el carácter ritual del evento y el cinismo de la política en su más crudo rostro2. Una vez anunciado el debate, este tiende a congelar la campaña, ya que los candidatos se refugian para prepararse y los votantes esperan ver la performance de ambos lados (Schroeder, 2008, pp. 32-33).

      ¿Cuál es el número idóneo de participantes en un debate electoral televisado? Al respecto, la literatura señala que es contraproducente promover la participación de demasiados candidatos en un debate televisado. El tiempo para cada uno se reduce y, a su vez, se prolonga el tiempo del debate total. Todo ello repercute en el debilitamiento de la audiencia para mantener la atención y recordar cada mensaje individual de los candidatos, de manera que se desvirtúa la finalidad del evento. Mickiewicz y Firestone (1992) proponen cuatro formas para seleccionar a los candidatos que participen del debate televisado (pp. 51-57): número de firmas que piden su inclusión en los debates (peticiones), resultados de las encuestas o sondeos de preferencia electoral, porcentaje de representación en el parlamento o porcentaje de votos en la última elección.

      El tiempo de que dispone cada candidato para exponer o responder durante el debate es un aspecto sensible en cuanto a las características del formato. El tiempo hace que los candidatos trabajen a base de eslóganes o frases y se piden verdaderos milagros de comprensión de temas muy complejos en menos de un minuto. En la actualidad, los debates duran aproximadamente dos horas, que se reparten entre moderador, panelista y candidatos. La televisión es episódica y responde a los hábitos de las audiencias modernas (Jamieson y Birdsell, 1988, pp. 195-197). En ese sentido, se ha denominado a este tiempo la era de los sound bites, esto es, frases cortas e impactantes diseñadas para los medios. Los discursos se nutren por excelencia de aclamaciones, según los estudios realizados desde la perspectiva del análisis funcional del contenido, dado que los ataques y defensas construyen la indeseable presencia de un candidato reactivo antes que proactivo (Glantz et al., 2013).

       4. El primer debate televisado: Nixon vs. Kennedy

      El primer debate electoral televisado se desarrolló el 26 de setiembre de 1960 entre los candidatos a la presidencia de Estados Unidos: el entonces vicepresidente Richard Nixon y el senador demócrata John F. Kennedy. Constituye, sin lugar a dudas, un hecho sin precedentes en la historia política mundial. Este debate marca el hito de la política mediada por el lenguaje audiovisual (Pérez et al., 2011, p. 2; Verón, 2001, p. 15). Sin embargo, es menester destacar que el primer debate televisado es parte de una serie de cuatro debates acordada entre los equipos de los candidatos, tal como se consigna en el cuadro 1.1.

      La emisión contó con la alianza y patrocinio de las tres cadenas de televisión más poderosas de Estados Unidos: CBS, NBC y ABC3. Se estima que setenta millones de americanos vieron el debate, además de varios millones que lo escucharon por radio. Los temas centrales fueron comunismo-seguridad nacional, trabajo-problemática agraria y experiencia de los candidatos.

      Las publicaciones del New York Times señalan que en las negociaciones previas, mientras el senador Kennedy estuvo simplemente de acuerdo con el debate, el vicepresidente Nixon insistió en las reglas y puso como condición que el evento se desarrollara sin cortes comerciales. El formato acordado consistía en que cada candidato tenía ocho minutos para plantear su posición frente al tema que concitaba el debate, luego contestaba las preguntas de los panelistas y, finalmente, contaba con tres minutos para cerrar su presentación (Our Campaigns, sección de First Kennedy-Nixon Debate, s. f.).

      La reacción posterior al primer debate fue que nadie comentó lo que los candidatos expusieron, sino cómo lucieron: compararon la palidez y la presencia exhausta de

Скачать книгу