La traición en la historia de España. Bruno Padín Portela
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El jesuita, ante la confusión evidente derivada de las distintas versiones que sobre esta leyenda se manejaban a finales del siglo XVI, opta por una fórmula bastante eficaz y muy recurrente en su Historia. Desde el comienzo Mariana admitió que era un teólogo y no un historiador, asumiendo que no se iba a erigir en juez que dictaminase cuáles eran los hechos históricos y cuáles no. Mariana intentó desterrar en la medida de lo posible las fábulas que dominaban buena parte de la historia española, aunque debido a las fuentes a las que seguía y, entre las que se encontraban Florián de Ocampo o Ambrosio de Morales, aceptaba otras o, al menos, como sucede con la condesa traidora, no se mostraba más contundente al negar su veracidad. En el prólogo, que él mismo dedica al rey Felipe III, explica el jesuita que detiene su relato en 1516, a la muerte del rey Fernando el Católico, por «no lastimar a algunos si se decia la verdad, ni faltar al deber si la disimulaba». Esto lo lleva a concluir:
Muchos tienen todo esto por falso, y afirman que la muger de este conde se llamo Oña, mouidos por el monasterio de San Saluador de Oña, que dizen el conde Garci Fernandez edifico en Castilla del nombre de su muger. Otros afirman que se llamò Abba, como lo muestran los letreros antiguos de los sepulcros destos condes que ay en Arlanza, y en Cardeña. La verdad quien la aueriguara? Mas podemos sin duda marauillarnos de tanta variedad, que determinar lo que se deue seguir[57].
No se aprecia en el relato de Mariana ningún tipo de traición, a no ser el abandono de Argentina mientras García Fernández se encontraba enfermo. Tampoco se observa en el jesuita rastro de la Najerense, algo lógico, ya que, a pesar de que conoce el nombre de Aba, adopta el contenido que populariza la Estoria del rey Sabio, en la que García tiene dos esposas.
Mariana debe gran parte de su reconocimiento a su excepcional Historia general; no obstante, sería interesante examinar brevemente otro libro, De Rege et Regis Institutione, editado a finales del siglo XVI, en el que reflexiona acerca de algunas cuestiones asociadas al desempeño de la labor real. Hay un capítulo, que lleva por título «Si es licito matar al tirano con el veneno», que nos llama especialmente la atención y que guarda relación con este episodio. Parece claro que Sancho no es considerado un tirano por las crónicas e historias, pero es interesante conocer bajo qué condiciones era posible, de acuerdo con Mariana, matar a un gobernante de este tipo con un procedimiento que está tan presente en la leyenda de la condesa traidora. Para que fuese lícito habría que cumplir dos condiciones, de las cuales la primera es la que sigue:
Juzgo, pues, que no se debe dar al enemigo preparacion alguna nociva ni mezclar en la comida ó bebida un veneno mortal. No obstante será licito con la condicion de que el mismo que ha de ser muerto no sea obligado á tomar el veneno, para que introducido en sus entrañas perezca; sino que sea dado exteriormente, y de tal modo, que nada coadyuve de su parte el que ha de ser muerto; á saber, cuando sea tan activa la fuerza del veneno, que rociada la silla ó el vestido con él, tenga suficiente fuerza para privar á cualquiera de la vida. De cuya arte han usado muchas veces los reyes moros para quitar la vida á otros príncipes, enviándoles algunos dones, como vestidos preciosos, telas, armas y cubiertas de caballos[58].
En segundo lugar, incluso admitiendo el jesuita que el tirano no debe esperar que los súbditos se reconcilien con él a no ser que cambie sus costumbres, expone que en modo alguno es lícito «mezclar en la comida o bebida veneno alguno, para que lo tome el que haya de morir, ú otra cosa de semejante naturaleza, que es lo que disputamos»[59]. Mariana pone como ejemplo el caso de un príncipe germano, Adgadestrio, que envió una carta al Senado romano en la que prometía la muerte del enemigo Arminio si le enviaba un veneno para matarle. La respuesta fue que el pueblo romano acostumbraba a vencer a sus enemigos no con el engaño ni las malas artes, sino cara a cara y armado. Es útil este pequeño comentario porque podemos ver que, de acuerdo con el pensamiento de Mariana, ni siquiera los tiranos se merecían el final que aguardaba al conde Sancho, personaje que, por otra parte, en ningún lugar es definido como tal.
Modesto Lafuente se mostrará mucho más contundente y conciso al tratar de las mujeres de García Fernández. Pertenecería el palentino al segundo nivel que mencionábamos con anterioridad. Otorga tan poco crédito a la leyenda que limita su mención a una simple nota en la que sucintamente manifiesta que omite por fabulosos «los amores romancescos del conde García Fernández con Argentina y Sancha, y las demas aventuras novelescas y absurdas que nos cuenta Mariana»[60]. Las mismas palabras emplea para narrar el supuesto envenenamiento:
Omitimos por infundado y fabuloso el cuento del envenenamiento de su madre y los amores de esta, que refiere el P. Mariana, con aquello de haberse aficionado á ella cierto moro principal, «hombre muy dado á deshonestidades y membrudo». El mismo Mariana, tan poco escrupuloso en prohijar esta clase de consejas, añade después de haberla referido: «es verdad que para dar este cuento por cierto no hallo fundamentos bastantes». Mariana llama doña Oña á la madre de Sancho, siendo su verdadero nombre doña Aba[61].
En el último nivel del tratamiento de la leyenda se encontrarían eruditos como Rafael Altamira, quien, en su monumental Historia de España y de la civilización española, no describe este hecho. No es extraño, porque siempre desechó la mayoría de fábulas que recorrieron durante siglos la historiografía española. Esto tiene que ver también con la creciente importancia que adquiere la crítica histórica, basada en el análisis de documentos y monumentos, pilar fundamental en el nacimiento de la historia como ciencia en el siglo XIX. Los estudios sobre García Fernández conocieron, sin embargo, un gran impulso con la publicación que en el primer tercio del siglo XX les dedicó Menéndez Pidal dentro del volumen de Historia y epopeya.
Ahora bien, una vez visto que el tratamiento historiográfico fue desigual, podríamos plantearnos varias cuestiones que guardan relación con la historicidad de la leyenda, posibles analogías con otros episodios recogidos en autores antiguos y medievales, el supuesto levantamiento de Sancho contra su padre o el papel de aspectos como la ambición, la lujuria o el adulterio en el relato y su traducción en el seno de una sociedad profundamente cristiana. Parece claro que es la Najerense la que facilita el núcleo a partir del cual el resto de crónicas e historias o bien incorporan elementos nuevos o, como sucede con el Toledano, que escribe un siglo más tarde, ofrecen un texto mucho más sencillo y menos recargado. La leyenda, sin embargo, tendió a enriquecerse paulatinamente con intrigas palaciegas que tendrían su punto culminante en la Estoria de España, favoreciendo un descrédito de la historia por no contener ningún rasgo que pudiese ser considerado histórico por la crítica, y, a la vez, una trama cada vez más compleja. Alan Deyermond llegó a decir que «esta curiosa narración (…) tiene menos conexión con la historia que ningún otro poema del ciclo de los Condes (menos aún que Los siete infantes de Lara)»[62].
En general hay acuerdo entre los especialistas a la hora de admitir que el texto alfonsí, al menos en los capítulos protagonizados por García Fernández, la condesa y Sancho García, debe mucho al género novelesco[63]. Así lo manifestó Menéndez Pidal, que distinguía tres etapas diferentes en el desarrollo de la leyenda. En primer lugar estaría la versión del siglo XIII, que se correspondería esencialmente con la Estoria de España y se mostraría del todo novelesca. En el siguiente nivel encontraríamos