Historia de las ideas contemporáneas. Mariano Fazio Fernandez
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a) La física de Newton
Newton completa la visión del mundo que ofrecen Galileo, Copérnico y Kepler, y es el padre de la física moderna. Entre sus obras más famosas hay que citar la Philosophia naturalis principa mathematica (1687, 1713, 1726), y la Óptica (1704). Newton rechaza la doctrina aristotélica de la distinción entre las leyes de los cuerpos terrestres y celestes, y demuestra su falsedad. Después, aplica con gran éxito en los distintos campos de investigación su método científico, el cual supone que todo los fenómenos del movimiento de la naturaleza pueden ser deducidos matemáticamente de los principios de la mecánica. Sin embargo, Newton no concuerda con Galileo en la afirmación de la estructura matemática de la realidad. La matemática es un instrumento metodológico, pero el método científico se basa en la experiencia: hay que descubrir las leyes de la mecánica de la naturaleza en forma inductiva, partiendo de la experiencia. Después se procederá al paso propiamente deductivo.
La ciencia newtoniana es una ciencia fenoménica: «Todo lo que no procede de los fenómenos debe ser definido como hipótesis, y las hipótesis, tanto las metafísicas como las físicas, ya sea de cualidades ocultas o mecánicas, no encuentran lugar en la filosofía experimental; en ellas las proposiciones son inferidas de los fenómenos y generalizadas mediante la inducción. De este modo se descubrió la impenetrabilidad, la movilidad, el ímpetu de los cuerpos y, como consecuencia, las leyes del movimiento y de la gravedad»7.
Aunque Newton rechaza el uso de hipótesis, hay en su sistema físico dos conceptos que funcionan como tales. Nos referimos al tiempo y al espacio absolutos, de los cuales da una interpretación teológica. Estas auténticas hipótesis especulativas forman el ámbito en donde se mueven las cosas. El mundo newtoniano sigue siendo un mundo mecanicista. Al mismo tiempo es un mundo donde Dios interviene no sólo con la creación y la conservación, sino también activamente, corrigiendo eventuales imperfecciones en los movimientos.
b) El deísmo inglés
La temática religiosa es un campo privilegiado de la especulación inglesa de corte ilustrado. Con la palabra deísmo nos referimos a este movimiento de pensamiento religioso, el cual, no obstante una cierta uniformidad, presenta diversas actitudes teóricas.
El predecesor de los deístas del siglo XVIII es Lord Herbert de Cherbury (1583-1648). Entre sus obras se pueden citar el Tractatus de Veritate (1624), De causis errorum (1645) y De religione gentilium (1645, 1663). Cherbury considera que el hombre posee nociones comunes, que son a priori, universales, ciertas. Son impresas por Dios en el hombre, y éste las conoce a través de un instinto natural. El conocimiento sensible no sería posible sin recurrir a estos conceptos. Algunas de estas nociones comunes están en la base de la así llamada religión natural. Para Cherbury, las cinco verdades fundamentales, que son o deben ser admitidas por todas la religiones, son: la existencia de un ser supremo; la obligación por parte de los hombres de adorar a dicho ser; la vida moral es la parte más importante del culto religioso; los vicios y los pecados deben ser expiados con el arrepentimiento; finalmente, la existencia de otra vida donde se premiará o se castigará la conducta humana. Lord Herbert de Cherbury desea llegar a una pax religiosa —hay que tener presente las circunstancias históricas de las guerras de religión en Europa— y por esto, si bien no rechaza la posibilidad y la utilidad de la revelación, considera que la razón es el último juez del dato revelado.
John Locke escribió en 1695 su obra La razonabilidad del cristianismo, en la cual se evidenciaba una fuerte tendencia hacia la racionalización de los dogmas. Muchos intelectuales ingleses siguieron las huellas de Locke. Pero, si queremos hablar de deísmo en sentido riguroso, es necesario subrayar una radicalización de esta tendencia. En este sentido, escribe Copleston: «Los deístas eran racionalistas que creían en Dios... El deísmo del siglo XVIII significaba la desupernaturalización de la religión y la negativa de aceptar cualquier proposición religiosa basada en el principio de autoridad. Para los deístas era la razón sola la que había de juzgar sobre la verdad, tanto en materia religiosa como en cualquier otra»8.
Los autores más importantes de este movimiento son John Toland (1670-1722), ligado a los orígenes de la masonería, con su obra El cristianismo sin misterios (1696), y Matthew Tindal (c. 1656-1733), que escribió El cristianismo, viejo como la creación, o el Evangelio una republicación de la religión de la naturaleza. Otro autor digno de ser mencionado es Henry Saint John, vizconde de Bolingbroke (1678-1751), que presenta a Cristo como el instrumento divino para confirmar la religión natural.
La actitud intelectual de Samuel Clarke (1675-1729) es distinta. Se trata de un pastor anglicano que pretende demostrar el carácter racional de la fe, en abierta polémica con Hobbes y con Spinoza. Mediante doce proposiciones, Clarke demuestra la existencia de Dios y de algunos de los atributos divinos. Admirador de Newton, pone en relación el espacio y tiempo absolutos con la existencia divina, tema que provocará una polémica con Leibniz. Sin embargo se aleja de los deístas al afirmar la necesidad moral de la revelación, dada la actual situación de la humanidad.
En el seno de la revelación hay verdades que superan la capacidad de la razón, aunque no la contradicen.
El obispo anglicano John Butler (1692-1752) se opuso firmemente a los deístas. Autor de la obra La analogía de la religión natural y revelada con la constitución y el curso de la naturaleza, quiere demostrar que la creencia que afirma que el cristianismo es verdadero no es irrazonable y, si lo fuera, serían también poco razonables las creencias en torno al sistema de la naturaleza. En la aceptación de la revelación o de algunas verdades naturales, como la de la inmortalidad del alma, hay siempre dificultades.
Sin embargo, también en el ámbito del conocimiento del sistema de la naturaleza hay dificultades análogas, y ésta no es una razón válida para rechazar el conocimiento del mundo natural.
c) La filosofía moral
El otro ámbito típico de la Ilustración inglesa es el de la filosofía moral. Los dos grandes exponentes del pensamiento ético inglés de este periodo son Anthony Ashley, conde de Shaftesbury (1671-1713) y Francis Hutcheson (1694-1746).
El primero es conocido por su Ensayo sobre el mérito y la virtud. Shaftesbury considera que el hombre goza de ideas morales connaturales, que inclinan a buscar el propio bien, el cual, en el caso del hombre, se debe armonizar con el bien de la sociedad.
En polémica con Hobbes, no piensa que el hombre sea malo por naturaleza: la benevolencia es una parte esencial de la moralidad y tiene sus raíces en la naturaleza humana. Todo hombre goza también de un sentido moral, que hace posible distinguir entre conducta justa e injusta. La moral, basada en la virtud, es autónoma respecto a la religión. La virtud debe ser buscada por sí misma. Esto, sin embargo, no significa que Shaftesbury rechace la trascendencia: la virtud completa comprende la piedad respecto a Dios. Por tanto, «la perfección y elevación de la virtud se debe a la fe en un Dios».
Hutcheson, por su parte, sigue los pasos de Shaftesbury. Añadirá elementos de tipo utilitarista, que serán retomados en el siglo XIX por Jeremy Bentham y John Stuart Mill: «Al comparar la cualidad moral de las acciones con el fin de ofrecer un criterio a nuestras elecciones entre las diversas acciones propuestas o para encontrar cual de ellas tiene la mayor excelencia moral —escribe Hutcheson