Nelson Mandela. Javier Fariñas Martín
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La falta de decisión que Nelson Mandela había mostrado con otras chicas a las que había conocido y de las que se había enamorado, le sobró con Evelyn. Le pidió iniciar relaciones. Se enamoraron y, a los pocos meses, se casaron en Johannesburgo. Se convirtieron en marido y mujer en 1944 en el juzgado segregado para negros, como marcaba la ley. Evelyn, de blanco y con un velo que cubría su pelo. Nelson, de traje oscuro y corbata de nudo estrecho. Serios ambos. Muy serios, al menos para la instantánea. No hubo celebración, solo los testigos. No hubo fiesta, solo los testigos y la firma. No había hogar, ni vivienda. Tuvieron que compartir las primeras nupcias en Orlando East en casa de uno de los cuñados de Nelson. Luego se fueron con una hermana de Evelyn a las minas de City Deep.
De familia en familia, los Mandela se independizaron en 1946. Se trasladaron a Orlando East y, después, a una vivienda más grande en el 8.115 de Orlando West. Aquel era uno de esos townships en los que Pretoria había ubicado a los negros que querían vivir cerca de las grandes ciudades. Ese lugar, sucio, polvoriento y empobrecido, se convertiría en el primer hogar real para el matrimonio. Entre otros factores, pudieron acceder a esta casa porque había nacido su primogénito, Madiba Thembelike, y necesitaban más espacio que para la simple pareja. Y con el hijo, y con el nuevo hogar, los Mandela pasaron de ser acogidos a ser acogedores. Por allí comenzaron a desfilar durante más o menos tiempo, familiares y amigos de él y de ella. Se cumplía así una de las máximas del pueblo africano, y en especial de la comunidad de origen de Mandela, donde cualquier miembro de una familia tiene derecho a solicitar un hueco donde dormir y vivir a cualquier miembro de la misma en caso de necesidad. La familia extendida comenzó a ser realidad a partir de entonces en Orlando West, un enclave que, al final, formaría parte de uno de los nombres históricos del apartheid: Soweto. Ese lugar, más allá del simbolismo, no era más que un nuevo zarpazo a la dignidad del pueblo negro. Los suburbios del suroeste. Las miserias del suroeste. La segregación del suroeste.
La vida de los Mandela caminaba aprisa. Varias viviendas y un hijo en apenas dos años de matrimonio. Pero la realidad no les daba la tregua que cualquier pareja joven pudiera requerir. No podían dedicarse mutuamente todo el tiempo que hubieran necesitado. El compromiso de Nelson con el CNA y con la Liga Juvenil, junto al desarrollo de los acontecimientos históricos, no hacían fácil la compatibilidad de las esferas familiar y política en el 8.115 de Orlando West.
En 1946 se produjo una de las grandes huelgas mineras de la historia sudafricana. Sindicados desde 1940 en la African Mine Workers Union, gracias al impulso del CNA, los cerca de 70.000 mineros que trabajaban en el Reef pedían un salario digno y justo, vacaciones pagadas y una serie de mejoras a las que el Gobierno no accedió. En lo fundamental, el salario, reclamaban multiplicar por cinco el sueldo, y pasar de dos a diez chelines diarios. La huelga duró una semana, en la que Mandela ya conoció los entresijos de la reivindicación, se acercó al movimiento minero, recorrió las galerías, los túneles, percibió el dolor que supuraba el subsuelo sudafricano. Pero aquella huelga no sirvió nada más que para el aprendizaje. La represión fue contundente, murieron 12 mineros, la huelga terminó y el sindicato fue laminado por las fuerzas del orden. Otros 52 sindicalistas y líderes del parón minero fueron procesados por incitar a la huelga y por sedición. Según Carmen González, autora de El movimiento obrero negro sudafricano, «la violencia de la represión estatal indicaba hasta qué punto la acción de los mineros negros había conmocionado al régimen. [...] Las tensiones registradas en épocas anteriores entre el Partido Comunista sudafricano y el CNA habían sido superadas, entre otras cosas, con el surgimiento en el seno de este último de una Liga Juvenil comprometida con una teoría y una práctica que se alejaban de los viejos métodos de resistencia pasiva. El resultado de la combinación fue dramático: por primera vez en muchos años, los sindicalistas negros entraron en estrecha relación con las principales organizaciones del movimiento de liberación y muchos de ellos pasaron a ocupar posiciones claves en el CNA, en el cual también habían confluido numerosos militantes y dirigentes del Partido Comunista»17.
Aquella fue una de tantas, porque «las huelgas de mineros ocupaban un espacio sagrado en la leyenda de la Lucha. Había pocas injusticias que evocaran tanto al apartheid como un minero negro, excavando en la tierra de sus ancestros para enriquecer a sus jefes blancos, mal pagado, víctima de enfermedades pulmonares, viviendo en moteles-prisión y con los ocasionales derrumbamientos de túneles»18.
Ese mismo año, 1946, el Gobierno sudafricano también apretó las bridas a la comunidad india con la Ley de posesión y ejercicio de actividades de los asiáticos. Este cuerpo legal establecía límites bastante parecidos a los que ya condicionaban la vida de los negros: ponía freno a la libertad de movimientos, multiplicaba los requisitos para adquirir propiedades, establecía los lugares donde podían residir. A cambio, podían tener representación en el Parlamento a través de testaferros blancos. Esta ley se convertiría en el preludio de la Ley de áreas para los grupos, que pretendía mantener inmune e incontaminada a la población blanca del resto de grupos y comunidades que vivían en Sudáfrica. La respuesta de la comunidad india a tal desatino fue la resistencia pasiva, organizada y sistemática durante dos años. Era otra forma de lucha que también tuvo consecuencias, porque sus principales impulsores fueron condenados a trabajos forzados y cerca de 2.000 voluntarios fueron encarcelados por oponerse a una ley radicalmente injusta. La forma de protesta que puso sobre el tapete la comunidad india subyugó a los impulsivos miembros de la Liga Juvenil del CNA. Había más formas de oponerse al Gobierno de Pretoria que la simple manifestación y la declaración de intenciones, por muy contundente que esta fuera. La resistencia pasiva y la pérdida del miedo a la cárcel o a la represión policial cautivaron a un movimiento que necesitaba otro discurso y otra épica a la que aferrarse.
Al rebufo de aquella campaña de resistencia pasiva, y con la perspectiva de que la legislación comenzaba a ser represiva también para el resto de la población sudafricana no blanca, los máximos representantes del Congreso Nacional Africano, el Congreso Indio del Transvaal y el Congreso Indio de Natal, Alfred Xuma, Yusuf Dadoo y Monty Naicker, suscribieron el conocido Pacto de los Doctores, según el cual –manteniendo su independencia y sus propias líneas políticas de acción– serían capaces en determinadas circunstancias de trabajar de forma conjunta para luchar contra las desigualdades raciales en el país.
Mientras, Mandela ahondó aún más su relación con el Congreso Nacional Africano al ser nombrado miembro del comité ejecutivo. Era su primer cargo de responsabilidad en el partido. Sí, se había significado más en la Liga Juvenil, pero no en el CNA. Hasta ahora, junto al interesante proceso de escucha y debate del que había sido testigo como actor secundario, apenas acumulaba cierto conocimiento de la lucha sindical por la huelga minera de 1946. Eso y poco más. Sin embargo, ocupar un sillón en la dirección nacional del partido le reafirmó en su compromiso con el país: «No me había visto directamente involucrado en ninguna campaña de importancia, y aún no comprendía los riesgos y las incalculables dificultades de la vida de un luchador por la libertad. Me había limitado a dejarme llevar sin pagar precio alguno por mi compromiso. Desde el momento en que fui elegido miembro del comité ejecutivo de la región del Transvaal empecé a identificarme con el Congreso en su conjunto, con sus esperanzas y desalientos, sus éxitos y sus fracasos; quedé vinculado a él en cuerpo y alma»19, según señaló el mismo Mandela al hacer memoria de su vida en aquellos años.
En 1947 finalizó su período de trabajo y formación en el bufete de Witkin, Sidelsky & Eidelman. Junto a lo que suponía para su crecimiento profesional, para el joven padre de familia la salida del bufete significaba perder un exiguo, pero necesario, salario que entonces era de ocho libras, diez chelines y un penique. Evelyn trabajaba y aportaba 17 libras a la economía familiar, bastante más que Nelson. Sin embargo, aquel trabajo mal remunerado era fundamental para el sustento familiar y para poder continuar con sus estudios. Por ello pidió un préstamo al Fondo de Bienestar Bantú a través del Instituto Sudafricano de Relaciones Raciales de Johannesburgo. Con la cantidad solicitada, 250 libras esterlinas, tendría que asumir el pago de matrículas, libros más una pequeña cantidad para los gastos diarios. Sin embargo,