Mal que sí dura cien años. Rodrigo Ospina Ortiz
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Al despegue del capitalismo nacional en la década de 1920 correspondió una preocupación de los intelectuales por la salud de la gente. Al desarrollo material de la sociedad debería corresponder un avance en el mejoramiento de las condiciones de vida. El suelo en el que se desarrollaría la nueva materialidad económica debería pasar por un proceso de higienización, de tal manera que se produjo también una serie de transferencias de la medicina a la política, de la política a la medicina y de estas a la economía, a la cultura y a la sociedad1.
No abordamos una temática nueva; al contrario, mucho se ha escrito al respecto y es destacable en Colombia el avance de la historia de la ciencia. Se retoma el debate de la degeneración de la raza2 ocurrido hace un siglo con el propósito de entender la preocupación que hubo en este país por la salud, motivado por la desatención hacia ella en el tránsito de la Colombia letrada a la Colombia neoliberal que impera en la actualidad. El dispositivo que se utilizó para el debate fue la conferencia pública, que se realizaba no en la universidad, sino en los grandes espacios públicos con los que contaba Bogotá, en particular el Teatro Municipal, el foyer del Teatro Colón y el Salón Samper. A poco andar, la conferencia se fue expandiendo hasta constituirse en la fórmula por excelencia que enriqueció la lucha política contra la hegemonía conservadora. Las conferencias, no solo las de la degeneración racial de 1920, coadyuvaron a su caída. Y se debe a los estudiantes, a su organización gremial y a su energía, la idea y desarrollo de aquellas. Iniciativa que compartieron los diarios El Tiempo y El Espectador, los cuales fueron utilizados por sus editores para posicionar sus concepciones republicanas con las que esperaban nutrir ideológicamente el movimiento contra los conservadores. El espíritu del republicanismo remanente del gobierno de Carlos E. Restrepo (1910-1914) contribuyó, sin duda, al éxito. La clase política que dirigiría en la década siguiente no se fogueó en la plaza pública como las que vendrían, sino en los periódicos, en las revistas y, sobre todo, en las conferencias, que lograron, además, salir de la capital de la república hacia la provincia cercana y remota.
Lo nuevo de la retoma de las conferencias es la demostración de su funcionalidad más allá de los contenidos científicos y polémicos que tuvieron. Las pensamos esta vez como punto de encuentro entre la generación del centenario y la de Los Nuevos, como coincidencia de los intereses de los ideólogos del republicanismo y la emergente juventud y como la conciencia que tuvo una y otra generación sobre la necesidad de trabajar mancomunadamente.
Dos colectivos juveniles animaban el mundo de las conferencias: el de la Federación de Estudiantes, máximos organizadores de las intervenciones de fondo sobre la degeneración racial, y el grupo Centro de Extensión Universitaria (CEU), dirigido por el joven Jorge Eliécer Gaitán, que siguiendo la temática central de la raza, se interesó por llegar a sectores populares de la población como los obreros, funcionarios y ciudadanos “de abajo”, a las gentes de pueblos cercanos y remotos. Le interesaba la vulgarización de la ciencia, ante todo. Culminado el ciclo de las grandes conferencias sobre la degeneración de la raza colombiana, la federación estudiantil se dedicó a sus actividades organizacionales y de compromiso; el CEU, en cambio, continuó animando las conferencias como dispositivo para llegar a los colombianos, como si sus ponentes configuraran una especie de farándula. Este grupo, además, se encargó de trasladar la fiesta universitaria a la provincia.
1. Las conferencias y la depuración de la futura clase política
Conforme avanzaba el primer año de la década de 1920, emergió y se posicionó la temática estudiantil, y con ella se popularizó la conferencia, mediante la cual adquirió visibilidad el tremendo problema de la higienización del país. Las juventudes de procedencia liberal echaron mano del republicanismo, aún existente, para expresarse. Este era, para ellas, más versátil que el liberalismo manejado entonces con la mano firme del general Benjamín Herrera.
Para dirigentes estudiantiles como Germán Arciniegas, el republicanismo era lo mejor que había, el único que planteaba reformas definitivas, que encarnaba la aspiración renovadora en Colombia. En una carta a su amigo mejicano, el poeta Carlos Pellicer, escribía:
Para mí tengo que del liberalismo no hay sino una sombra ya bien macabra que no se adapta a nuestra juventud. Ni tiene hombres que valgan, pues casi todos los jefes se han vendido y fueron otrora rateros en gobiernos de ingrata memoria. Los programas liberales son los de hace medio siglo.3
Desde muy temprano, en la década de 1920, se posicionó la conferencia como dispositivo que permite la formación de un público nuevo4. No solo se trataba de la conformación de un público para los efectos de la propaganda política, sino también, para la propaganda científica. Época fue de meter a la polémica política la cuestión sanitaria; de hacer de los problemas sanitarios problemas políticos. Los últimos años de la década, en pleno derrumbe de la hegemonía, la conferencia estaba en su esplendor. Es ella la que ha dado origen en Colombia a la cátedra libre; es la calle, y con ella los espacios de reunión, los lugares de la resistencia. El Teatro Municipal, el Gimnasio Moderno, el Teatro Colón, el Salón Samper y las tertulias en los diarios reciben a los jóvenes encopetados que se abren espacio.
Fueron los estudiantes por medio de sus organizaciones quienes se inventaron (o reinventaron) la conferencia; fueron ellos los convocantes. Gracias a las conferencias se estableció un diálogo intergeneracional. Fue la oportunidad de los viejos para compartir sus experiencias, de los jóvenes para escuchar a los viejos y asaltar los espacios públicos con sus voces y sus reivindicaciones. Era, además, el punto de contacto entre el recién egresado y quienes continuaban en las aulas. En la conferencia, además, se aprendía a comunicar, se aprendía de los superiores. Los invitados tenían el don de la palabra, el arte del buen decir, de la amenidad y el hacer de la comunicación científica un goce. Así lo planteaba el joven Gaitán respecto de uno de sus invitados:
[…] pocos los que como él reúnen el ideal de un verdadero pedagogo: llevar hasta los más áridos conocimientos por un camino de deliciosa amenidad. Oír a Julio Manrique no solo es adquirir un fuerte caudal de conocimientos, sino pasar un rato de íntimo goce, de exquisito placer.5
Los estudiantes no eran los únicos en percibir que el principal problema de la época era el de la salubridad. El diario El Tiempo había montado toda una campaña, y a los implicados en la cruzada de higienización, la Dirección Nacional de Higiene6, la oficina de higiene y salubridad municipal, la Junta de saneamiento, la Junta de socorro, las sociedades de beneficencia, el concejo municipal, etc., les prestaba su apoyo. Y ahora se sumaba el dinamismo estudiantil que había entendido que sobrevivir a las enfermedades del trópico, combatir las enfermedades infectocontagiosas y sobre todo superar el pesimismo ante el futuro era urgente.
Bogotá, la capital de la república, era una ciudad malsana. Se hablaba de los cuatro jinetes del apocalipsis: la anemia, la tisis, la sífilis y la lepra. La ciudad estaba infectada de tifoidea y disentería al comenzar la década de 1920. Estas enfermedades infectocontagiosas tenían su origen en el agua contaminada que consumían sus habitantes. Apenas medio alcanzaban los presupuestos para desinfectar el acueducto con cloro líquido, cuya consecución y logro era dispendioso y caro. Era, además, una ciudad llena de basura. Para resolver el problema se dio paso a la incineración. En el Concejo de Bogotá, en junio de 1920, avanzaba la discusión de un proyecto de acuerdo mediante el cual se disponía de la canalización inmediata de los ríos San Francisco y San Agustín, y la construcción de hornos de cremación de basuras7.
Justo en 1920 empezó el combate oficial contra la comercialización de la chicha. A la larga no era en contra de la chicha la persecución —porque bien elaborada podía competir con la buena cerveza—, era en contra de la mala fabricación, que la convertía en una bebida nociva