La traición en la historia de España. Bruno Padín Portela
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Paralelamente encontramos episodios igual de relevantes. Por ejemplo, la «pérdida de España» del año 711, en la que se entremezclan una serie de traiciones reales e inventadas por la historiografía posterior, como aquella que decía que los judíos habían tenido una actitud favorable a los musulmanes actuando como quinta columna. Ahora bien, ¿por qué es importante la traición en estos casos? Su relevancia viene dada porque se revela, como veremos en las siguientes páginas, en tanto que elemento explicativo a la hora de precisar los rasgos básicos del carácter español y, por otro lado, al actuar como tópico que permite entender las sucesivas conquistas que, en diferentes periodos, había sufrido España. En la Antigüedad las traiciones perpetradas favorecerían a los cartagineses y los romanos, mientras que en la Edad Media los beneficiarios habrían sido naturalmente los musulmanes y, como puso de manifiesto Floyd S. Lear, el delito pasaría a ser considerado contra el rey, al concentrarse todo el poder en su figura.
EL ABAD DON JUAN DE MONTEMAYOR
Transcurre la acción en tiempos del rey Ramiro III de León y de Almanzor, pero en tierras de Portugal, ya que el abad Don Juan era el señor de todos los abades portugueses. Conservamos esta leyenda hoy en día gracias a dos testimonios manuscritos: el capítulo 287 del Compendio historial de Diego Rodríguez de Almela y un impreso toledano que se fecha hacia comienzos del XVI[1]. Poseemos, sin embargo, de acuerdo con Ramón Menéndez Pidal, una noticia más antigua que nos la proporciona el proemio de un poema perdido de Alfonso Giraldes sobre la batalla del Salado, la cual data del siglo XIV[2]. Se trata de un texto medieval de mediana importancia al que, en contra de lo que pudiera parecer, no se le ha dedicado prácticamente ninguna atención crítica, como ha señalado Víctor Infantes[3]. La excepción es Menéndez Pidal, quien publicó en el primer tercio del XX dos trabajos fundamentales sobre este tema[4].
Comienza la leyenda cuando el abad, de camino a oír maitines de la fiesta de Navidad, encuentra a un niño que yacía a la puerta de la iglesia: «E este niño era fecho en pecado mortal, porque era hijo de dos hermanos»[5]. El abad lo acoge, lo bautiza llamándole García y lo envía al rey Ramiro, sobrino del propio abad, que entonces tenía las cortes en León. Un día, estando de caza con dos escuderos, García les confiesa que «yo he parado mientes, e tengo que la fe de los cristianos no vale nada ni es ninguna cosa, e otrosí he entendido que la ley de los moros es mejor e vale más»[6]. García abandona el castillo del abad Don Juan y se pone a las órdenes de Almanzor, a la vez que se convierte al islam y adopta el nuevo nombre de Zulema.
La idea según la cual García traiciona al abad por las circunstancias de su concepción es un tema muy recurrente y que se verá también en el capítulo siguiente, en la figura de Sancho García. García es dejado a su suerte en una época en la que el abandono de niños era muy frecuente[7]. El alejamiento inicial de los niños se solía deber, como veremos ahora, a una profecía adversa, al incesto de los padres o a la unión entre solteros. Pero en todos los casos tienen la misma función, que es dar lugar al tema central del incesto[8]. García es fruto de una relación incestuosa entre dos hermanos. De hecho, la explicación de que García devenga en traidor consiste en que estaba predeterminado, al haber sido concebido en pecado. En la Antigüedad, por ejemplo, son comunes los incestos entre los dioses. En efecto, la familia divina griega es básicamente endogámica, pero tiene una explicación y es que la sangre divina no puede mezclarse con otra sangre que no lo sea[9]. Dice Hesíodo (Th. 886-900) que Zeus tomó como primera esposa a Metis, la más sabia de los dioses y hombres mortales. Una vez embarazada de Atenea, y cuando iba a dar a luz, Zeus la devoró por consejo de Gea y Urano, porque estaba decretado que Metis no iba a engendrar solo a Atenea, sino también a un hijo con arrogante razón que destronaría a Zeus y se convertiría en rey de dioses y hombres.
Vemos claramente que el destino del hijo de Zeus era destronarlo, y es por ello que ni siquiera llega a nacer. Aunque quizá el caso más conocido sea el de Edipo. Layo, su padre, había recibido del oráculo de Apolo la advertencia de que no debía procrear porque eso sería ir contra la voluntad de los dioses. Layo ignoró el consejo y estando ebrio se unió a su esposa Yocasta, concibiendo a Edipo. Por temor al augurio del oráculo Layo decidió agujerearle los pies con anillos de oro y arrojarlo al monte Citerón. Después, Edipo mató a su padre y desposó a su madre.
José Carlos Bermejo indicó que sería necesario asociar el castigo de Layo con el hecho de que se hubiese enamorado del hijo de su huésped, Crisipo, inventando así la homosexualidad. Este amor le trae pesadas consecuencias para su familia en forma de maldición de Hera, castigando su falta sexual, por la que no podría tener normalmente sucesión, y del oráculo en el caso de Apolo[10]. El único matrimonio plenamente válido del rey Layo, cuyo mito se integra en los mitos políticos de la casa real de Tebas, es el que realiza con su prima Yocasta. Los otros cuatro que se le suelen atribuir serían producto, según Bermejo, de una combinación de madres y madrastras, creada para borrar el incesto de Edipo, eliminándolo como hijo de Yocasta[11]. Además, convendría tener en cuenta que el carácter incestuoso de la familia de Edipo no se terminaría con él, sino que se haría extensivo a su hija preferida, Antígona, que en un escolio a Estacio aparece uniéndose incestuosamente a Polínice.
El verdadero problema no es que Layo hubiese abandonado a su hijo, sino haberlo generado contra el consejo del oráculo. En el caso de García sucede lo mismo y la explicación de que se convierta al islam e intente después matar a quien lo acogió debemos buscarla antes de que naciese. Si seguimos este esquema García no tendría culpa alguna, porque era un ser que no contaba con la bendición del Señor; estaba condenado de antemano. La estructura no es totalmente análoga, pero sí comparte ciertos rasgos. García no yace con su madre, aunque es cierto que su concepción en situaciones nada deseables provoca en él la intención de matar no a su padre, sino al que lo adopta y consideraba como tal, es decir, el abad.
En la Edad Media dominó un episodio legendario similar que tenía que ver con los orígenes de Judas y al que dio pábulo Jacobo de la Vorágine, un autor italiano del siglo XIII muy conocido por sus compilaciones de las vidas de santos. En el capítulo dedicado a san Matías de la Leyenda dorada, Jacobo relata el nacimiento y origen de Judas, que se encuentra, según él, en una historia apócrifa[12]. La concepción de Judas se acompaña de funestos presagios producidos por un terrible sueño. Cuando nace, sus padres lo meten en un cesto y lo abandonan en la orilla del mar. La criatura, llevada por las olas, llega a la playa de una isla llamada Iscarioth, de donde deriva el sobrenombre de Iscariote. La reina de aquella isla lo adopta, lo entrega a una nodriza para que lo críe y simula que se encuentra embarazada para que todo el reino, incluido el rey, crea