La traición en la historia de España. Bruno Padín Portela
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No dudará Mariana, además, en incorporar la carta enviada por la hija a su padre, en la que relataba la ofensa sufrida. A pesar de recoger fábulas y documentos de dudosa autenticidad, no dejará el jesuita de apelar al buen criterio del lector, algo que se pone de manifiesto cuando, al describir el episodio del palacio encantado de Toledo, concluye que «nos ni la aprouamos por verdadera, ni la desechamos como falsa. El lector podra juzgar libremente, y seguir lo que le pareciere probable»[11].
Este arquetipo narrativo representado por Mariana se inserta en una larga tradición que explicó la «pérdida de España» en términos de un Iudicium Dei, algo que, por otro lado, deja meridianamente claro el propio jesuita[12]. Sería Rodrigo, por tanto, el responsable último de la ruina cristiana por representar, como hemos dicho antes, un hombre entregado a los vicios. El castigo de la divina Providencia, como apuntó hace algún tiempo García Moreno[13], se convirtió en la interpretación hegemónica[14], siendo adoptada también por el arzobispo toledano Rodrigo Jiménez de Rada[15], quien imperó de modo casi absoluto en la historiografía española de los siglos siguientes y del que Mariana, además, es en buena parte deudor. Se advierte que para Mariana tanto las desgracias como los éxitos se entienden en virtud de una sanción o recompensa providencial a pueblos y, sobre todo, gobernantes, ante la que los hombres no pueden hacer nada.
Modesto Lafuente, por su parte, tampoco será ajeno a la misión decisiva de la Providencia, entendiéndola como el principio más importante de la historia, es decir, el elemento que explica, como señala Pasamar, la «misión», el «destino» y el progreso de la humanidad, así como de naciones como España. La importancia de los godos vendría dada por ser los fundadores de la nación española, al haber aceptado el catolicismo y desarrollado la ley[16].
Lafuente se muestra, sin embargo, mucho más cauto que el jesuita a la hora de relatar el episodio de la violación. Alude a la Crónica del rey don Rodrigo para relatar esta aventura, mencionando que los críticos modernos desechan la anécdota por apócrifa y fabulosa[17]. Recurre Lafuente en esta ocasión a una de las obras narrativas en prosa castellana más conocidas que narra la «pérdida de España», la Crónica Sarracina, compuesta hacia 1430 por Pedro de Corral, quien acudirá al manido tópico según el cual basará su texto en el hallazgo de manuscritos de dos cronistas miembros de la corte real de Rodrigo, así como en un libro de pergamino encontrado en la tumba del último rey godo. Como señala J. D. Fogelquist, el fortuito hallazgo del libro antiguo posibilita la revelación por gracia divina de hechos de magna importancia[18].
Se interroga Modesto Lafuente, asimismo, sobre el porqué de que Isidoro Pacense (se refiere a la actualmente conocida como Crónica de 754, que en el siglo XIX se atribuía a dicho autor), al ser el escritor que mejor informado debió hallarse del suceso, no dice nada sobre el mismo y no es hasta el monje de Silos[19], que escribe en el siglo XII, cuando aparece la narración de la Cava. Tras estudiar los argumentos a favor y en contra del estupro, concluye que explicar la conquista musulmana en función de este hecho no tiene demasiado interés, puesto que «sobran causas para explicar el suceso de la invasión de los árabes»[20]. Y termina por preguntarse si no sería Miguel de Luna quien inventó la historia, ya que fue él quien la dio por traducción.
Fue Miguel de Luna un morisco granadino, traductor del árabe del rey Felipe II, que publicó en 1592 la obra Historia verdadera del rey don Rodrigo. Sostenía Luna que había traducido la obra manuscrita de un tal Alcayde Abulcacim Abentarique, casualmente encontrada mientras examinaba unos manuscritos árabes de la Biblioteca Real[21]. El modelo narrativo es claro y muy similar al de Corral, ya que consiste en, a partir de una fuente exclusiva a la que nadie había podido acceder antes, relatar de nuevo la historia, alzándose, como señaló Márquez Villanueva, contra el pasado gótico, pesadilla a la que viene a poner fin una providencial conquista musulmana[22]. No mereció Luna, sin embargo, opiniones demasiado favorables entre algunos autores[23].
En la narración canovista se entiende que, si lo que se deseaba era basar la conquista en una traición, esta debía ser gravísima. Es por ello que los «árabes adoptaron desde el principio la historia, por demás famosa, de la violación de la hija de Julián, mero pretexto para denigrar la memoria de Rodrigo»[24], para cuestionarse, como había hecho Lafuente, por qué ninguna crónica latina habla del estupro hasta la Silense.
Apoyándose en los estudios realizados por Fernández Guerra y Eduardo Saavedra, los responsables de la redacción del capítulo correspondiente afirman: «No tiene el menor asomo de fundamento, como hemos visto, la leyenda, pues quede condenada para siempre como falsa, sin atribuírsela á Rodrigo, ni á Witiza, ni á nadie»[25]. Es interesante en esta Historia general, asimismo, la inclusión de Witiza como posible ofensor, puesto que, como habíamos visto, tanto Mariana como Lafuente aludían exclusivamente a Rodrigo. Será Menéndez Pidal, en la Introducción al tercer volumen de su Historia de España, quien señale que «si un rey ofendió en cualquier modo a Urbano, la cronología nos dice que ese rey tuvo que ser Witiza»[26].
Es claro que entre las pretensiones de la Historia dirigida por Cánovas se encuentra el afán por desarrollar un método histórico crítico. Era precisamente la Real Academia de la Historia la garante de limpiar de fábulas la historia de España[27]. Por ello advertimos que en el caso de la invasión musulmana el objetivo es revisar lo escrito hasta el momento y basarse en las obras que, a juicio de los especialistas, significaban el relato que más se ajustaba a lo que en verdad había acontecido, siendo en este caso E. Saavedra y su libro Estudio sobre la invasión de los árabes en España la obra elegida para seguir al pie de la letra en el capítulo dedicado a la monarquía visigoda y la conquista.
Torres López, encargado de escribir la parte correspondiente a la época visigoda de la Historia de Menéndez Pidal, refiere de modo escueto la leyenda del estupro de Florinda, limitándose a señalar que la elaboración de la misma había corrido a cargo de los cristianos, vencidos e interesados en disculpar su derrota, para añadir que existirían tres formas principales en la leyenda: la mozárabe, cuyo culpable sería Witiza; la que corrió entre los witizanos y los historiadores hispano-musulmanes, que culpabilizaba a Rodrigo; y la leyenda entre los cristianos del Norte, que hereda la culpa de Witiza[28].
Pero, ¿qué hay de cierto en todo este episodio? Evidentemente, no es sencillo calibrar la veracidad de esta leyenda, ya que las traiciones se entremezclan, contradicen y a menudo obedecen a distintos intereses