Carnaval y fiesta republicana en el Caribe colombiano. Alberto Abello Vives
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Y si vemos la base de la sociedad, los esclavos estaban muy distantes de una posible imagen que los representa maniatados por sus amos y las autoridades. Varios informes y disposiciones de las autoridades de Cartagena dan a entender que los esclavos tenían sus formas de apropiarse y de disfrutarse la ciudad. Uno de esos informes, rendido en 1752 por el obispo de la ciudad a las autoridades de Madrid, al tiempo que contiene una queja por lo que consideraba el abuso que cometían los amos contra sus esclavos, también deja entrever las formas como estos participaban de la vida cotidiana en los espacios públicos:
Que otras familias mantienen un número excesivo, no para ocuparlos en las casas, sino para enviarlos fuera, a ganar el jornal, y aunque una porción de estos, forma con utilidad del comercio, las cuadrillas que se ocupan de las cargas y descargas de los navíos, hay otros a quienes sus dueños reparten por la ciudad a distintos trabajos, y si el pobre esclavo no lleva a la noche el jornal acostumbrado, es azotado cruelmente. Que siendo esto tan malo es muy tolerable respecto a lo que pasa con las pobres esclavas (cuyo número es casi duplicado de el de los esclavos), porque algunas familias tienen catorce, dieciséis y aún diecisiete para que vayan a ganar el jornal, vendiendo tabacos, dulces y otras cosas, de que se sigue que si la esclava no es de conciencia escrupulosa (cosa rara en esta gente), o no puede vender lo que le da su ama, es preciso procure, si no quiere ser castigada cruelmente, sacar por medios ilícitos el jornal, habiendo amas de conciencia tan depravada, que si la negra no pare todos los años la venden por inútil. Que otras usan para aplicarlas a servir en diferentes casas particulares que las necesitan, sin el menor cuidado de las operaciones de la esclava, como si de ellas no hubiera de dar estrecha cuenta a Dios, y no falta alguna tan desalmada, que en dándole la esclava un tanto cada mes, le permite vivir a su libertad en casa aparte, siendo tropiezo de la juventud, la que nunca dice, hubiera creído, si como juez no le constara18. (Énfasis añadido)
Otro caso que ilustra la participación de los esclavos en la vida cotidiana es la situación ocurrida los días 19 y 24 de mayo de 1762. El negro esclavo Fernando Morillo (el Negrito), quien llevaba más de diez años como propiedad del coronel de infantería del batallón fijo homónimo, que llegó a ocupar la gobernación de la ciudad y su provincia, y para quien se desempeñaba como volantero, escribió, con su puño y letra, sendas cartas al virrey Pedro Messía de la Cerda informándole los maltratos a que era sometido por su amo y solicitándole que, haciendo valer su jerarquía, lo comprara por la suma de trescientos cincuenta pesos, sugiriéndole que el pago lo hiciera por medio de uno de los oficiales de las reales cajas de la ciudad. El esclavo había conocido al virrey en Cartagena, cuando este arribó camino a Santafé de Bogotá. Durante los días que permaneció en aquel puerto, el esclavo fue puesto a disposición del virrey y condujo el carruaje en el que se desplazaba. Entre las diversas razones para suplicar su compra hay algunas que permiten conocer cómo era la vida de un esclavo de propiedad particular. Una de ellas señala que estaba sometido a tantas presiones que le imposibilitaban
[…] no ser árbitro para adquirir un real, esto es, sin faltar en nada a su amo, en la habilidad de peluquero en lo que le impide se ejercite con lucro alguno, no dándole hueco para salir de casa jamás si no es a diligencia de su servicio, de cuyo beneficio gozan todos los esclavos. Estando por ello, y por no darle el sustento necesario, próximo el suplicante a cometer cualquier yerro, para reparo de sus hambres. Lo que sucede es que va donde el pulpero a pedirle fiado ya el real, ya los dos reales, cargándose por ello de deudas, de que inferir se debe que llegará a contraer alguna crecida, y que no teniendo de donde pagar por no poder adquirirlo con su habilidad, se verá precisado a buscarlo prestado, y tal vez, si no lo encuentra, a hurtarlo, que todo cabe en la fragilidad de los hombres, y más en aquellos que por ser desdichados, no encuentran otros medios de que valerse […]19. (Énfasis añadido)
Como se puede colegir, el dominio de un oficio servía a los intereses del propietario al poder aumentar los valores de sus esclavos en posibles transacciones comerciales, y para los intereses de los esclavos, pues les permitía cierta ascendencia sobre otros esclavos, potencialmente recibir un mejor trato de sus amos y tener algunas prerrogativas, como ciertos márgenes de autonomía (vivir por fuera de la casa del amo, lograr permanecer al lado de su pareja e hijos) y alcanzar algunas ganancias que les permitieran automanumitirse20.
Retomando las festividades, los interrogatorios realizados a Juan de la Cruz Pérez y otros pardos que habían participado de los juegos revelan el interés de las autoridades por controlar las prácticas vitales de los habitantes; esto es, las horas en las cuales podían estar deambulando por la ciudad o fuera de ella, las fechas en las cuales podían permitirse ciertas diversiones y el tipo de uniones que estos podían mantener21. Tanto la celebración de la fiesta de Nuestra Señora de la Candelaria o fiesta de Nuestra Señora de la Popa, como la celebración de carnavales que tenían lugar, además de en Cartagena, en muchas de las poblaciones de las llanuras del Caribe neogranadino, son ejemplos de cómo a pesar de las prohibiciones los subalternos tuvieron la capacidad de negociar algunos privilegios, como podría sugerir la posición ambivalente de José María del Real frente a las peticiones de los libres de Cartagena. La reiteración de las disposiciones a lo largo del tiempo con las cuales se intentaron controlar las fiestas y los juegos también reafirman la idea de la existencia de conductas colectivas que las autoridades difícilmente pudieron controlar22.
Por la proximidad de dos importantes fiestas en el calendario (la fiesta de Nuestra Señora de la Candelaria y el carnaval) los libres acostumbraban extender el tiempo de la primera hasta la llegada de la segunda, lo cual generaba respuestas heterogéneas por parte de las autoridades. Juan de la Cruz Pérez se presentó, finalmente, a la Casa Consistorial el 8 de febrero, ocho días después de ocurridos los hechos aquí narrados y seis días después del día de la Virgen. Ante la pregunta de por qué los juegos seguían instalados, respondió que tenía como justificación su interés de divertir al pueblo y, además, porque era costumbre en toda la ciudad23.
Otros declarantes expresaron que la costumbre era darles continuidad a las fiestas, luego de la celebración del día de la Virgen, y para ello se referían a lo que sucedía como costumbre durante la administración de alcaldes y gobernadores anteriores. En esas fiestas continuas se realizaban bailes y diversiones públicas a las que concurrían “las señoras y demás gente del pueblo” hasta entrados los carnavales. Esas celebraciones, además, no ocurrían solamente en el Cerro de la Popa sino en otros lugares de la ciudad, como en la Casa del Coliseo24.
Por este tipo de precedentes que estaban establecidos por la costumbre, don José María del Real escribe al gobernador de la provincia mostrándose de acuerdo en conceder más días de ocio, dado que esta situación constituía solo “un pequeño desahogo de diversiones”25, y señalando que “ahora y en mejores circunstancias” se habían permitido, sugiriendo que estos encuentros eran tolerados, siempre y cuando no generaran mucho escándalo. La comunicación dice: “Habiendo tenido por conveniente en las circunstancias en que se haya la ciudad permitir las moderadas diversiones que todos mis antecesores han concedido al pueblo en el sitio de la Popa en estos días hasta los de carnaval”26.
Sin embargo, el gobernador de la provincia Blas de Soria tenía un concepto diferente de estas libertades y entendía el festejo, la música, los disfraces y los juegos más como una oportunidad de subvertir el orden establecido que de consolidar la lealtad de los vasallos a la Corona. De ahí que solicitara que los juegos organizados por Juan de la Cruz Pérez en el Cerro de la Popa fueran interrumpidos. A pesar de esto, los funcionarios terminaron cediendo a las demandas de los libres y permitieron que la celebración continuara en los días subsecuentes, argumentando que el procedimiento ya estaba estipulado por la costumbre. No obstante, a Juan