Nelson Mandela. Javier Fariñas Martín

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Nelson Mandela - Javier Fariñas Martín Caminos

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la fuerza de dichos derechos».

      La mente de Mandela se abrió a la política definitivamente por una extraña mezcla, fruto de la combustión de una reunión en altar mar, junto a lo que brotaba en Wits y lo que surgía, de manera informal, en la casa de Sisulu. Y también, por qué no, de lo que salía de unos fogones que manejaba con maestría MaSisulu, la madre de Walter.

      Uno de tantos que pasaron por aquella casa fue Anton Lembede, doctor en Arte y licenciado en Derecho. Más allá de la crítica al blanco y a su forma de gobierno, Lembede ponía el acento en la población negra y en su eterno complejo de inferioridad. Ahí, en su opinión, había que incidir para que la lucha contra la desigualdad y la discriminación tuviera sentido y, ante todo, resultados. «Lembede mantenía que África era el continente del hombre negro, y que era tarea de los africanos reafirmarse y reivindicar lo que era suyo por derecho. Detestaba la idea del complejo de inferioridad de los africanos y arremetía contra lo que llamaba la “adoración e idolatría hacia Occidente y sus ideas”. El complejo de inferioridad, afirmaba, era el mayor obstáculo para la liberación. Señalaba que allá donde los africanos habían tenido oportunidad de hacerlo, se habían mostrado capaces de desarrollarse en la misma medida que el hombre blanco»15.

      En aquellas reuniones también se citaba otro de los históricos de la lucha contra el apartheid y del propio CNA, Oliver Tambo. Allí comenzó a fraguarse la Liga Juvenil del CNA, con el fin de romper con la imagen que muchos tenían del histórico partido como una organización acomodada y en la que sus líderes miraban solo por sí mismos y por sus privilegios.

      Estas y otras iniciativas pretendían romper con una política capciosa que los británicos habían desarrollado a lo largo del tiempo: crear una burguesía negra formada por ciudadanos relativamente pudientes que ocuparan ciertos espacios de poder. Las escuelas, las universidades y determinadas formas de hacer, pretendían generar una élite negra con ciertas aspiraciones que quedaba, al final, subyugada por los beneficios del sistema.

      Se trataba, en definitiva, de una división de clases dentro de la comunidad negra. Los que se reunían en la casa de Sisulu sabían del peligro que eso suponía. Y Mandela, con una carrera guiada por la educación británica que había recibido, habría corrido el riesgo de caer en esa tela de araña de no haberse rodeado del CNA y su entorno.

      Si de las palabras se pasa a los hechos, de las reuniones se pasa a la manifestación pública, en la calle, de las ideas. Mandela dio ese paso, por primera vez, en agosto de 1943. Y lo dio en una gran concentración. Cerca de 10.000 personas se congregaron en Alexandra para clamar contra la subida del precio de los autobuses. Los responsables del servicio incrementaron de 4 a 5 peniques el coste del billete. Nelson era uno de los muchos perjudicados por la medida. Él mismo, con unos ingresos más que ajustados, no podía tomar el transporte colectivo muchos días para poder llegar a fin de mes. El nuevo precio era abusivo para una población que a duras penas podía ir y venir al trabajo. No solo tenían autobuses segregados. No solo tenían que utilizar un transporte peor. No solo eran ciudadanos de segunda. También debían costear unos excesos destinados de forma implícita o explícita a minar la moral de todo un pueblo. Aquilatada poco a poco su concepción de la discriminación, más aquellas reuniones ya bastante habituales del CNA en las que participaba, se animó esta vez a no ver pasar la manifestación. Formó parte de la misma. Se unió a esa decena de miles de negros que pedían que se frenara un abuso más. Mandela en su autobiografía calificó aquella experiencia como estimulante y alentadora. Percibió el estímulo al instante, como un chute de adrenalina, cuando se sintió unido al grito de sus vecinos, de sus amigos, de sus compañeros de batalla en los autobuses segregados. Que fue alentadora lo descubrió poco después. La convocatoria fue eficaz. Junto a la concentración humana, los convocantes decidieron secundar una medida de presión que muchos, obligados por un salario raquítico, adoptaban con frecuencia: no montar en aquellos autobuses. Así, pasaron casi 10 días en los que los vehículos que debían llevar a los trabajadores de Johannesburgo a Alexandra y a otros lugares circularon vacíos. «Ya volverán», debieron pensar los responsables del transporte urbano de la ciudad el primer día. «Ya volverán», pensaron con menos énfasis, el segundo día. A la tercera jornada, la reflexión comenzó a virar: «¿Y si no vuelven?». Después de cuatro, cinco, seis, siete, ocho días, la empresa retrocedió en su propuesta inicial.

      El precio del viaje se quedó en 4 peniques. Los negros volvieron a sus autobuses segregados. Pero al precio por el que se habían sacrificado.

      Luego vendrían derrotas y sanciones; un camino pedregoso. La cárcel. Una condena. Pero la primera fue una victoria del pueblo negro sudafricano, entre el que estaba Nelson Mandela.

      Su ingreso en el CNA, en 1944, se produjo como la llegada de las nubes al acercarse la época de lluvias, con naturalidad. Aquella nueva forma de compromiso traslucía la importancia que Nelson daba a la lucha contra la segregación racial. Dentro de la formación se comenzaba a contemplar un cierto aburguesamiento del propio partido. La casa de Sisulu era uno de esos espacios en los que se analizaba tanto lo que hacía el Gobierno de Pretoria por mantener el statu quo, como aquello que la población africana debía modificar para cambiar el sentido de la historia. Y una de las medidas que se propusieron fue la creación de la Liga Juvenil del CNA, orgánicamente unida al partido, pero con la identidad propia que le daría una masa social joven, pujante y resolutiva. Esos rasgos le alejarían del cuerpo jerárquico del CNA, compuesto por los viejos dirigentes que, en opinión de muchos, se habían dejado mecer por la historia y habían arrinconado la reivindicación. Las nuevas generaciones pedían cambios, más actividad y otra actitud. Los luchadores por la libertad que impulsaron la Liga «habían ido a las escuelas de misioneros, estudiaron con becas, leían libros de texto, pero también periódicos y se contagiaban del descontento con un nacionalismo directo y vigoroso. La Liga de Jóvenes atacó las políticas anteriores del Congreso (Nacional Africano), el liderazgo de los moderados, la vacilación y la transigencia»16.

      Aunque no había llegado todavía el momento del uso de la violencia, algo que fue real con Umkhonto we Siezwe (la Lanza de la Nación), sí se esperaba algo más de contundencia en la reivindicación. Una comisión de seis personas, entre las que estaban Lembede, Sisulu, Tambo y el propio Mandela, planteó la cuestión al entonces presidente del CNA, Alfred Xuma. Este rebajó las expectativas del organismo del partido y propuso que la Liga Juvenil se convirtiera en un espacio para la captación de nuevos afiliados al CNA. Así se aprobaría el Domingo de Ramos de 1944, en la Conferencia Anual del CNA celebrada en Bloemfontein. Lembede fue elegido presidente, Oliver Tambo secretario, Sisulu tesorero y Mandela ocupó un cargo en el comité ejecutivo. En su documento fundacional reconocían que el desarrollo de África debía estar protagonizado por los propios africanos.

      El compromiso de Mandela con el CNA no le satisfacía, entre otros motivos porque como trabajaba todo el día en el bufete y el resto del tiempo intentaba centrarse en unos estudios que casi siempre iban a remolque de todo lo demás, no tenía disponibilidad para una causa que le había absorbido la mente. Era más frustración por falta de tiempo que apatía por los escasos resultados logrados hasta el momento.

      Los debates dentro del partido se sucedían, y uno de los que mayor peso ocupó entonces fue la idoneidad o no de incluir en las filas de la lucha contra la segregación a blancos y a comunistas sensibles con la lucha por la libertad. Entonces, con un ideario político todavía en mantillas, Mandela se opuso a ambas posibilidades. Ante el riesgo o el temor de padecer una especie de síndrome de Estocolmo que les hiciera entender la causa de los blancos, no quería ni a unos ni a otros. Ni a la mezcla de ambos. A pesar de contar con amigos blancos y con comunistas comprometidos en la lucha de los negros por la liberación, en aquel momento su pensamiento era contrario a ello.

      Buena parte de aquellos debates se seguían sucediendo en casa de Walter Sisulu donde Mandela también conoció a Evelyn Mase, la primera gran mujer de su vida, con la que tendría cuatro hijos. Evelyn vivía con su hermano Sam en casa de los Sisulu. Estudiaba Enfermería

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