La traición en la historia de España. Bruno Padín Portela
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу La traición en la historia de España - Bruno Padín Portela страница 24
No se trata de realizar aquí un repaso minucioso de la ingente legislación antijudía elaborada en época visigoda, pero puede resultar útil seguir a E. A. Thompson cuando apunta dos momentos en los que la presión sobre los judíos fue especialmente asfixiante: los reinados de Recesvinto y de Egica[66]. Nos servirán ambos como ejemplos para apuntar someramente las condiciones de vida soportadas por los judíos en el periodo que separa la conversión al catolicismo de la conquista musulmana.
En el tomo regio del VIII Concilio de Toledo Recesvinto recordó que la única herejía que todavía quedaba en el reino era el judaísmo[67]. Indicó, además, que «esta peste está manchando la tierra de mi mando»[68]; de lo que se puede deducir que la política antijudía precedente no había tenido el éxito deseado. Debemos sumar a lo ya dicho diez leyes antijudías recogidas en la Lex Visigothorum, más conocida como Liber Iudiciorum, en las que se planteaban limitaciones como celebrar la Pascua[69], el matrimonio entre parientes hasta el sexto grado de consanguinidad[70], la circuncisión[71] o la incapacidad de interponer pleitos contra cristianos[72]. La condena por infringir alguna de estas disposiciones consistía en que los propios judíos debían lapidar o quemar a los que cometiesen los delitos[73].
El XVII Concilio de Toledo supuso un cambio radical en la política judía, ya que fue ahí donde se tomaron las medidas más drásticas. El rey Egica comunicó que había tenido conocimiento de que los judíos, «en algunas partes del mundo, se han revelado contra sus príncipes cristianos», a lo que añadió que, «por confesiones inequívocas y sin género de duda», sabía que los judíos conspiraban con los de ultramar para combatir al pueblo cristiano y de ese modo arruinar su fe[74]. Información que también se recoge en Modesto Lafuente[75], Cánovas[76] y Menéndez Pidal[77]. El canon VIII de este Concilio contemplaba el castigo impuesto a estos infieles por «manchar la túnica de la fe»: ser privados de todos sus bienes, dispersados por todas las provincias de España y sometidos a perpetua servidumbre[78].
En las historias de España advertimos que la supuesta ayuda prestada por los judíos en el paso de África a la Península, así como su posterior colaboración en las ciudades, no pasa desapercibida. Esto es así en el caso de Lafuente[79] y Cánovas[80], donde se narra este hecho, señalando explícitamente este último que «aprovechándose de aquel estado de ánimo de la perseguida raza judaica, los invasores se valieran de sus secuaces para guardar determinadas fortalezas en Granada, Córdoba y Toledo»[81]. En la Introducción al tomo III de su Historia de España, Menéndez Pidal se sumará a la idea de que «pasados diecisiete años [del XVII Concilio de Toledo], los judíos serán en todas las ciudades de España los grandes adversarios que facilitarán la rapidez de la conquista árabe»[82].
Mariana se limitará a decir que «los Iudios mezclados con los Moros fueron puestos por moradores en Cordoua y en Granada, a causa que los Christianos se auia ydo a diuersas partes»[83], para añadir tradiciones que están muy presentes en su obra, como cuando continúa mencionando que, en relación con Toledo, «el arçobispo don Rodrigo dize que los Iudios que quedaron en la ciudad (…) sin dilacion abrieron las puertas a los vencedores»[84], o cuando se basa en Lucas de Tuy para relatar que mientras los cristianos se hallaban celebrando la procesión del domingo de Ramos, «los enemigos fueron por los Iudios recebidos dentro de la ciudad»[85]. No parecía el jesuita, en cambio, muy favorable a dar crédito a esta historia, ya que, según él, «en cosas tan inciertas, seria atreuimiento sentenciar por la vna o por la otra parte. Todavia yo mas me allego a los que dixeron, que la ciudad despues de vn largo cerco, entregaron a partido sus mismos ciudadanos»[86]. A pesar de que Mariana se muestre cauto a la hora de calibrar la historicidad o no de los hechos, es claro que en su planteamiento tanto los judíos como los árabes constituían elementos ajenos a la historia de España.
Se plantea, a la luz de una legislación tan agresiva, de un maltrato tan continuado y de los relatos que nos legan las historias generales, si los judíos pudieron colaborar con los conquistadores musulmanes en 711. Lo cierto es que existen divergencias entre los autores modernos a este respecto. Y. Yovel sostiene que el ataque de Tarik había sido demasiado atrevido y limitado en hombres como para tener éxito sin contar con ayuda dentro de las fronteras visigodas, defendiendo una traición conjunta de campesinos locales íbero-romanos, una facción visigoda descontenta y, por supuesto, judíos[87]. E. A. Thompson remite a una tradición tardía, pero bastante probable, según la cual los musulmanes recibieron valiosa ayuda por parte de los oprimidos judíos[88]. En la misma línea, Y. Baer nos habla de una tradición posterior según la cual, en las ciudades conquistadas, los invasores fueron estableciendo colonias de judíos, no siendo esto exclusivo, pues, en otros países, se habrían establecido colonias del mismo modo[89]. Autores como García Moreno o Sánchez-Albornoz optaron por emplear el término «quinta columna»[90] para referirse a la actitud colaboracionista de las aljamas durante la conquista, aunque este último incluía bajo esa denominación también a los witizanos.
Por otro lado, N. Roth se muestra contrario a la teoría de la conspiración judía. Según él, Egica, en la acusación de que los judíos estaban conspirando con otros de ultramar, contenida en el XVII Concilio de Toledo, no tenía necesariamente que estar refiriéndose a los del norte de África, sino a los judíos de Babilonia o Palestina, añadiendo que en cualquier caso no sería más que un simple rumor y otra muestra de las acusaciones infundadas contra los judíos. En su opinión, los musulmanes habían planificado la conquista con suficiente antelación como para depender del estímulo de judíos[91].
Lo cierto es que, como dice Baer, a partir del siglo XII los autores cristianos utilizaron esta tradición en la propaganda antijudía, convirtiéndola en historias de traición judía y de conspiración con el extranjero