Carnaval y fiesta republicana en el Caribe colombiano. Alberto Abello Vives
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2 El concepto de rizoma, empleado aquí para comprender los fenómenos culturales de Cartagena, abreva en la obra Mil mesetas, capitalismo y esquizofrenia de Gilles Deleuze y Félix Guattari (2002). Para estos autores, el rizoma constituye una antigenealogía, no responde a un modelo estructural específico, enreda múltiples matrices, no obedece a una raíz única, pone en juego una diversidad de signos, es abierto y siempre cambiante, nunca cerrado o único, implica direcciones que cambian, lo caracterizan “entradas” y también “salidas” múltiples, impensadas, y sabe cambiar su propia naturaleza en el tiempo (13-18).
3 Alberto Abello y Francisco Flórez (editores), Los desterrados del paraíso: Raza, pobreza y cultura en Cartagena de Indias (Bogotá: Maremágnum, 2015).
1 Los hechos festivos ocurridos en Cartagena de Indias en 1808
En octubre de 1784 el procurador general de Cartagena de Indias propuso al cabildo gravar los juegos que se realizaban durante las festividades de Nuestra Señora de la Candelaria para aumentar los propios (las rentas) de la ciudad. No se conoce la reacción de los regidores a la solicitud, pero sí se sabe que Joaquín Mosquera y Figueroa, asesor del gobernador Roque de Quiroga, manifestó su oposición a esa iniciativa argumentado que
[…] las fiestas que se hacen cada año en el Cerro y Pie de la Popa, del modo y con las amplitudes que se ejecutan, permitiendo todo género de juegos de suerte y envite sin restricción de alguno, como es notorio en que entran personas de todas las clases, con inclusión de esclavos, e hijos de familias, a todas horas del día y de la noche de que se originan tantos inconvenientes como se deja considerar, en sentir del asesor deben reformarse por ser contra las más estrechas y vigorosas prohibiciones de las leyes, reduciéndolas a lo que debe permitirse al público para su justa recreación y desahogo, consiguientemente gradúa de inadmisible la solicitud del procurador general pues no deben aumentarse los propios a costa de la corrupción del pueblo […]4.
Casi un cuarto de siglo después, el 31 de enero de 1808, dos días antes de la celebración de la fiesta religiosa5, una multitud expectante compuesta por pardos, mulatos y otros “libres de todos los colores”6 se agolpó frente a los toldos que se habían instalado en la falda del Cerro de la Popa a las afueras de la ciudad7, con el propósito de participar de los boliches y juegos de azar que allí se estaban preparando. El plano de la Plaza de Cartagena elaborado por Manuel de Anguiano en 1805 ilustra el territorio comprendido entre la ciudad amurallada y el Cerro de la Popa.
No se trataba de un acontecimiento exclusivamente “plebeyo”8; por el contrario, se destacaba la presencia de varios menores miembros de familias notables e, incluso, de algunos religiosos que realizaban su ministerio en el claustro ubicado en la parte alta del cerro9.
Al caer la noche, la música y los juegos se vieron súbitamente interrumpidos por la intervención del alcalde ordinario don José María del Real, quien al ser informado de los eventos que se estaban llevando a cabo en ese lugar, comisionó al alguacil Francisco Piña para que examinara la situación y si fuese necesario impartiera justicia, teniendo en cuenta que para ese momento los juegos, música y bailes que no contaran con el visto bueno de los oficiales del cabildo estaban terminantemente prohibidos10. Una vez en el lugar, y acompañado por un contingente de soldados pardos, Piña se dispuso a desmontar las tiendas donde se habían instalado los boliches y solicitó a los participantes que se presentaran esa misma noche, o al día siguiente, para la práctica de las diligencias judiciales correspondientes. Las preguntas realizadas por la autoridad indagaban por el número de juegos y la cantidad de personas que habían participado en ellos, si alguien obtenía beneficio de estas actividades y si estos eran del conocimiento de la autoridad eclesiástica que ejercía dominio sobre esos terrenos11.
Al leer las declaraciones de un militar pardo, Juan de la Cruz Pérez, uno de los hombres detenidos aquella noche y dueño de la pequeña choza en cuyos alrededores se habían instalado los juegos, quedan claras dos cosas. La primera, que los juegos de azar y los boliches, así como las reuniones a altas horas de la noche eran objeto de prohibiciones, principalmente, por el temor a los desbordes del orden social. La segunda, que dichas prohibiciones no estuvieron exentas de resistencia y que generaron, cuando menos, importantes debates en torno a los alcances del ocio y la entretención12. En los días subsecuentes a la redada se presentaron controversias sobre los límites que deberían tener las celebraciones. Don José María del Real, al sentir vulneradas sus facultades como alcalde, advirtió sobre los sucesivos robos, borracheras, desordenes y hasta las tentativas de asesinato acaecidas con ocasión de los juegos de azar, entre ellos batea, boliche y naipes, en los que solían participar regularmente militares de bajo rango que prestaban servicio en Cartagena13. Sin embargo, en un principio se mostró partidario de permitirles a los pardos y mulatos continuar con las festividades, siempre y cuando estas no alteraran la tranquilidad pública.
Figura 1. Fragmento del “plano de la Plaza de Cartagena de Yndias, capital de su provincia con las cercanías hasta la distancia de una legua regulada en 20 000 pies […]”, realizado por Manuel de Anguiano el 1.° de enero de 1805, para el Servicio Geográfico del Ejército (España).
En la parte central derecha pueden verse el Cerro de la Popa y el convento de los agustinos.
Fuente: AGN. Mapoteca. SMP-6. Ref. 130 (1852).
La preocupación de las autoridades reales por la proliferación del mestizaje y el “desorden” social que este generaba no estaba infundada. A finales del periodo colonial el temor a la mezcla racial fue una realidad y se expresó de manera concisa en algunas medidas implementadas desde la metrópoli14. Como señala Jaime Jaramillo Uribe, solo hasta la segunda mitad del siglo XVIII el mestizaje se consolidó de forma definitiva, a medida que las fronteras fenotípicas entre las castas se hicieron más difusas, hasta el punto en el que fue virtualmente imposible determinar quién poseía un origen racial “puro” y quién no. Jaramillo Uribe destaca, asimismo, el hecho de que durante las últimas décadas del Gobierno colonial las tensiones raciales se agudizaron como producto del mestizaje15. Esta observación da cuenta, por un lado, de la capacidad de los individuos de origen racial mixto para acceder al poder económico e incluso político, y por otro, de las estrategias puestas en práctica por la élite para conservar sus privilegios en una sociedad que ofrecía cada vez más nuevos espacios de movilidad16.
Para el caso de Cartagena de Indias, el censo general de 1777 puede ilustrar el peso demográfico que tenían los habitantes de origen racial mixto en la ciudad. De acuerdo con las estimaciones realizadas por Adolfo Meisel y María Aguilera, en 1777 la población de la provincia de Cartagena correspondía al 14.9 % de la población total de la