Mal que sí dura cien años. Rodrigo Ospina Ortiz
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Trae el doctor Miller la representación del más generoso centro humanitario del mundo y viene, sin que su trabajo cueste un centavo a la República, en una misión absolutamente desinteresada, a traernos el concurso de su saber y el apoyo de la poderosa institución que representa, y tiene derecho, no solo a nuestra gratitud, sino sobre todo a nuestro apoyo decidido; viene a ayudarnos a combatir uno de los más graves males, a librarnos del tremendo flagelo.8
Existía, por un lado, la Federación de Estudiantes, que lideraba las convocatorias a las conferencias sobre problemas de salud pública; y por otro, el Centro de Extensión Universitaria (CEU), que ampliaba el espectro de las temáticas. Una y otra eran iniciativas estudiantiles. La Federación quería debate y El Tiempo buscaba cómo posicionar sus tesis ideológicas de tal modo que le sirvieran para combatir con altura a la hegemonía conservadora. Y como el más sentido de los problemas era el de la higienización de Bogotá y del país, ambas partes decidieron programar conferencias públicas a cargo de los eminentes científicos de entonces, conferencias ideológicas y políticas. A través de ellas se jugaban el futuro los miembros del elenco del poder por venir. De hecho, se trataba de contribuir a la educación y formación de la futura nueva clase política.
Interesante diálogo intergeneracional entre centenaristas y nuevos; entre estos y los estudiantes; entre todos y el gobierno. Fue como la emergencia de la ciencia social, de la sociología, que sin existir como disciplina se asomaba en los análisis. Fue, además, una muestra del avance de la ciencia en el país y una oportunidad para continuar el balance del primer centenario de la Independencia, que había empezado en 1910.
Todo parecía estar calculado: quién debería empezar y quién debería cerrar. A la conferencia de Miguel Jiménez López seguiría una a cargo del penalista Rafael Escallón sobre la propagación de la criminalidad; luego vendría el médico Julio Manrique, quien trataría el tema de la degeneración de la raza desde los remotos tiempos indígenas hasta la actualidad. Intervino también Calixto Torres Umaña. Entre los oponentes a estas tesis, que se conocieron bajo la consigna de degeneración de las razas, intervendrían Jorge Bejarano, que venía controvirtiendo a Jiménez con un estudio suyo sobre “el porvenir de nuestra raza”. Sobre el estado de la juventud hablaría el reconocido profesor Simón Araújo; continuaron Luis López de Mesa y Lucas Caballero. El primero hablaría sobre aspectos sociológicos y sicológicos del estado de la población colombiana de entonces, y el segundo lo haría sobre los aspectos sociológicos y económicos de la problemática planteada. Cerraría el ciclo una segunda conferencia de Miguel Jiménez López.
Así, el primero de los sabios convocado por los estudiantes fue el médico Miguel Jiménez López, famoso y prestigioso por la promoción que hacía de su obra sobre la degeneración de la raza9. El ingreso a ese placer de escuchar tenía un costo de 20 centavos la boleta, que se compraba en las más conocidas librerías de la ciudad, entre ellas, la librería Santa Fe, la librería Colombiana; en las cigarrerías Unión y Santa Fe, y en las taquillas del Teatro Municipal. Y en caso de no tener con qué, en las oficinas de El Tiempo y El Espectador se repartían boletos gratuitamente.
Miguel Jiménez López
Fuente: El Gráfico, 19 de mayo de 1923, 693.
Días antes, en la Facultad de Medicina, el joven médico Jorge Bejarano ya había abordado la temática desvirtuando, como para calentar el ambiente, la tesis de Jiménez. Para Bejarano, a quien el futuro le abría las puertas de par en par, la geografía, el clima y el medio colombianos ya estaban domesticados, y ya el hombre colombiano estaba adaptado a las distintas regiones, y esto lo hacía más resistente a la adquisición de las enfermedades tropicales. Apoyándose en naturalistas reconocidos anotaba: “Sólo bajo el Ecuador podrá la raza perfecta del porvenir alcanzar el goce completo de la bella herencia del hombre: la tierra”10.
El viernes 21 de mayo Miguel Jiménez López inauguró el ciclo de conferencias. Mucha gente se quedó sin poder entrar. Lo más selecto de la sociedad bogotana se hizo presente sumándose a la muchachada de universidades y colegios. A las nueve se levantó el telón y comparecieron ante la multitud el conferenciante y los delegados estudiantiles Carlos Azuero, Alfonso Araújo y Alejandro Bernate. Jiménez sostuvo sus tesis sobre la degeneración de las razas. Para atajar el peligro recomendó la inmigración reglamentada y numerosa, la higiene más estricta, sobre todo en las clases desvalidas, y un cambio completo del atrasado sistema de instrucción primaria y secundaria. Jiménez estaba mansito, había tenido mucha crítica. Acudió a la atenuación:
No se quiere oír hablar entre nosotros de regresión o de degeneración: Esta bien: cambiemos la palabra. Somos una agrupación transitoriamente debilitada por causas diversas. No llamemos, si así lo deseáis, el conjunto de los fenómenos hasta aquí denunciados una decadencia colectiva: llamémosla, entonces, una ligera depresión de nuestras energías y capacidades, que hasta hoy nos ha impedido marchar a la par con los pueblos de cultura intensa.11
Argumentaba Jiménez que la raza colombiana empezaba a ser vencida por las condiciones en que vivía. Sostenía que no era suficiente con educación e higiene. Para él, el mal era más profundo, urgía una transformación completa de la mentalidad e inclusive del organismo. Y para esto era urgente la infusión de sangre fresca y vigorosa en el organismo social, importada de aquellos puntos del planeta donde la especie humana había dado sus mejores productos:
Convenientemente seleccionada, una sana y copiosa inmigración es el primer elemento de nuestra regeneración […]. Somos un organismo herido que pierde savia y vigor en una lucha que ha durado años y siglos; obramos sin vacilar la vena exhausta para transfundirle sangre cálida y rebosante, y la vida, bullirá en nuestro pueblo con vibraciones de fuerza y energía!12
Invitaba a mirar Jiménez el progreso de algunos países del continente americano y se lo explicaba en la inmigración de la raza blanca: Argentina, el sur de Brasil, Uruguay y el ejemplo máximo: Estados Unidos. Solamente miraba hacia esa raza, el oriente asiático era descartado de plano: “La inmigración de sangre blanca, bien escogida y reglamentada como debe hacerse, es para los países en desarrollo, un elemento incomparable de población, de progreso, de producción y de estabilidad política y social”13. Su patético racismo quedó verticalmente plasmado de la siguiente manera:
Una corriente de inmigración europea suficientemente numerosa iría ahogando poco a poco la sangre aborigen y la sangre negra, que son, en opinión de los sociólogos que nos han estudiado, un elemento permanente de atraso y de regresión en nuestro Continente.14
Reportaba la prensa el éxito de la conferencia y hablaba del entusiasmo y de las ovaciones y felicitaciones que recibió el conferencista. Todo daba para pensar que expositor y público habían encajado a la perfección. Que “el país degeneraba todos los días” quedó sonando. Y no mejoraron las cosas con la segunda conferencia, “La Capacidad psicológica de nuestra Raza”, a cargo del penalista Rafael Escallón, que atinó en su diagnóstico de la instrucción pública en el país, la organización rentística de los departamentos basada en el alcoholismo, hasta desembocar en los síntomas de la lastimosa degeneración del pueblo colombiano. Y mucho más complicadas se vieron las cosas con la exposición de Calixto Torres Umaña, quien fue el más profundo en sus apreciaciones sobre los graves problemas de nutrición que tenía la raza colombiana.
Posicionada la temática