Debates presidenciales televisados en el Perú (1990-2011). Lilian Kanashiro

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Debates presidenciales televisados en el Perú (1990-2011) - Lilian Kanashiro

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Prácticas semióticas (2014), que integra los modelos clásicos de A. J. Greimas y Joseph Courtés, así como la perspectiva sociosemiótica de Eric Landowski e Ivana Fechine. Así pues, el tercer capítulo se estructura, en primer lugar, por una presentación más detallada del modelo de análisis y centra los hallazgos en cuatro áreas: 1) la escena práctica que analiza el soporte de la imagen televisiva y su relación con la emisión y la participación de los candidatos como prácticas significantes, 2) el texto-enunciado que recoge la interacción unilateral propia de todo producto mediático y los formatos de interacción entre los actores representados al interior del debate electoral, y 3) las figuras organizadas en dos campos: la primacía de la mirada dentro de la gramática corporal de los candidatos y las expresiones verbales constituyentes de narrativas paralelas que se desplazan entre la confrontación y la propaganda.

      Debo confesar que ha quedado pendiente una reflexión más profunda acerca de las formas de vida. La razón de esta omisión es el resultado de una evaluación entre la necesidad de cerrar esta edición para que este material llegue oportunamente a sus manos y la búsqueda de una inalcanzable perfección. Confío en que la discusión futura permita completar y llenar los vacíos confesados de la presente obra, ya que, como toda forma de construcción de conocimiento, no es más que un punto de vista que aspira a complementarse con otras aproximaciones académicas y no académicas.

      Finalmente, y no por ello menos importante, este libro no hubiera sido posible sin el trabajo silencioso y paciente de los miembros del Archivo Audiovisual de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Lima, quienes durante décadas han sido y son los guardianes celosos de un increíble e histórico acervo audiovisual disponible para alumnos y profesores. Asimismo, mi agradecimiento al Instituto de Investigación Científica de la Universidad de Lima por la confianza y el apoyo a la investigación. En esa misma línea, por sus valiosos testimonios como moderadores de los debates electorales presidenciales, doy gracias a los periodistas Guido Lombardi, Augusto Álvarez Rodrich y José María Salcedo. A Percy Medina, Luis Egúsquiza y a la Asociación Civil Transparencia por la valiosa información testimonial sobre la organización de los debates electorales. A Gerardo Távara por las tercas discusiones sobre la fecha idónea de los debates. Una mención especial al equipo del programa Voto Informado del Jurado Nacional de Elecciones por su interés y apertura hacia los resultados del presente estudio. Agradezco a Álex Zamora y Laura Adrianzén por la asistencia en la investigación; y al doctor Óscar Quezada por sus comentarios, correcciones y apreciado aliento a seguir investigando. Finalmente, mi reconocimiento a los compañeros y compañeras de camino que, sin su consentimiento, han sido correctores anónimos de múltiples detalles de este libro; muchas gracias por su tolerancia y comprensión. Todo lo señalado en la presente obra se ha nutrido de estas colaboraciones. El producto final es de mi absoluta responsabilidad y terquedad.

       Capítulo I.

       Los debates electorales televisados

      A propósito del cambio de siglo, Blumler y Kavanagh (1999) señalaban que la comunicación política se encontraba en su tercera edad. La edad de oro de los partidos y el posterior despliegue de la industria televisiva de los años sesenta –la cual configuró el modelo profesional de campaña política– habían dado paso a una nueva fase caracterizada por la abundancia mediática, la ubicuidad, el alcance y la celeridad de los mensajes políticos (Blumler y Kavanagh, 1999, pp. 211-213). Ante la atención que concita internet y el auge de los nuevos medios –también denominados redes o medios sociales–, la televisión mantiene su estatus y significancia para la comunicación política en un escenario de reconfiguración del ecosistema mediático. Las relaciones políticas de la televisión se mantienen y se extienden a la era digital, pero en un marco de nuevas presiones (Gurevitch, Coleman y Blumler, 2009, p. 172).

      En este marco, el fenómeno de personalización política aparece como una preocupación en relación con el debilitamiento institucional de los partidos. La personalización política remite a la creciente importancia de los actores políticos en desmedro de las organizaciones o colectividades políticas (McAllister, 2007). Algunos abordajes conceptuales señalan la relevancia de diferenciar los tipos de personalización en institucional, mediática y del comportamiento político (Rahat y Shaefer, 2007). La mirada institucional ha prestado atención a los sistemas políticos (presidenciales o parlamentarios), a los sistemas electorales y a los mecanismos intrapartidarios, como la selección o nominación de candidatos. Si bien algunos investigadores sostienen que la personalización es la consecuencia del debilitamiento de los lazos tradicionales entre votantes y partidos (Dalton, McAllister y Wattenberg, 2000), otros afirman que la aparición de la televisión ha jugado un rol preponderante en este fenómeno (Mancini y Swanson, 1996, p. 11). En ese sentido, los estudios acerca de la personalización mediática han abordado con especial énfasis las coberturas periodísticas de las campañas electorales. En esta discusión, los debates electorales televisados son señalados como una de las principales expresiones de la creciente personalización política (McAllister, 2007; Rodríguez, Jandura y Rebolledo de la Calle, 2014; Sampedro y Seoane, 2009).

      Frente a este impacto de la televisión en lo político y, en concreto, en el discurso político, se encuentran múltiples aportes. La televisión se ha convertido en un elemento central en las campañas electorales actuales; los partidos pasaron de invertir menos en actividades de contacto directo –también denominado trabajo intensivo– a un aumento sustancial del capital que se emplea en las campañas. Ello trae como consecuencia el debilitamiento del rol del miembro del partido y una mayor importancia del asesor profesional de campaña (Dalton y Wattenberg, 2000, pp. 12-13). Si se sigue el argumento de Thompson (2001) sobre la creciente importancia que toma el escándalo político, se puede señalar de la misma manera que los medios de comunicación, en general, y la televisión, en particular, traen como resultado un cambio en el régimen de visibilidad en comparación con los siglos precedentes, lo cual crea una imagen más próxima y visible de los actores políticos; en otras palabras, este fenómeno ayudó al sistema político a acercar a los líderes a los ciudadanos.

      Una perspectiva novedosa con respecto a la televisión es planteada por Verón (2001), quien precisa que la televisión es el medio por excelencia del contacto, en donde la imagen funciona como índice a través de la metonimia y la contigüidad. Si bien en el medio televisivo se pone más énfasis en la imagen, el contacto y la economía de la mirada es lo esencial. Es privilegio del periodista el acceso a la mirada del espectador; como gerente del contacto con el telespectador, solo él puede mirarnos directamente (Verón, 2001, pp. 18-50). Por otro lado, se sostiene que «el estudio de los géneros televisivos de la realidad donde se escenifican dinámicas deliberativas (debates, entrevistas, tertulias) juegan un papel fundamental en la construcción social de la imagen pública de la política» (Pérez, Mercé y Pujadas, 2014, p. 46).

      En el plano concreto de los debates televisados, un cuestionamiento ha sostenido como argumento la consecuente trivialización y espectacularización de la política. En ese tenor, Domínguez (2011, 2014) señala, entre los resultados de sus estudios de recepción de los debates electorales mexicanos, la influencia de la categoría generacional, pues encuentra que los adultos se sienten más atraídos por la espectacularización que los jóvenes. Por su parte, Schroeder (2008) considera que el estudio de los debates tiene más valor en su relación con la televisión que con respecto a la comunicación política: los debates presidenciales son la expresión genuina del espectáculo; no se rigen por las reglas de la retórica o de la política, sino por las del medio receptor. El valor de los debates es el valor de la televisión: celebridad, imagen, conflicto y dramatismo (Schroeder, 2008, p. 9). Tampoco se puede dejar de lado a aquellos que sostienen el enriquecimiento de la discursividad política:

      El empobrecimiento (frecuentemente denunciado) del discurso político no es un resultado de la televisión. La entrada de lo político en la era audiovisual ha significado, por el contrario, un enriquecimiento de la discursividad

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