La traición en la historia de España. Bruno Padín Portela
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[118] F. García Morá, Un episodio de la Hispania republicana. La Guerra de Sertorio, planteamientos iniciales, Granada, Universidad de Granada, 1991, pp. 366-367.
[119] J. M. Roldán Hervás, «La aventura hispana de Quinto Sertorio», p. 217.
[120] L. de Michele, «Fimbria e Sertorio: proditores reipublicae?», Athenaeum 93 (2005), p. 287. Véase, en esta misma línea, J. Santos Yanguas, «Sertorio: ¿un romano contra Roma en la crisis de la república?», en G. Urso (ed.), Ordine e sovversione nel mondo greco e romano. Atti del convegno internazionale, Cividale del Friuli, 25-27 settembre 2008, Pisa, Fondazione Canussio, 2009, pp. 177-192; M. Almagro-Gorbea, «Las Guerras Civiles», en M. Almagro-Gorbea (coord.), Historia militar de España. Prehistoria y antigüedad, vol. 1, Madrid, Ediciones Laberinto, 2009, p. 235.
[121] L. de Michele, «Fimbria e Sertorio: proditores reipublicae?», p. 289.
III
UN EPISODIO EN LA CONSTRUCCIÓN NARRATIVA DE LA HISTORIA DE ESPAÑA: LOS TRAIDORES Y LA «PÉRDIDA DE ESPAÑA»
Si hay una fecha que ha estimulado notoriamente a la historiografía española, y más concretamente a la medieval, es el 711, recordado por significar la entrada de los musulmanes en la Península tras su victoria en la batalla que se dio en llamar comúnmente del Guadalete. Nos limitaremos en las páginas que siguen, por tanto, a aplicar nuestro tema de estudio a este episodio histórico concreto, con el fin de ver el modo en que son tratadas las traiciones por las distintas historias generales, aunque en primer lugar dedicaremos un breve apartado a reflexionar sobre la idea de traición en la tradición romana y germánica.
Para alcanzar nuestro objetivo nos centraremos en varias compilaciones de la historia de España seleccionadas, a nuestro juicio, por su gran notoriedad y habiendo sido elaboradas en diferentes momentos entre finales del siglo XVI y el siglo XX. Iniciaremos el estudio con la obra de Juan de Mariana, que comenzó a publicarse en 1592 bajo el título Historiae de rebus Hispaniae, para, a partir de 1601, aparecer en castellano, traducida por el propio jesuita, como Historia general de España. Mantuvo una vigencia incontestable durante doscientos cincuenta años, convirtiéndose en el referente por excelencia de la historia de España hasta que, en 1850, vio la luz el primer volumen de la Historia general de España, redactada por Modesto Lafuente, quien cogería el testigo de Mariana para erigirse en la máxima expresión de la historiografía liberal española decimonónica.
Añadiremos a las historias ya citadas las dirigidas por Antonio Cánovas del Castillo y Ramón Menéndez Pidal. La primera, editada a finales del XIX y circunscrita a un ámbito básicamente académico, pues era Cánovas el director de la Real Academia de la Historia y fueron académicos los encargados de su redacción. La segunda dominó buena parte del panorama historiográfico español del siglo XX, comenzando su edición en los años treinta bajo la dirección del propio Menéndez Pidal y finalizando ya en el siglo XXI, cuando vio la luz el último tomo de esta monumental historia. Estos dos últimos son, además, buenos ejemplos del tránsito de una autoría individual hacia una colectiva, contribuyendo, en parte, a eliminar los antecedentes del modelo de la Historia general de Modesto Lafuente, así como sus orígenes cronísticos[1].
Las traiciones básicas que forman la «pérdida de España» y estudiaremos son las siguientes: la provocada por la venganza del conde Julián tras la supuesta violación a su hija por parte de Rodrigo o Witiza, según las versiones; la defección de una parte del ejército real godo durante la batalla; y en último lugar el papel desempeñado por los judíos como conspiradores y colaboradores de los musulmanes en el momento de la conquista. Trataremos de conocer hasta qué punto el arquetipo narrativo empleado coincide o no con lo que podemos saber de la realidad histórica o la contradice, además de plantear si es posible establecer alguna tipología específica en relación con los personajes estudiados, ya sean estos individuales o colectivos.
LA TRAICIÓN EN LA LEY ROMANA Y EN LA LEY GERMÁNICA
¿Qué es un traidor? La respuesta a esta pregunta es aparentemente sencilla: alguien que comete una traición. La respuesta podría complicarse si nos cuestionamos qué es la traición, puesto que la definición variará dependiendo de la época histórica, la sociedad, los códigos legales que la gobiernen o aquellos que infrinjan dicha legislación. No es lo mismo ser un judío en tiempos del rey Ervigio, cuando se dirigía a los Padres del XII Concilio de Toledo diciendo: «Extirpad de raíz la peste judaica, que siempre se renueva con nuevas locuras»[2], que un cristiano de época visigoda que cometía el delito de no jurar lealtad al nuevo rey.
Convendría, antes de pasar a estudiar las traiciones que tuvieron lugar en aquel año 711, recordar la tesis de Lear, anteriormente mencionada. El perduellis era el «mal guerrero», enemigo del país o, en otros términos, el enemigo interno, en contraposición al enemigo externo, denominado hostis[3]. Se trataba de un acto cometido directamente contra la patria, circunscrito al ámbito militar, que terminaría por fundirse en el crimen imminutae maiestatis, también conocido como crimen laesae maiestatis o simplemente maiestas, cuyo campo de aplicación sería muy amplio bajo el Imperio[4].
En la legislación germánica y, por extensión, visigoda, el objeto de la traición no sería ya el Estado, sino el rey. Esta concepción germánica de traición involucra la idea de un compromiso personal violado: Treubruch o infidelitas[5]. La traición típica representada por el término Landesverrat se convertía en alta traición cuando su víctima era una sola persona, es decir, el rey[6]. De hecho, inmediatamente después de la elección de un rey se debía formular una promesa de lealtad hacia él, tal como se recoge en un decreto de Egica[7]. No debe extrañar, como apuntó P. D. King[8], que la traición al monarca pudiera considerarse como uno de los crímenes más atroces, ya que era el representante de Dios en la tierra y gozaba, gracias a ese hecho, de una posición casi divina.
LA VIOLACIÓN DE LA CAVA Y EL CONDE DON JULIÁN
Debemos, en primer lugar, detenernos en un episodio que aparece constantemente, aunque con matices diferentes, en los relatos de las historias de España: la violación supuestamente sufrida por la hija del conde Julián a manos de Rodrigo. Se trata de un hecho fundamental, ya que a partir de ese estupro dicho conde, que tendría el dominio del estrecho que hoy conocemos como Gibraltar gracias a su mando en Ceuta, se habría aliado con los musulmanes para vengar la honra de su hija, facilitando la entrada de las tropas enemigas.
La imagen que Mariana atribuye al último de los reyes godos se aleja de cualquier tipo de idealización. Cuando le toca referir el episodio de la violación de la hija de Julián no duda en dibujar un retrato de Rodrigo en los siguientes términos: «Llego su desatino a tanto que le hizo fuerça, con que se despeño a si y a su reyno en su perdicion, como persona estragada con los vicios, y desamparada de Dios»[9]. El rey, de acuerdo con los preceptos de la época, debía guiar