La traición en la historia de España. Bruno Padín Portela
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу La traición en la historia de España - Bruno Padín Portela страница 50
Louis Chalon, siguiendo a Menéndez Pidal, señaló que hay varios aspectos recogidos en la Estoria que no concordaban con la realidad histórica. García Fernández, por ejemplo, había tenido una mujer llamada Aba, hija del conde Ramón II de Ribagorza y descendiente de los condes de Tolosa. Además, el nombre de Argentina se encuentra en la poesía novelesca francesa y es totalmente desconocido en la onomástica española. El de Sancha, que menciona la Estoria, podría explicarse, según Chalon, por una confusión con el nombre de la madre del conde, doña Sancha de Navarra[65]. Si esto es así, ¿qué explicación podríamos dar a la profunda aversión que el pueblo cristiano sentía hacia la condesa? Menéndez Pidal encuentra la respuesta en virtud de su origen. Aba, al ser pirenaica, habría sido muy propensa a una alianza con Almanzor, a pactar y transigir con los musulmanes, favoreciendo de ese modo que los castellanos no la viesen con buenos ojos, puesto que caería sobre ella cierto halo de sospecha por temor a una traición[66].
Menéndez Pidal, siempre preocupado por trazar desde sus orígenes el genio del carácter español, no podía dejar pasar la oportunidad de reafirmar que en la leyenda de la condesa traidora se apreciaban signos inequívocos de una cierta conciencia nacional. Así, afirma Pidal que esta leyenda simbolizaba, en realidad, la oposición existente entre «las ideas políticas relajadas que una princesa pirenaica quiso implantar en Castilla y el alto sentido nacional, la constancia defensiva de los condes castellanos»[67]. ¿Qué suponía esto? Otro jalón más que incorporar al esencialismo español, el cual demostraba la pervivencia de una serie de singularidades inherentes al ser español que ya se habían puesto de manifiesto en la Antigüedad mediante las figuras de Viriato y Sertorio y las conocidas resistencias de Sagunto y Numancia, y que volvería a encarnarse después en el Cid como personaje arquetípico del carácter patrio. Por otro lado, no debe extrañar que sean condes castellanos los protagonistas, ya que, dentro de la concepción pidalina de la historia, Castilla ocupaba un lugar preeminente, en tanto que eje vertebrador en la construcción de España.
En cuanto al episodio del envenenamiento, Menéndez Pidal encontró analogías en Apiano, Justino y Paulo Diácono, autores de los que el anónimo cronista podría haber tomado la inspiración. William P. Shepard creyó en 1908 que el envenenamiento había sido una invención del arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada, quien a su vez lo habría tomado de otros episodios semejantes, lo cual había podido lograr gracias a sus vastas lecturas y al hecho de que, por ejemplo, Paulo Diácono, quien nos cuenta la historia de Rosamunda y Helmequis en su obra principal, la Historia gentis Langoberdorum, era bien conocido en época medieval[68]. Conviene tener en cuenta que en el momento en que Shepard llega a esa conclusión Cirot no había publicado su edición de la Najerense, probando que la leyenda existía con más de un siglo de anterioridad al Toledano.
Describamos ahora brevemente lo que dice este reconocido monje benedictino que vivió en el siglo VIII. Alboíno, antiguo rey longobardo, había vencido al rey de los gépidos y tomado como mujer a la hija de su líder, Cunimundo. Alboíno le había ofrecido a Rosamunda una copa, pero al darse cuenta de que se trataba de la que había elaborado con el cráneo de Cunimundo, su padre, debido al rencor que le provoca ese hecho, concibe asesinar a su marido «para vengar la muerte de su padre, y de inmediato trazó un plan para matar al rey de acuerdo con Helmequis, que era scilpor del rey». Entonces, y con la ayuda de otro hombre llamado Peredeo, ataron la espada de Alboíno para que no pudiese cogerla y Rosamunda hizo entrar a Helmequis, el asesino, para que cumpliese su labor. Murió Alboíno, como refiere Paulo Diácono, por la «maquinación de una sola mujerzuela»[69]. Tras el asesinato de Alboíno, Longino, prefecto de Rávena, aconsejó a Rosamunda que matara a Helmequis y se casara con él. Ella aceptó, le preparó una copa de veneno y, cuando Helmequis se percató de que estaba envenenada, desenvainó su espada sobre Rosamunda y la obligó a beberse lo que quedaba: «Así, por juicio de Dios omnipotente, los malvadísimos asesinos murieron al mismo tiempo»[70]. Aparecen, pues, elementos claves como la traición, la ambición, la honra, la venganza o la lujuria (que trataremos más detenidamente después), mientras que algunas acciones, como el hecho de emplear la espada, se verían reflejadas después en la Estoria de España.
Pero existía otra tradición, más antigua, que quizá respondía más satisfactoriamente al relato de la condesa traidora. Se trata de lo que Apiano de Alejandría, un historiador romano de origen griego, y Justino, autor de una Historiarum Philippicarum libri XLIV en la que recogía los pasajes más importantes de las Historiae Philippicae, obra principal de Pompeyo Trogo, describen en sus respectivos libros. La escena se desarrolla en el siglo II. a.C. en Siria y tiene como protagonistas al matrimonio formado por Demetrio II y Cleopatra. Las versiones de Apiano y Justino difieren en lo que respecta a Demetrio, que encuentra la muerte de modo distinto[71]. La personalidad de la condesa traidora la encarnaría Cleopatra Tea, que concita todo el protagonismo del episodio. Es ella quien mata a uno de sus hijos, Seleuco[72], y la que intenta envenenar al otro, Antíoco. Se describe a una Cleopatra llevada por unas ansias desmedidas de poder y ambición, capaz de traicionar a su marido y de matar a sus hijos. Por supuesto, se incluye en ambos relatos el célebre suceso del envenenamiento. Cuando Antíoco regresa de una campaña militar, Cleopatra le ofrece una copa envenenada que Antíoco, prevenido, rechaza, exhortando a su madre a beberla. Tras hacerlo, Cleopatra muere[73]. Vemos que esta estructura es análoga a la que encontramos en la leyenda de la condesa traidora, pues la acción incluye tanto al padre como a los hijos. Se ajusta mejor porque en la versión de Paulo Diácono, aunque es cierto que incorpora el envenenamiento, las acciones se circunscriben exclusivamente a los dos maridos de Rosamunda. Menéndez Pidal sugirió que esta tradición de raigambre clásica pudo haber sido ampliamente conocida en la Edad Media, porque Justino fue confundido a menudo con San Justino[74].
La leyenda de la condesa traidora ofrece, asimismo, otra perspectiva que nos permite profundizar en la situación de las mujeres en la Edad Media. Patricia E. Grieve ha señalado en este sentido que García Fernández y sus mujeres se intercambian los ámbitos a los que en principio estarían destinados. En el caso de García es claro, se trata del ámbito público, porque es el encargado de gobernar el condado de Castilla, mientras que, en cuanto a Argentina y Sancha, su labor se restringe a la esfera privada[75]. Esta situación, que en principio no presentaría problemas, va cambiando cuando García, impulsado por el gran interés de restaurar un honor dañado por el adulterio, abandona sus funciones políticas. Parte hacia Francia para vengar algo que pertenece, de acuerdo con Grieve, al ámbito privado. Al convertirse en el «private man» que define Grieve, García descuida el ámbito público, se vuelve más débil y, finalmente, termina pagando esa negligencia con su vida. Es cierto que García deja dos alcaldes de modo temporal al frente del condado y que ello podría implicar debilidad ante los ataques musulmanes, pero conviene tener en cuenta que García estaba obligado, como hemos dicho unas páginas atrás, a vengar el agravio y a hacerlo personalmente[76]. La traición de su mujer lo imposibilitaba ante sus súbditos y lo limitaba mucho en sus funciones públicas o incluso en la defensa del cristianismo.
Sancha, sin embargo, en tanto que «public woman», interfiere cada vez más en un espacio del que sería totalmente ajena. Las mujeres desempeñan