Mal que sí dura cien años. Rodrigo Ospina Ortiz

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Mal que sí dura cien años - Rodrigo Ospina Ortiz страница 14

Mal que sí dura cien años - Rodrigo Ospina Ortiz Ciencias Humanas

Скачать книгу

Y si no ignoran el dato, ese número es falso porque al darlo cada Municipio ha tenido el interés de aumentarlo para que su auxilio departamental no se merme o se suprima en una próxima legislatura.24

      Así, en vez de apelar a la estadística, Bejarano insistía en la explicación y argumentación desde las condiciones concretas en las que se encontraban los sujetos que le habían servido a Jiménez para comprobar sus tesis de la degeneración de la raza colombiana. La mortalidad infantil, por ejemplo, se debía a las condiciones en que vivían los niños y no a un problema de degeneración. Había que poner en iguales circunstancias a todos los niños del orbe para ver resultados diferentes; fundar instituciones que fomentaran la crianza de los niños; crear escuelas de maternidad, asilos donde las futuras madres descansaran de sus labores y se instruyeran respecto de las funciones que debían cumplir, es decir, las Gotas de Leche, las sala cunas, escuelas al aire libre, escuelas para ciegos y anormales; lugares a donde fueran los niños débiles; organizar conferencias; establecer premios para estimular a las madres; y cuanta institución fuera necesaria25. Aseguraba que estaba en más capacidad que nadie para decir si lo que había en los niños era degeneración o hambre.

      De la misma manera zanjó las acusaciones de degeneración en el Ejército. Sostenía que solo bastaba ponerlo en condiciones de abundancia y de higiene, y advertía que decaía por obra de los dirigentes. Llamaba la atención sobre el odio por el militarismo en oposición a un acentuado y acendrado amor por el civismo que iban poco a poco borrando los antiguos atractivos que antes se tenían por la espada y por el quepis. Agregaba que la adoración por los héroes se había tornado más tranquila y serena, que si antes se los estudiaba divinizándolos, ahora se los humanizaba. Lo importante era dar al Ejército la organización metódica y científica que tenía en países como Chile, quitándole el aspecto repulsivo de injusticia e intriga; alejando de él la política; dotándolo de todos los elementos que pudieran hacerlo fuerte, iniciando desde temprano en los ciudadanos la preparación y entrenamiento para la defensa de la patria; vulgarizando la organización militar en las escuelas y fundando instituciones que como la de los Boy Scouts eran verdaderas escuelas de ciudadanos y soldados. Y claro, no olvidaba recordar que no eran las clases mejor instruidas las que concurrían a los cuarteles.

      El significante raza era manejado y manipulado por todos los conferenciantes, pero en realidad no parecía tener una connotación negativa. Se lo utilizaba como construcción metafórica: la raza colombiana, como si en verdad existiera cosa parecida. Venía, además, siendo utilizado en positivo por reconocidos autores26. Y, sin embargo, el propósito principal de Bejarano era sin duda desnudar la naturaleza reaccionaria del concepto raza, y en eso fue contundente.

      Sostuvo que a medida que la humanidad avanzaba, retrocedía la teoría de las razas. Concepto dañino, según él, porque había producido el odio entre ellas causando la división entre los hombres. De esa manera se había generado el concepto de clases superiores e inferiores o despreciables, y así también las castas aristocráticas o superiores; razas que nacían con el imperio del mando y razas que nacían débiles e inferiores. Bejarano enfatizó que gracias a la influencia del cruzamiento, practicado casi inconscientemente, las razas perdieron sus distinciones especiales.

      Los cientificistas sostenían que las enfermedades más comunes de los colombianos de entonces eran muestras palpables de la degeneración racial. Bejarano no coincidía con ellos, afirmaba que eran enfermedades infecciosas y no productos de decadencia celular. Anotaba que el cáncer no había engendrado todavía productos degenerados; que la sífilis y la tuberculosis encontraban su profilaxis en la higiene y en la cultura física.

      Ante la demostración cuantitativa que hacía Jiménez del crecimiento de la criminalidad en Colombia como síntoma de degeneración racial, Bejarano echó mano del positivismo jurídico. Citó a E. Ferri: “Cada criminal no es sino la resultante del concurso simultáneo de las condiciones del medio físico y social en que nace, vive y obra”27. Al fatalismo, Bejarano oponía la iniciativa social. Protestaba por los silencios de Jiménez frente a la indiferencia social, a la miseria, al alcoholismo, a la ignorancia, etc. Señaló que no existía en Colombia el pretendido criminal nato, sino el ocasional, y sostenía que era la indiferencia la razón de la criminalidad. Apoyándose en el médico y criminalista francés Alexandre Lacassagne28, manifestó que las sociedades no tenían sino los criminales que merecían, y hacía un gran llamado: “Legisladores, periodistas, médicos, madres de Colombia, jóvenes estudiantes, en vuestras manos está el porvenir moral de la República y la raza!”29.

      Los contenidos de la conferencia de Bejarano que compartía El Tiempo le sirvieron al diario republicano para sentar cátedra. Se despachó con todo lo que pensaba al respecto:

      No creemos que nuestra raza degenere; no creemos que la estén destruyendo males de todo género y que estén casi cerradas las puertas para la salvación por el propio esfuerzo; pensamos que hemos progresado y mejorado, lenta, pero auténticamente; que nuestras actuales condiciones son intrínsecamente muy superiores a las de casi todas las repúblicas indo-latinas, a pesar de nuestra pobreza y nuestro atraso; nos parece evidente que el país es hoy mejor, en todos sentidos, de lo que lo ha sido en el último medio siglo, y que para ir al futuro que tantas amenazas encierra, debe animarnos una esperanza, una fe fundadas en hechos indiscutibles.30

      Siguiendo las directrices de Bejarano, sostenía El Tiempo que a los problemas de la higiene no se les había enfrentado como se debería, con campañas sanitarias, y que la instrucción pública existente no respondía a las necesidades de un mundo cada día más difícil para los débiles. Señalaba que la organización administrativa era deplorablemente inferior a las necesidades y conveniencias del país y de la época. De un solo tajo desechó las tesis tanto de Jiménez como de Escallón por ser “desconsoladoramente pesimistas”. Opinaba que, si la raza no podía salvarse, sino reemplazándola con otra, era casi inútil la lucha. Y he aquí el principal mensaje:

      […] los moldes en que ha venido desarrollándose la acción colombiana ya son estrechos y caducos; que es preciso orientarla por nuevos caminos hacia mejores fines y renovar métodos y sistemas […] no puede Colombia permanecer atada a conceptos, a rutinas, a criterios ya estériles en el pasado […]. En nuestro suelo no existe el problema indígena, como lo tienen Bolivia, Perú, Ecuador; no existe el militarismo caudillesco, como en Venezuela y Méjico; tenemos un pueblo uniforme, de una sola lengua y análogas costumbres, de espíritu eminentemente civil, y en el que crece la libertad como planta robusta y frondosa; tenemos la paz segura y debemos tener la fe y la esperanza, como alicientes para trabajar por lo muchísimo que nos falta, contra esas enormes deficiencias que nos mantienen en un puesto oscuro y humilde cuando con mejor dirección y mayor esfuerzo podríamos ocupar uno muy superior.31

      En este ambiente de debate, el joven estudiante Jorge Eliécer Gaitán se inventó el Centro Universitario de Propaganda Cultural con el fin de darle a las conferencias un carácter ambulante, de llevar cultura, ciencia y política a la provincia cercana y remota, de establecer allí núcleos de propaganda científica y de preparar las condiciones favorables para la creación de una universidad popular:

      Que vayan nuestros compañeros a todos los barrios de la ciudad a decir a las clases trabajadoras, en forma sencilla, de manera que fácilmente entiendan, muchas verdades científicas que ellos no deben ignorar. Que en vez de vacuos teorizantes, que ningún bien van a llevarles y sí muchos males, reciban esos obreros en su seno a los jóvenes que quieren compartir con ellos el jugoso fruto de la ciencia. Que en vez de consagrar su atención a los vanos provechos de los que Gustavo Le Bon definió llamándoles los deseadores, no del triunfo del socialismo, sino del triunfo de los socialistas, oigan ellos a los que van a decirles que el triunfo del hombre, solo puede esperarse de sus propios esfuerzos,

Скачать книгу