La traición en la historia de España. Bruno Padín Portela
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Una vez muerto García Fernández, la ambición y el desenfreno de la condesa no se verían satisfechos. El siguiente obstáculo que impedía la elevación de su dignidad era su propio hijo, Sancho García. Si leemos un poco más esta crónica veremos que ambicionaba «asesinar con una poción a su hijo, de quien dependía la salvación de Hispania entera». Pretendía hacerlo simplemente para «así satisfacer su deseo de vana gloria y entregarse más libremente a la lujuria». Aparece entonces el Señor como freno al comportamiento malicioso de la condesa. Es gracias a su intercesión que el conde logra salvar la vida, «pues una morita (…) a la que Dios hizo que se encontrara con él, le relató al conde (…) la muerte que se le preparaba en una bebida (…) para que se abstuviera totalmente de tal copa». Es paradójico que sea precisamente una mora la que impida que la condesa se convierta al islam al advertir a Sancho de lo que iba a suceder. Así, cuando el conde pide algo de beber, se lo acercan en un vaso de plata «y él se lo ofreció a su madre casi por deferencia y la invitó a que bebiera ella primero (…) finalmente ella, obligada, exhaló el alma al primer sorbo, cayendo en la trampa que tendió».
Como acabamos de ver, Dios impidió la muerte del joven conde al advertirlo mediante una mora del futuro que le esperaba. Él es, a su vez, misericordioso e inclemente con las malas actuaciones de los hombres. La Najerense así lo pone de manifiesto al describir la devastación perpetrada por Almanzor contra el pueblo cristiano. Las campañas militares se habían extendido por un periodo de «doce años seguidos, porque así lo permitió Dios y lo exigían los pecados de los cristianos». Esos pecados los personificaba, además del pueblo, el príncipe Vermudo, verdadero responsable de que Almanzor, «junto con su hijo Abdalmech y con los condes cristianos exiliados (…) decidió invadir y aniquilar, devastar la tierra de los cristianos». En realidad la fórmula de la que echa mano el cronista es muy habitual en la Edad Media. Nos encontramos ante un iudicium Dei, al que tanto se recurría para explicar los grandes desastres y las derrotas cristianas a manos de los musulmanes. No se trata de ningún tipo de casualidad, sino que es obra de la divina Providencia, que se encarga de castigar a aquellos monarcas, nobles o eclesiásticos pecadores que llevan sus reinos hacia la perdición. Existen sobrados ejemplos, entre los que podemos destacar la célebre «pérdida de España», que se entendió, en parte, gracias a la libidinosa conducta que monarcas como Witiza o Rodrigo habían tenido, favoreciendo de ese modo la ira de Dios y, en consecuencia, la entrada de los enemigos sarracenos en el 711 como castigo[37].
De las dos figuras elementales que dominan el panorama historiográfico latino durante el siglo XIII, Lucas de Tuy y Rodrigo Jiménez de Rada, solo el segundo menciona, y con matices diferentes a la Najerense, el relato de la condesa traidora. Nos lo cuenta así el Toledano en su De rebus Hispaniae:
La madre de éste [conde Sancho], que deseaba unirse con un príncipe sarraceno [Almanzor], planeó asesinar a su hijo para conseguir así, al mismo tiempo, las fortalezas, los baluartes y la anhelada boda. Y como hubiera mezclado un veneno mortal con una bebida que debía causar un efecto retardado, el hijo fue advertido por una acompañante de su madre y rogó a ésta que bebiera primero; aunque se negó, obligada al fin, probó el mejunje que había preparado y la parricida madre, merecidamente, apuró su muerte con la bebida que preparó[38].
No es hasta quince capítulos más tarde cuando describe la muerte de García Fernández, en la que la condesa no tiene nada que ver. Fue Sancho, según dice el Toledano, quien intentó por aquella época levantarse contra su padre. A partir de las desavenencias entre padre e hijo los musulmanes tuvieron la oportunidad de atacar y destruyeron Ávila, «que había comenzado a repoblarse, y conquistaron Coruña del Conde y San Esteban, pasando por todos lados a sangre y fuego». Ante esta situación García Fernández prefiere morir por su patria, lo que representa otro tópico muy manido en la historiografía española, que recuerda, de nuevo, antiguas resistencias saguntinas y numantinas. Vemos que Jiménez de Rada, si bien sigue a la Najerense en cuanto a la intención de la condesa de matar a su hijo mediante el envenenamiento, no encuentra, en cambio, traición alguna de la mujer del conde hacia su marido. El final de García Fernández se parece en parte, puesto que muere debido a su inferioridad numérica, como sucedía cuando licencia a sus soldados y «fallece al cabo de pocos días debido a una herida mortal que había recibido en la batalla»[39], mientras que en la otra crónica se especifica que expiró al quinto día.
En este punto observamos, además, otro rasgo característico de lo que podríamos denominar ser o carácter nacional: la división. Este atributo facilitó a lo largo de la historia que los enemigos externos de España, que en la Edad Media serían predominantemente los musulmanes, lograsen conquistar y asentarse dentro de las fronteras cristianas. Ello no quiere decir que fuesen física, moral o militarmente superiores, al contrario, de no existir tal desunión sería imposible que tuviesen éxito en sus campañas bélicas. Como muestra, podemos echar mano otra vez del episodio de la «pérdida de España», en el que, de acuerdo con algunas versiones, la entrada de los invasores se habría debido a la falta de unidad que imperaba entre los familiares del penúltimo rey godo, Witiza, y los seguidores de Rodrigo.
Llegamos, tras Jiménez de Rada, a una obra fundamental dentro de la historiografía española, la Estoria de España que a finales del siglo XIII mandó componer el rey Sabio. Aparte de su impacto en las historias generales que a partir de su publicación se iban a escribir, el texto alfonsí es relevante en relación con el tema que nos ocupa porque introduce novedades notorias que cambian sustancialmente el sentido de la trama. La primera diferencia que encontramos es que García Fernández no tiene una mujer, sino dos. Con respecto a esa primera mujer, la Estoria nos dice lo siguiente:
Este conde Garçi Ferrandez fue casado dos uegadas; la primera con una condesa de Françia que ouo nombre donna Argentina, et caso con ella en esta guisa: el padre et la madre daquella condesa yuan en romería a Santiago et leuauanla consigo moça muy fremosa, et el conde pagose della, et desque sopo como era muger de buen logar, demandola a su padre et a su madre pora casamiento; et caso con ella. Et uisco con ella seis annos et non ouieron fijo nin fija. Et ella salio mala muger[40].
El relato continúa describiendo que doña Argentina, mientras García Fernández se halla enfermo, abandona a su marido y se marcha con un conde francés que se encontraba de peregrinaje en Santiago. Una vez recuperado, el conde castellano finge una romería a Santa María de Rocamador junto con su escudero, «a manera de omnes pobres desconnoçidos». El conde francés tenía una bella hija llamada Sancha, cuya relación con su madrastra era mala, «pues metie mucho mal entre el et ella, et querie ser ante muerta que beuir aquella uida que uiuie, et andaua buscando carrera por o saliese de premia o de so padre». Aconsejada por una dama de la corte, Sancha se dirige a un mendigo, que era el propio García, quien le revela su verdadera identidad y el motivo de su estancia en aquellas tierras. El conde le promete llevársela para Castilla y hacerla condesa a cambio de que le ayudase a cumplir su venganza. Sancha, a la tercera noche, metió al conde García «armado de un lorigón et un gran cuchiello en la mano (…) et defendiol que non se meçiese