Nelson Mandela. Javier Fariñas Martín
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Sisulu recorrió todo el país para informar e invitar a una huelga de marcado carácter político, mientras que Mandela se quedó al frente de la sede del CNA, que se apuntó una pequeña victoria dentro de la gran guerra contra el apartheid. Los comercios regentados por negros no abrieron y algunas manifestaciones, como la que secundaron cerca de 5.000 personas en el Transvaal, merecieron una atención mediática que pocas veces lograban los negros. Fue una llamada de atención al Gobierno de Daniel Malan. No estaban dispuestos a callar ante la vulneración sistemática de sus derechos. El Partido Comunista había desaparecido, pero ahí estaban ellos para mantener vivo el espíritu de la lucha. Ese pequeño triunfo hizo que dentro del partido de Mandela la jornada se rebautizara como Día de la Libertad. Era una pequeña muesca en el revólver.
La disolución del Partido Comunista y la muerte de 18 africanos negros había unido los intereses del CNA con los de la agrupación clandestina. Este hecho y el contacto con amigos comunistas, hizo replantearse a Mandela su inicial aversión a aquel partido, a sus ideales y a la posibilidad de compartir lucha en la Sudáfrica del momento. La dialéctica todavía no era el punto fuerte de Mandela, que casi siempre doblaba el brazo en sus confrontaciones ideológicas con aquellos hombres más avezados que él en el debate de las ideas. Ser consciente de ello le llevó a la lectura, casi compulsiva, de las grandes obras del socialismo y el comunismo. Por sus manos desfilaron Lenin, Stalin, Mao, Marx o Engels. Ahí, en la reflexión sobre aquellos textos, encontró algunos puntos de fuga de su inicial reprobación al comunismo. La sociedad sin clases que propugnaba el socialismo se parecía mucho a la sociedad tradicional africana. Además, la propensión que él percibía dentro del marxismo a la acción revolucionaria era una actitud que encajaba con el impulsivo Mandela de entonces. Y junto a eso, el apoyo que la Unión Soviética estaba prestando a las colonias africanas para su emancipación, se derrumbó su muro de Berlín particular. No tuvo problema en asumir el cambio de posición. A partir de ahora sería uno más en dar la bienvenida a la presencia de seguidores del comunismo en las filas del CNA.
El Día de la Libertad también nació su tercer hijo, Makgatho Lewanika. Por aquel entonces, su matrimonio con Evelyn ya empezaba a dar síntomas de naufragio. De hecho, el esposo y padre solo hizo un breve paréntesis en el hospital dentro de la vorágine del Día nacional de protesta, del Día de la Libertad. Del día de Makgatho. El compromiso con el CNA y la causa anti-apartheid le alejaban más y más de su casa. Los reproches de Evelyn, cuya actitud y convicciones religiosas diferían de los gustos políticos de su marido, eran cada vez más frecuentes. Pero también aquel compromiso con el pueblo sudafricano causaba inquietud en su hijo mayor, que apenas levantaba unos pocos palmos del suelo. «En aquella época, mi mujer me comentó un día que mi hijo Thembi, que por aquel entonces tenía cinco años, le había preguntado dónde vivía papá. Volvía tarde a casa por las noches, mucho después de que él se fuera a la cama, y salía temprano por las mañanas, antes de que se despertara. No me agradaba verme privado de la compañía de mis hijos. Ya en aquellos días, mucho antes de que tuviese el menor atisbo de que pasaría décadas alejado de ellos, les echaba mucho en falta»8.
Mandela pasó a presidir la Liga Juvenil del CNA a la vez que comenzaba a fraguar la necesidad de dar un paso más en la lucha contra el sistema impuesto por el Gobierno de Malan que, quizás, pudiera incluir cierta forma de violencia contra el sistema. Ahí, sin embargo, sabían que tendrían un duro hueso que roer dentro del propio partido, Albert Luthuli, el histórico líder del Congreso Nacional Africano. Luthuli «era un ferviente discípulo del Mahatma Ghandi y creía en la no violencia por ser cristiano y por principios. Muchos de nosotros no..., porque adoptarlo como principio implica que, sea cual sea la posición, te aferrarás a la no violencia... Adoptamos la actitud de que nos aferraríamos a la no violencia solo cuando las condiciones lo permitieran. Tan pronto como las condiciones giraran en contra, abandonaríamos automáticamente la no violencia y utilizaríamos los métodos que requiriese la situación»9.
Esa rabia contenida comenzó a ser combatida en el ring. Literalmente. En 1950, Mandela comenzó a practicar el boxeo en el Donaldson Orlando Community Center de la mano de Skipper Molotsi quien «le enseñó que, para triunfar, un boxeador no solo debe ser ágil y fuerte, tiene que conocer a su contrincante»10. Se entrenaba cuatro días a la semana.
Después del bufete.
Después del CNA.
Antes de la familia.
Una hora y media de deporte que le permitía evadirse del aquelarre de reuniones y problemas más o menos cotidianos. Era un centro mal equipado, sin un cuadrilátero adecuado, con pocos pares de guantes, sin cascos, sin protectores dentales. A pesar de lo rudimentario que era, Eric Ntsele, campeón de los pesos gallo sudafricanos, o Freddie Ngidi, campeón mosca del Transvaal, fueron algunos de los humildes logros de aquel club en el que una veintena de jóvenes negros pegaban golpes al saco todas las noches. Mandela, que ya había practicado el boxeo en Fort Hare, nunca consideró dedicarse a ello de manera profesional. Peso pesado con poca pegada y movimientos torpes, consideraba esta práctica deportiva, además de una forma de escapar de la rutina, como un cauce para estudiar la estrategia del adversario, fuera cual fuera su naturaleza y condición. Cómo rodear al enemigo. Qué hacer. Cómo moverse. Cómo encontrar sus puntos débiles. Cómo y dónde golpear. Con el tiempo, su hijo Thembi se convertiría en asiduo en la práctica de este deporte.
El desarrollo legislativo del apartheid corría casi tanto como los deseos de la minoría blanca que había votado al Partido Nacional en 1948. Tres años más tarde, el Gobierno aprobó la Ley de representación segregada y la Ley de autoridades bantúes, que provocó la desaparición del Consejo de Representación Nativa, el único espacio en el que, de forma indirecta, los africanos tenían cierta presencia en el gobierno de las distintas áreas en que se dividía el país. A partir de ahora, este organismo quedaría sustituido por un sistema de jefes tribales nombrados por el Gobierno. A través de estos se pretendía perpetuar un sistema que, objetivamente, solo beneficiaba a la minoría bóer.
La firma de estas leyes generó una insatisfacción entre negros, indios y mestizos que comenzó a fraguar en lo que sería una gran campaña nacional de desobediencia civil. Esa campaña contemplaba la posibilidad de una resistencia pasiva que podría llevar a cientos, o miles, de voluntarios a las cárceles sudafricanas. Superada la hostilidad intelectual al comunismo, ahora las reservas de Mandela se centraban especialmente en los partidos que representaban a la minoría india, por lo que defendió con vehemencia que esa campaña estuviera monopolizada por la mayoría negra. Trasladó esa oposición al comité ejecutivo nacional y a la Conferencia nacional del CNA en diciembre de 1951. En ambos casos, tumbaron sus reticencias con solemnidad y contundencia. Mandela, tan vehemente como obediente, acató la decisión. En la protesta contra el Gobierno de Pretoria irían de la mano con indios, mestizos y con aquellos blancos que renegaban de la discriminación racial.