Historia de las ideas contemporáneas. Mariano Fazio Fernandez
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La historiografía reciente gusta hablar de Revolución Atlántica para referirse a los procesos de cambio que se dan en Europa y América entre 1770 y 1850. La Revolución francesa, la emancipación de las colonias inglesas de América del Norte, y la independencia de Iberoamérica unas décadas después responderían al mismo proceso histórico10. La unidad estaría dada por los mismos principios teóricos, herederos de la Ilustración europea, y que hemos denominado liberales. A este sustrato ideológico nos referiremos a continuación.
1 Cfr. J. BODIN, Les six livres de la République, Scientia Verlag, Aalen 1961.
2 J.B. BOSSUET, Politique tirée des propres paroles de l’Ecriture Sainte, Paris 1709, V, 4.1, p. 240.
3 Ibidem.
4 T. HOBBES, Leviatán, I, 11.
5 Ibid., II, 17.
6 M. D’ADDIO, Storia delle dotrine politiche, ECIG, Genova 1992, I, p. 443.
7 T. HOBBES, Elementos de derecho natural y político, II, 10, 5.
8 Para una visión general de las doctrinas políticas de Hobbes, cfr. M. RHONHEIMER, la filosofia politica di Thomas Hobbes, Armando, Roma 1997.
9 Para la caracterización global del Antiguo y Nuevo Régimen, hemos seguido en parte a J.L. COMELLAS, De las revoluciones al liberalismo, vol. X de la «Historia Universal», EUNSA, Pamplona 1982, pp. 15-43.
10 Cfr. J. GODECHOT, Las Revoluciones, Labor, Barcelona 1977, p. 364-366; F. FURET y D. RICHET, La Révolution Française, Fayard, Paris 1989.
III
LA ILUSTRACIÓN
A lo largo de los siglos más característicos del Antiguo Régimen —los siglos XVII y XVIII—, bajo la aparente estabilidad de una estructura basada en la homogeneidad ideológica, se fueron desarrollando corrientes de pensamiento que irían minando dicha estructura. Algunos representantes de estas corrientes se denominaron a sí mismos «librepensadores», como queriendo subrayar las distancias que los separaban de la ideología dominante. La Ilustración será el nombre común bajo el que se agruparán los intelectuales inconformistas, que a la postre cambiarán la faz cultural e institucional del mundo occidental.
Si la Ilustración es la manifestación paradigmática de la filosofía moderna, sin embargo no la podemos identificar tout court con todo el pensamiento filosófico de la Modernidad. Por eso se hace necesario presentar brevemente las principales corrientes filosóficas modernas, para después analizar las ideas ilustradas.
Concluiremos el capítulo con la presentación del sistema kantiano como síntesis de la filosofía de los siglos XVII y XVIII.
1. Características generales de la filosofía moderna
La visión del mundo imperante en el siglo XIII, estructurada en torno a la escolástica tomista, comienza a resquebrajarse en el siglo XIV, cuando algunos filósofos y teólogos ponen en crisis la relación armomiosa entre fe y razón, que es la clave de bóveda del pensamiento de Santo Tomás de Aquino. El averroísmo latino, que sostenía la teoría de las dos verdades —una verdad de razón puede ser contradictoria con una verdad de fe—, así como el voluntarismo divino sustentado por Guillermo de Ockham —algo es bueno o es malo porqué así lo decretó Dios, pero no por la naturaleza misma de las cosas— ponen de manifiesto la crisis de la escolástica medieval. A lo largo de los siglo XV y XVI, las corrientes escolásticas se fueron anquilosando y perdieron vitalidad, aunque hay que tener en cuenta que también se da una revitalización del tomismo en España e Italia, con figuras de la categoría de Francisco de Vitoria, los cardenales Cayetano y Belarmino, y Francisco Suárez.
Paralelamente, las ciencias físico-matemáticas conocen un desarrollo notable, como ya hemos indicado páginas atrás. El siglo XVII es el siglo de Descartes y de Bacon, pero también es el siglo de Galileo. Para esta época, la ciencia moderna comienza a tener una importancia suficiente como para dar un sello característico al periodo que estamos estudiando. El descubrimiento del método matemático aplicable al estudio de la naturaleza está en sintonía con el espíritu de la época. La filosofía racionalista crece y se desarrolla fundamentalmente dentro de un espíritu sistemático, y, como tal, análogo al método matemático; por su parte, la filosofía empirista pone el acento de su investigación en la observación de los datos de hecho. Estos dos aspectos son también momentos de la ciencia empírica: sistema, método, observación, experiencia. Por este motivo, el diálogo entre la filosofía y la ciencia tiene una intensidad notable, y se produce un intercambio constante de tesis referidas sobre todo al mundo de la naturaleza y al conocimiento humano.
Acabamos de hacer referencia al racionalismo y al empirismo. En efecto, estas serán las dos corrientes más características de la filosofía moderna. Son tradiciones diversas, pero no constituyen compartimientos estancos, dado que hay un diálogo fluido entre sus principales exponentes. El racionalismo se desarrolla fundamentalmente en Francia y Alemania, y está representado en sus líneas más clásicas por René Descartes (1596-1650), Nicolas Malebranche (1638-1715), Baruch Spinoza (1632-1677) y Wilhelm Leibniz (1646-1716). Por su parte, el empirismo es un fenómeno esencialmente británico. Podemos hablar de una auténtica tradición de pensamiento, donde lo aportado por un autor sirve de base para la profundización por el siguiente. La lista de los filósofos empiristas comienza con Francis Bacon (1561-1626), y es continuada por Thomas Hobbes (1588-1679), John Locke (1632-1704), George Berkeley (1681-1753) y David Hume (1711-1776).
Antes de analizar las características propias de estas dos tradiciones, vamos a señalar los elementos comunes. Hay un sentimiento anti-escolástico compartido. Frente a la decadencia de la filosofía tradicional y el progreso de las ciencias surge un deseo de iniciar con un nuevo punto de partida para el pensar filosófico. De hecho, tanto Descartes como Bacon sienten en sí mismos esa función de iniciadores. El nuevo punto de partida es el sujeto.
La filosofía antigua y medieval se centró en la metafísica en cuanto ciencia del ser. En las distintas teorías del conocimiento barajadas en los siglos clásicos y durante el Medioevo, la primacía la tuvo el objeto, que revelaba al ser de las cosas. Para los modernos, en cambio, la disciplina filosófica fundamental no es ya la metafísica, sino la gnoseología o teoría del conocimiento.
Siendo coherentes con la importancia que las ciencias físico-matemáticas dan al método, los filósofos modernos toman como punto de partida el análisis minucioso de cómo llegamos a conocer, y la balanza del interés especulativo entre objeto y sujeto se inclina hacia las capacidades de este último por acceder a la realidad.
Sentadas estas bases, sería erróneo pensar que se abandonan las temáticas del pensamiento clásico. Tomemos, por